Marlene Dietrich: el ángel al que odió Alemania
No hubo ninguna como ella. Explosiva mezcla de educación prusiana y glamour hollywoodiense, Marlene Dietrich fue considerada como una traidora por sus compatriotas incluso hasta después de su muerte. Así fue la turbulenta vida del ángel azul.
En la última escena que rodó Marlene Dietrich en Berlín, cuando termina la película El ángel azul, la actriz canta una canción cuya letra parecía estar dedicada a una mujer que, a lo largo de su vida, amó con pasión y con generosidad. «Estoy, desde la cabeza hasta los pies, hecha para el amor/¡Sí! Ese es mi mundo/Y nada más». ¿Fue sólo una casualidad o, simplemente una jugarreta del destino que marcaría su vida para siempre? En la misma noche del estreno de El ángel azul en Berlín, la película que la transformó en actriz famosa, Marlene abandonó su país y se dirigió a América. ¿Otra jugarreta del destino?
«Ich bin von Kopf bis Fuß auf Liebe eingestellt» (Estoy dispuesta a amar de pies a cabeza), de «El Ángel azul».
La leyenda y el mito, es cierto, nacieron en Hollywood, el paraíso de los sueños. Marlene, que nunca fue una gran actriz, llegó a la meca del cine decidida a triunfar y consciente de que su educación prusiana podía ayudarle para alcanzar el éxito.
En sus memorias Soy, gracias a Dios, una berlinesa, Marlene enumeró las virtudes prusianas que le ayudaron a convertirse en la estrella que llegó a ser: «Disciplina, lealtad, trabajo, obligación, autocontrol y, sobre todo, amor al deber. Amor al trabajo cuando se está haciendo. Y amor a una constante responsabilidad». Marlene, gracias a estos principios, forjó su carrera, la escenificó y la manipuló. Con ellos maravilló a sus admiradores, encantó a sus amigos, enloqueció a sus amantes y alimentó el odio entre sus enemigos.
Los nazis quisieron construir un puente de oro para Marlene que la llevara de regreso a Berlín. Ella rompió todos los lazos con su país y solicitó la nacionalidad norteamericana
Pero la singularidad de Marlene, la leyenda, tiene su origen en las películas que rodó bajo la dirección de Josef von Sternberg. El director alemán de origen judío la llevó a América y consiguió un contrato para ella en Paramount. En las siete películas que hicieron juntos, Von Sternberg fue moldeando la figura que convertiría a Marlene en un mito.
El Expreso de Shanghai fue su mayor éxito, El diablo es una mujer fue la última jugarreta ingeniosa de la pareja, pero también el peor fracaso de público. La separación de los dos artistas, en 1935, marcó la vida de la actriz hasta su muerte. Y aunque todos sus amigos creyeron que Marlene, gracias a la separación, podría recuperarse de la crisis de popularidad que había sufrido, ésta siguió cultivando su papel de grande Dame, envuelta en un aura de inmoralidad que ayudó a crear el mito.
Pero también el alejamiento de Von Sternberg aceleró el divorcio definitivo de Marlene con la Alemania nazi. Según cuenta su hija, María Riva, poco después de la noticia oficial de la separación de la actriz de su maestro, un mensajero del consulado alemán le entregó, «por orden personal» de Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda de Hitler, un recorte de un artículo periodístico en donde se aplaudía la decisión de Marlene de «despedir al director judío», y se le invitaba muy claramente a regresar a Alemania para dejar de seguir siendo un «instrumento de los judíos de Hollywood».
Los nazis querían construir para Marlene un puente de oro que la llevara de regreso al Reich y a Berlín. Cuando la actriz leyó el artículo alarmó a todo el personal del estudio y les comunicó que, a partir de ese momento, rompería todos sus lazos con su país y que solicitaría la nacionalidad americana, que recibió en 1939.
«Cuando hablaba, mi madre giraba su cabeza hacia un lado, para impedir que le vieran la cara. Estaba llorando», escribió su hija María en un conocido libro sobre su madre.
Así comenzó el triste capítulo de Marlene y los alemanes, un capítulo que impulsó a la actriz a iniciar su segunda carrera: se alistó voluntariamente para cantar ante los soldados aliados. La actriz siempre destacó que su lucha personal era con los nazis y no con sus compatriotas, pero fue en 1991, un año antes de su muerte, cuando la Dietrich definió con una breve frase su antifascismo: «Lo hice por un sentido de decencia», dijo en una entrevista que publicó la revista Der Spiegel. Pero su «sentido de la decencia», la convirtió en un ángel odiado en su propio país, una relación paranoica.
El otro mundo de Marlene fue diferente. Por una parte, la permanente provocación sexual que ejerció a su alrededor. El mundo de las artes sucumbió ante su belleza, las mujeres más famosas de la época la amaron y la odiaron. Convirtió a Hemingway, el gran cazador y escritor, en uno de sus más fervientes admiradores. Machos como Gary Cooper, John Wayne, Maurice Chevalier y Jean Gabin fueron reducidos a la simple condición de amantes.
Marlene también fue una mujer noble y cariñosa. «Fue una especie de madre Teresa, pero con piernas hermosas», dijo Billy Wilder, al recordar a su amiga.
