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Hay que contener los daños de la imprudente visita de Pelosi a Taiwán

Pelosi arrives in Taiwan, vowing U.S. commitment; China enraged | Reuters

 

Una política exterior exitosa combina principios elevados con una ejecución inteligente y oportuna. La visita del martes de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi (demócrata de California), para mostrar su solidaridad con Taiwán, demostró lo primero, pero no lo segundo. La previsible reacción de China, que considera a Taiwán una provincia rebelde, ya está en marcha -incluyendo el anuncio de desafiantes maniobras navales con fuego real en las aguas territoriales de la isla una vez finalizada la visita de Pelosi. El presidente Biden debe limitar los daños a corto plazo y contrarrestar un probable aumento de la presión china a largo plazo sobre Taiwán.

 

Por supuesto, compartimos el firme apoyo de Pelosi a un Taiwán democrático, su condena de la dictadura comunista china y su creencia, como dijo en un  artículo de opinión para The Post, de que «es esencial que Estados Unidos y nuestros aliados dejen claro que nunca cedemos ante los autócratas». Lo que no comprendemos es su insistencia en demostrar su apoyo de esta manera, en este momento, a pesar de las advertencias – hechas por un presidente que es miembro su propio partido- de que la situación geopolítica ya es suficientemente inestable. Por mucho que la señora Pelosi, de 82 años de edad, desee tener un evento que sirva como culminación para su periodo como presidente de la Cámara de Representantes – antes de que una probable victoria del Partido Republicano en noviembre ponga fin al mismo – ir a Taiwán ahora, cuando el presidente Xi Jinping de China está realizando los preparativos para su tercer mandato, no era prudente.

 

Hay que reconocer que el propio Biden manejó mal la situación al hacer pública la afirmación de que «los militares» estaban en contra de la visita de Pelosi. Este error hizo más difícil que la Sra. Pelosi cambiara de planes sin quedar mal y, lo que es más importante, más difícil que el Sr. Xi no intensificara su respuesta una vez que ella decidiera ir. Hubiese sido mucho mejor que el presidente le dijera privadamente a Pelosi, personalmente y de forma inequívoca, que no hiciera el viaje a Taiwán.

 

La principal prioridad mundial para Estados Unidos es ahora la guerra de Rusia en Ucrania y las consecuencias que conlleva en los mercados mundiales de alimentos y energía. La administración Biden no puede permitirse ninguna distracción, y mucho menos una repetición de la crisis del estrecho de Taiwán de 1995-1996, que muchos estadounidenses han olvidado, pero que duró ocho meses y dos días. Comenzó con el lanzamiento de misiles chinos frente a Taiwán en represalia por un gesto simbólico -una visita del presidente de Taiwán a la Universidad de Cornell- y no se calmó hasta que la administración Clinton montó un enorme despliegue naval disuasorio.

 

Al final, China se echó atrás. El gobierno de Biden se encuentra ahora en la posición de tener que esperar que pueda mantener de manera similar tanto la paz como la integridad territorial de Taiwán frente a una China que es mucho más fuerte que hace un cuarto de siglo y que no está dirigida por el cauteloso Jiang Zemin sino por el agresivo Xi. Los funcionarios estadounidenses, y Pelosi, han comunicado que su viaje no implica ningún cambio en la política estadounidense de «una sola China». En acción disuasoria, el presidente ha desplegado un grupo de portaaviones al este de Taiwán.

 

Estados Unidos nunca debe sacrificar sus principios ni ceder a las amenazas chinas. Razón de más para preparar cuidadosamente dónde y cuándo enfrentarse a China. Ante la acción de la Sra. Pelosi, ahora la administración Biden se ve obligada a reaccionar e improvisar.

 

Traducción: Marcos Villasmil

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NOTA ORIGINAL:

The Washington Post – EDITORIAL

The damage from Pelosi’s unwise Taiwan visit must be contained

 

Successful foreign policy combines high principle with smart, timely execution. Tuesday’s visit to show solidarity with Taiwan by House Speaker Nancy Pelosi (D-Calif.), demonstrated the former — but not the latter. The foreseeable reaction from China, which considers Taiwan a wayward province, is underway — including the announcement of provocative naval live-fire exercises in the island’s territorial waters after Ms. Pelosi’s visit ends. President Biden must limit the short-term damage and counter a likely increase in long-term Chinese pressure on Taiwan.

 

 

Of course we share Ms. Pelosi’s strong support for democratic Taiwan, her condemnation of the Chinese communist dictatorship and her belief, as she put it in an op-ed for The Post, that “it is essential that America and our allies make clear that we never give in to autocrats.” What we do not comprehend is her insistence on demonstrating her support in this way, at this time, despite warnings — from a president of her own party — that the geopolitical situation is already unsettled enough. However much the 82-year-old Ms. Pelosi may want a capstone event for her time as speaker — before a likely GOP victory in November ends it — going to Taiwan now, as President Xi Jinping of China is orchestrating his third term, was unwise.

 

 

Admittedly, Mr. Biden himself mishandled the situation by blurting out the fact “the military” was against Ms. Pelosi’s visit. This blunder made it harder for Ms. Pelosi to change plans without losing face and, more important, harder for Mr. Xi not to ramp up his response once she decided to go. Far better for the president to have told Ms. Pelosi, privately, personally and unequivocally, not to do it.

 

 

The top global priority for the United States now is Russia’s war in Ukraine and its accompanying fallout in global food and energy markets. The Biden administration can ill afford any distractions, much less a repeat of the 1995-1996 Taiwan Straits Crisis, which many Americans have forgotten, but which lasted eight months and two days. It began with Chinese missile firings off Taiwan in retaliation for a symbolic gesture — a visit by Taiwan’s president to Cornell University — and did not ease until after the Clinton administration mounted an enormous deterrent naval deployment.

 

 

China ultimately backed off. The Biden administration is now in the position of having to hope it can similarly maintain both peace and Taiwan’s territorial integrity against a China that is vastly stronger than it was a quarter-century ago and led not by the cautious Jiang Zemin but by the aggressive Mr. Xi. U.S. officials, and Ms. Pelosi, have communicated that her trip implies no change to the U.S. “one China” policy. In a deterrent mode, the president has deployed a carrier group east of Taiwan.

 

 

The United States must never sacrifice its principles, or cave to Chinese threats. All the more reason to prepare carefully where and when to confront China. No thanks to Ms. Pelosi, the Biden administration finds itself forced to react and improvise instead.

 

 

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