Mary Beard: «Hay una élite digital con un poder incontestable y que no rinde cuentas. ¡Eso no pasaba ni en Roma!»
Con motivo de nuestro 35 aniversario y en colaboración con la Fundación BBVA, hablamos esta semana con la historiadora británica Mary Beard, la gran embajadora de la Antigüedad para varias generaciones que han leído sus libros y han visto sus documentales. Sabe que nuestro interés por el mundo antiguo se debe a que nos permite asomarnos a los entresijos del poder, pero advierte de que muchas veces lo interpretamos como nos conviene.
Su melena plateada es todo un icono. Mary Beard (1955) vive en Cambridge, de cuya universidad acaba de retirarse como catedrática de lenguas clásicas, en una casa victoriana junto con su marido, un experto en arte bizantino. No le fue fácil abrirse camino en un mundo eminentemente masculino, incluso hubo una época en que era la única profesora en su facultad. Su feminismo le ha costado frecuentes ataques en Internet, donde mantiene una activa presencia. Su último libro es Doce césares: la representación del poder desde el mundo antiguo hasta la actualidad (Crítica).
XLSemanal. ¿Son los emperadores romanos buenos espejos para entender nuestra época?
Mary Beard. En las tiras de los periódicos es raro que pase un día sin que un líder político sea representado como Nerón, con una lira y la ciudad ardiendo. En parte porque es un espejo del poder. Pero también es una manera de discutir sobre sus excesos.
XL. Mi favorito es Adriano…
M.B. ¡Porque es español! [Ríe].
XL. Bueno, y porque Marguerite Yourcenar escribió un libro maravilloso: Memorias de Adriano. Alguien que tiene tanto apego a la vida, al conocimiento, que quiere entrar en la muerte con los ojos abiertos… ¡Uf!
M.B. Sí, se me ha puesto la piel de gallina. Pero es una versión de Adriano que crea Yourcenar. Adriano era un megalómano que levanta su propia ciudad privada. El misticismo espiritual que le añade Yourcenar no es de mi gusto. Y me temo que tampoco sería del gusto de Adriano.
XL. Pero nos sigue cautivando.
M.B. Sí, porque la gente quiere saber qué pasaba por la cabeza de los emperadores. Es una manera de asomarse a los entresijos del poder. También lo hizo Robert Graves con Yo, Claudio. Pero son elucubraciones modernas. Si queremos lo auténtico, hay que leer las meditaciones del emperador Marco Aurelio. Lo sorprendente es que todavía son un best seller. ¡Marco Aurelio vende más que yo en Amazon! No sé si alegrarme [ríe].
XL. Quizá es que, cuando se reflexiona con sinceridad sobre las preocupaciones del alma, eso perdura durante siglos…
M.B. Pero a veces malinterpretamos el mundo antiguo para que signifique lo que nos conviene. Y Marco Aurelio es un buen ejemplo. La gente se ha hecho esta idea del emperador filósofo y muchos lo leen como un libro de autoayuda. En realidad, era un bastardo militarista. La columna de Marco Aurelio en Roma está llena de masacres. No era un tipo amable.
XL. En alguna conferencia, le he oído decir que los doce césares eran doce cabrones.
M.B. Sí [ríe]. Probablemente todos los romanos antiguos, vistos a la luz de nuestra época, eran unos cabrones. A mí no me importa que lo sean porque son unos cabrones muy interesantes. Seguimos leyendo sobre ellos no porque sean gente agradable, sino porque nos plantean cuestiones muy actuales sobre el poder, la maldad…
«Todos los romanos antiguos, a la luz de nuestra época, eran unos cabrones. Pero muy interesantes»
XL. Me pregunto qué idea tenían de sí mismos cuando se iban a la cama.
M.B. Yo creo que la mayoría de los reyes tiene el síndrome del impostor. No tengo simpatía por la monarquía, pero a veces estos me caen bien, aunque hicieran cosas horrorosas. Porque debía de ser desconcertante darte cuenta de que no eres mejor que nadie, pero eres el que manda. ¡Cómo asimilar que gobiernas el mundo!