La belleza de Marlene fue seductora pero fría. Su irradiación era sensual y erótica, pero siempre parecía que la razón se imponía sobre la mujer. Marlene Dietrich jamás fue una víctima como Marilyn Monroe ni tampoco una eterna ‘Dama de la Camelias’ como lo fue Greta Garbo. Marlene era demasiado orgullosa y prusiana para aceptar una derrota. ¿Fue este aspecto de su personalidad lo que la convenció para aislarse del mundo en su piso de París?
Alemania le concedió un «sueldo de honor» en los años 80, pero el dinero nunca le llegó. Había prometido en 1979 que nadie volvería a verla y lo cumplió implacablemente
Por una casualidad del destino, algunos amigos se enteraron, en los años 80, de que la situación financiera de la actriz era crítica. La presidencia alemana aceptó concederle un «sueldo de honor», pero el dinero nunca pudo ser girado a París. Marlene, cuando cerró las puertas de su piso al mundo, en 1979, dijo que nadie volvería a verla, nadie. Y lo cumplió implacablemente. Ni siquiera un diplomático de la embajada alemana, que pidió verla con la misión de identificarla para poder concederle el sueldo que tanto necesitaba.
Las tres caras de la diva
La polémica sobre el papel de Marlene en la Segunda Guerra Mundial y su lucha contra el Tercer Reich la persiguió aún después de muerta. Sus compatriotas jamás perdonaron que la actriz cantara para las tropas aliadas cuando combatían contra los soldados alemanes. Pero Marlene siempre utilizó la misma frase para justificar su presencia en los frentes de guerra en África y Europa: «Yo no odio a los alemanes. Odio a los nazis».
El tiempo, sin embargo, cura las peores heridas. Ocho años después de su muerte, los visitantes del Museo del Cine de Berlín pueden gozar del raro privilegio de visitar tres salas dedicadas a Marlene. Cuando fue enterrada en el cementerio central de Berlín, el Gobierno alemán sólo envió a un funcionario de tercer nivel al sepelio. Pero Berlín en el siglo XXI ha cambiado y, ahora, la ciudad tiene una plaza Marlene Dietrich y sendos bares de dos hoteles de lujo llevan el nombre de la actriz más famosa que haya tenido nunca la ciudad y el país.
Sus últimas palabras
Marlene fue consecuente hasta el fin de sus días. Cuando decidió aislarse del mundo en su piso de París construyó una pequeña fortaleza de cojines, mantas y almohadas en su dormitorio, y cerró para siempre la puerta al mundo. La actriz vivió los últimos trece años de su vida postrada en su lecho y acompañada de sus recuerdos y de una inseparable botella de whisky.
Pero la diva nunca sucumbió a la senilidad y leía todo lo que llegaba a sus manos con sumo interés: siempre hizo anotaciones sobre lo que leía. Sus apuntes, escritos en letra de imprenta, fueron descubiertos entre las pertenencias de la actriz. Revelan su feroz lucha contra el olvido y muestran que la vejez no la impedía querer seguir siendo una estrella.
«Tras visitar a Kennedy, mi madre le acercó unas bragas a mi esposo a la nariz y le dijo: ‘Huele’. Es el presidente de Estados Unidos. Ha estado fantástico».
MARÍA RIVA, HIJA DE MARLENE
En una foto de Jean Paul Belmondo la actriz escribió: «¡Recuerda lo hermoso que era!». En un retrato de Meryl Streep, la Dietrich descargó su amargura y escribió: «¡Cuán fea te puedes poner!».
Encima de un sobre que contenía una condecoración nazi que nunca recibió, Marlene escribió: «Hitler me la dio en Tierra Verde». Un comentario irónico, porque la actriz jamás se encontró con el dictador y decidió escoger la ciudadanía americana para poder luchar contra el Tercer Reich.
Los amores
Marlene tenía 61 años cuando visitó en la Casa Blanca a John F. Kennedy. El encuentro duró media hora y el desenlace fue descrito por la hija de la actriz en su libro Mi madre, Marlene. «Cuando mi madre regresó de Washington le mostró a mi esposo unas bragas de color rosa, se las acercó a la nariz y dijo: ¡Huele! Es el presidente de Estados Unidos. Ha estado fantástico».
Marlene fue generosa con el amor y despertó la pasión entre los hombres y las mujeres. «Tengo dos amores. ¡Tú, y después tú», escribió Jean Gabin en una cadena de oro que se puede ver en el Museo del Cine de Berlín.
«Te devoro. Te huelo. Te unto con crema. Te acaricio». El telegrama escrito por Elisabeth Begner refleja la otra pasión de Marlene, una pasión que nunca ocultó. ¿Acaso no había sido amante de Greta Garbo y de Mercedes de Acosta? «Ella era capaz de romper tu corazón sólo con su voz», dijo Hemingway, el gran escritor americano que siempre reconoció su admiración hacia su «más querida hierba», como solía llamarla con cariño.
MARLENE DIETRICH CANTANDO «LILI MARLEEN». HACER CLIC EN «Watch on You Tube»: