Aristeguieta: Xi Jinping y la nueva revolución china
Poco se ha hablado en los medios de habla hispana sobre la instalación del 20° Congreso del Partido Comunista Chino, el pasado 16 de octubre, en el que se prevé que alrededor de 2.300 delegados meticulosamente seleccionados designen, al cierre del Congreso el día 22 de octubre –y por tercera vez– a Xi Jinping como secretario general del partido, para que conforme de nuevo gobierno el año próximo.
En China, como fue en la URSS en el pasado, el jefe del partido es, a la vez, el jefe de gobierno y de las fuerzas armadas.
La dificultad para procurarse información seguramente viene dada por las medidas extremas de seguridad a las que han estado sometidos los corresponsales de los medios internacionales, controlados y aislados del centro de los acontecimientos. El evento se está llevando a cabo tras los muros de la ciudad prohibida, cercana a la plaza de Tiannanmen como parte de la tradición para mostrar el poderío que ejerce el partido comunista desde las épocas de Mao Zedong. El mismo es apenas una puesta en escena de todo un minucioso proceso previamente negociado tras bastidores, por lo que no se esperan grandes sorpresas. Aunque, a pesar del hermetismo propio de esta férrea dictadura, sí se esperan algunas pistas sobre el rumbo que tomará la política china en este próximo período a través de la lectura entre líneas de los discursos e intervenciones previstas, así como los representantes de las distintas facciones del partido comunista chino que aparezcan en escena o desaparezcan de los órganos de máximo gobierno, como lo son el Comité Central (parlamento), el Politburó (jefes del partido a la cabeza del parlamento) y el Comité Permanente del Politburó, compuesto por siete personas que son en definitiva quienes rigen el ejecutivo.
Los analistas internacionales ya han estado desarrollando hipótesis a partir de algunas de estas pistas. Por ejemplo, desde hace meses se habla con mucha insistencia de la reelección de Xi Jinping como un hito, o más bien, una ruptura. Tres razones indican esta ruptura: la primera es que, desde los tiempos de Mao, ningún premier había estado al frente del partido y el gobierno por tres períodos consecutivos, para evitar justamente la concentración de poder y la excesiva personalización. Xi será quien rompa con esta regla no escrita. La segunda tradición que quebrantará él, aunque no está claro si aplicará a los miembros de su equipo de gobierno puesto se habla de una renovación generacional, es la de la edad. Bajo el lema “siete arriba, ocho abajo”, el partido comunista chino determina que la edad máxima para ascender a un cargo público es 67 años, que a los 68 ya no se puede formar parte del Comité Permanente del Politburó chino, porque a los 69 se pasa a retiro. Xi tiene en este momento 69 años y al ser electo por al menos cinco años más, será el gobernante más viejo que ha tenido China desde 1976. La tercera, y he aquí una indicación clara de sus aspiraciones, es la instauración definitiva de una doctrina Xi Jinping en la constitución nacional y la ideología partidista. Hasta el momento, cada uno de los hombres fuertes del régimen chino han dejado “su huella” en la dirección ideológica del partido, pero ninguna ha sido destacada como una doctrina o pensamiento propio, salvo, de nuevo, el “pensamiento de Mao”, a quien Xi Jinping parece querer emular o superar.
No obstante todo lo anterior, es el mensaje inaugural de Xi Jinping el que ofrece los elementos más importantes tanto de política interna como acerca de su futura orientación internacional.
En la opacidad del sistema, mucho se ha especulado hasta ahora sobre el desgaste de Xi Jinping luego de tres años de pandemia y los costos inherentes a la draconiana “política cero COVID” puesta en vigor. Aunado a ello, varios escándalos de corrupción que afectan a grandes conglomerados chinos y que había sido su bandera de lucha al inicio de su mandato hace una década pero que ahora parece haberse dejado de lado, y, en general, la desaceleración de la economía luego de veinte años de crecimiento, han generado críticas a su gestión. A esto habría que añadirle su alianza con una Rusia ahora más acorralada y que podría desatar una escalada nuclear y, por supuesto, las tensiones políticas y comerciales entre China y Estados Unidos.
Sin embargo, en su discurso Xi destacó varios temas que cautivaron a una buena parte de su audiencia y que perseguían revalidar la necesidad de su permanencia al frente del partido y, en consecuencia, en el poder, con lo cual este supuesto desgaste queda desechado. Lo que se constata, en el mejor de los casos, es una huida hacia adelante, una reafirmación de su política de línea dura y una declaración de firmeza, aumento de control y de expansionismo.
Por ejemplo, si bien en el pasado habló de las oportunidades estratégicas que su propuesta política aportaría a China, en esta ocasión destacó, sobre todo, la necesidad de fortalecer las políticas de seguridad ante un contexto mundial cada vez más complejo y adverso a China. Esto incluye la modernización de sus fuerzas armadas, y acciones concretas para asegurar la producción y el flujo de bienes y servicios basados en nuevas tecnologías, que permita garantizar la autosuficiencia de China y su éxito en la batalla por el control de este sector clave en el mundo de hoy.
Y en esa misma línea de reflexión, Xi Jinping habló de los contenciosos territoriales de manera contundente, en alusión clara del respaldo al ala más nacionalista de su partido. En este sentido, se refirió al endurecimiento del control sobre Hong Kong como restablecimiento del orden “para ayudarlos a entrar en una nueva etapa”. En relación con Taiwán, expresó su deseo de buscar una unificación pacífica de la isla al continente, sin deponer un posible uso de la fuerza y reservarse todas las opciones.
Del mismo modo, su discurso dejó entrever la persistencia de la expansión del Estado en la planificación y control de la economía, las inversiones, y la producción en suelo chino, para apoyar lo que Xi describe como el bienestar de la gente por encima de todo, con lo cual justificaría la permanencia de la “política cero COVID” a pesar de las protestas tanto de la población como del sector productivo. Ello, junto con la modernización “al estilo chino” (donde incluye el éxito de programas destinados a la eliminación de la pobreza extrema basados en cifras desactualizadas y dudosas) contribuirán a la “prosperidad común” –y coadyuvarán seguramente a perseguir aún más a las voces disidentes.
En definitiva, nada de lo que plantea Xi Jinping es del todo novedoso, pero sí una expresión consolidada de sus ambiciones políticas y personales de perpetuación en el poder, así como la reafirmación de su objetivo de afianzar a China como gran potencia mundial. Y de salir con apoyo fortalecido de este congreso del partido, como parece ser el caso, una hoja de ruta paradigmática de estos tiempos de expansionismo, escaladas políticas, proteccionismos y fragmentación del sistema internacional.