La leyenda de Malraux
Personifica mejor que nadie el siglo XX con sus grandezas y miserias. Su afán de gloria fue parejo a sus miserias humanas
Todo hombre es como la luna con una cara oculta que jamás enseña. Esta frase de Mark Twain vale para definir a André Malraux, cuyas ‘Antimemorias’ son un ejercicio de mitificación del pasado y de reinvención de una personalidad que nunca existió. Viajero, expoliador de antigüedades, escritor, héroe de guerra y mano derecha del general De Gaulle, pugnó toda su vida por construirse una leyenda para pasar a la posteridad. Lo logró porque era un hombre de indiscutible talento que se esforzó en estar siempre cercano a los escenarios donde se cocía la historia: Indochina, África, la Guerra Civil española y la Resistencia como paso previo al poder.
Malraux se vino a Madrid en 1936 y puso en marcha una escuadrilla de aviones para la República que él mismo dirigía sin saber pilotar. Azaña jamás tuvo un mejor propagandista de la causa que el intelectual francés, que filmó ‘Sierra de Teruel’, una extraordinaria película que sólo se pudo exhibir en Francia tras el final de la contienda.
Malraux, que falleció en 1976, fue ministro con De Gaulle durante una década en la V República y, desde su cargo, impulsó la cultura francesa, que disfrutó su máxima etapa de esplendor en esa época. Y publicó una serie de novelas entre las que destacan ‘La condición humana’ y ‘La esperanza’ que se leen con avidez y con pasión.
El gran personaje era, sin embargo, un mentiroso compulsivo. Decía que había luchado como comisario del Kuomintang al lado de Chiang Kai-Shek, lo cual era falso, y se había inventado un papel como jefe de la Resistencia que era puramente imaginario porque Malraux desempeñó un rol marginal y tardío en la lucha contra la ocupación alemana.
Sus ‘Antimemorias’, un libro prodigiosamente bien escrito, fueron publicadas en 1967 y le consagraron como un clásico, pero tienen un problema: que mucho de lo que cuenta es pura invención, ignorando episodios poco dignos de su vida como el robo de estatuillas jemeres en Camboya o el fraude en el descubrimiento de las ruinas de Saba.
Vargas Llosa escribió que la biografía de André Malraux era la que le hubiera gustado para él. Se comprende esta fascinación por el mito, porque el escritor francés acumuló muchas vidas en una. Pocos seres humanos han vivido tan intensamente como él.
Malraux personifica mejor que nadie el siglo XX con sus grandezas y miserias. Su afán de gloria fue parejo a sus miserias humanas, su falta de escrúpulos en el tráfico del arte y el egoísmo con el que trató a su familia. Pero, a la vez, fue valiente y generoso. Y, sobre todo, un intelectual que supo anticipar los derroteros de la historia.
Tal vez Malraux fuera como todos los hombres: una mezcla de héroe, truhan, mentiroso e idealista. De lo que no se le puede tachar es de haber sido un mediocre. Lástima que no queden tipos como él.