XL. ¿Y cómo se autoconvencían? ¿Se ponían delante del espejo y decían «porque yo lo valgo»?
M.B. Hacían algo muy parecido. La mayoría de las estatuas de los emperadores están en los palacios imperiales. Es una manera de convencer a todo el mundo de lo importantes que son, pero también de convencerse a sí mismos. Eso sigue pasando.
XL. ¿Por ejemplo?
M.B. Lo primero que hacía la princesa Diana cada mañana era buscar sus fotos en la prensa. Cuando lo leí, mi primer instinto fue pensar: «¡Qué vanidosa!». Pero luego entendí: ¡estaba intentando averiguar qué significa ser Lady Di! Y eso es algo que debe de pasarles a muchos autócratas.
XL. ¿Y las primeras damas de la antigüedad? ¿Hasta dónde llega el poder de la mujer del césar?
M.B. Es muy difícil saberlo. Lo que nos ha llegado son relatos misóginos escritos (¡vaya!) por algunos de mis autores favoritos. Pero son explicaciones a posteriori de por qué el emperador toma ciertas decisiones. Y una respuesta fácil era decir que lo había hecho por su esposa. Culpar a la mujer es una tendencia que dura hasta nuestros días. Aquí muchos dicen que la caída de Boris Johnson se debe a Carrie.
«Me impactaba la manera de comunicar de Trump: apelaba directamente a sus seguidores, sin instituciones de por medio. Se parece a Julio César, que también circunvalaba los canales oficiales»
XL. ¿Los emperadores eran las personas más poderosas del orbe o había gente que mandaba más que ellos?
M.B. Mi próximo libro trata, en parte, de ese asunto. Hemos construido esta imagen de unos cuantos psicópatas criminales, como Calígula, Domiciano o Cómodo, y entre medias algunos emperadores menos crueles. Pero el Imperio seguía funcionando sin importar quién estuviera al frente. Del día a día de la administración se ocupaba gente muy competente. Muchos de ellos eran antiguos esclavos que vivían en palacio; secretarios que servían a un emperador tras otro.
XL. Estados Unidos aún no ha digerido la Presidencia de Trump mientras la sombra de Putin se alarga en Europa y la de Xi en el mar del sur de China… ¿Es este un tiempo de césares?
M.B. No estoy segura. Me preocupan la política estadounidense y la británica, pero no creo que sean cesaristas. A mí me impactaba la manera comunicar de Donald Trump, que apelaba directamente a sus seguidores, sin instituciones de por medio. Hay un parecido con Julio César, que también circunvalaba los canales oficiales.
XL. Veni, vidi, vici (‘vine, vi, vencí’).
M.B. Exacto. ¡No me diga que no es el tuit perfecto!
XL. Supongo que es tentador comparar el declive de Estados Unidos con la caída de Roma…
M.B. Trazar demasiados paralelismos no es buena idea.
XL. Déjeme al menos que le pregunte quiénes serían, hoy, los bárbaros…
M.B. El historiador Tácito decía que los bárbaros eran los propios romanos. Que las virtudes había que buscarlas fuera porque la corrupción era rampante en Roma. Yo pienso como Tácito. Probablemente, también nosotros somos los bárbaros, pero no lo vamos a reconocer. ¿Cuándo empieza el declive de Roma? Cuando lo gana todo. En el 146 d. C. conquistan Corinto y ya no tienen más enemigos. Y ese mismo año empieza la decadencia.
XL. Cuando pensamos en los césares actuales, ¿no deberíamos incluir a Jeff Bezos, Elon Musk y otros magnates tecnológicos?
M.B. Sí. Estamos viendo un cambio de tendencia. Nos cuesta ver que esta élite digital tiene un poder incontestable y que no rinde cuentas ante nadie. ¡Esto ni siquiera existía en Roma!
XL. Pero pocos protestan. Dice el historiador Yuval Noah Harari que la gente es incapaz de ver la conexión entre sus problemas y el hecho de que una minoría haya acumulado tanta riqueza y poder. Y que por eso no se vislumbra una Revolución francesa.
M.B. Estoy de acuerdo. ¿Contra quién te rebelas? No lo sabes. Con la globalización todavía es más difícil señalar dónde está el poder. Es preocupante la manera en que opera este poder superior, amorfo y sin control.