Lula da Silva y América Latina: una apuesta a la integración, pero sin margen para el liderazgo
Durante sus dos primeros mandatos, el líder del PT tuvo un rol dominante en la región durante la “ola rosa” de gobiernos de izquierda y en pleno boom de los commodities; esta vez tendrá mayores desafíos domésticos y externos
En una campaña marcada por las chicanas, las fake news, la economía y la religión, la política exterior apenas tuvo lugar en la agenda de las elecciones de Brasil que dieron como ganador a Luiz Inacio Lula da Silva en una segunda vuelta electrizante.
Aun cuando uno de los hijos de Jair Bolsonaro viajó a la Argentina después de la primera vuelta para mostrarles a sus electores el posible y fatídico destino que –según él- hubiese tenido Brasil con un triunfo de Lula Da Silva, el vínculo de Brasil con la región y el mundo no fue una prioridad para la mayoría de los votantes. De haber estado en la boleta electoral, la pregunta podría haber sido: “¿Integración o aislamiento en América Latina?”, las dos posturas que ofrecían, a grandes rasgos, Lula y Bolsonaro, respectivamente, en función de sus experiencias al mando del Ejecutivo. Aunque el contexto actual es muy distinto al que enmarcó la presidencia del PT entre 2003 y 2010, cuando el sindicalista adoptó un rol de peso a nivel regional que hoy parece difícil de reeditar.
Si de herencias se habla, la de la política exterior –especialmente, la regional- de Bolsonaro hacia Lula será sin dudas pesada. El presidente de derecha dejará un país alejado del resto de América Latina, tras una gestión en la que mantuvo vínculos pragmáticos, sin alianzas en una región donde vio multiplicarse a los gobiernos de izquierda y con tensiones dentro de los bloques regionales. También tomó decisiones sustanciales que se espera que Lula revierta, como la salida de Brasil de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) –actualmente presidida por la Argentina- y de Unasur, en cuya fundación Lula tuvo un rol protagónico, además de la ruptura de los lazos diplomáticos con Venezuela.
“El gobierno de Bolsonaro adoptó una política de aislamiento en la región, muy reactiva. No había una política estructurada de mediano a largo plazo para América del Sur. Las decisiones eran tomadas principalmente en función del color ideológico del presidente de turno de cada país”, dice a LA NACION Feliciano Sá Guimaraes, director académico del Centro Brasileño de Relaciones Internacionales (Cebri).
Alejandro Frenkel, profesor de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín, quien menciona la “desamericanización” en la política exterior de Bolsonaro, menciona que su legado en materia internacional va más allá de la región: “La relación con Estados Unidos es mala, con Europa también por el tema ambiental, con China es muy tensa por los cuestionamientos del bolsonarismo al comunismo, y tampoco tuvo una política activa hacia África, una característica de los gobiernos del PT”.
Integración sin liderazgo
Distinta fue la herencia que dejó Lula cuando el poder en 2010, después de dos mandatos en los se proyectó como un líder regional –aprovechando la llamada “marea rosa” de gobiernos de izquierda latinoamericanos, de Hugo Chávez a Néstor Kirchner- y también como una figura reconocida en el ámbito internacional, que se reflejó, por ejemplo, en la fundación del BRIC (el grupo que reunía a las economías emergentes de fines de los 2000, Brasil, Rusia, India y China, a las que en 2011 se sumó Sudáfrica).
“Lula va a tratar de revertir la imagen de Brasil no solo en la región, sino a nivel global”, dice Frenkel, quien también considera que Lula buscará devolver estabilidad a la Cancillería brasileña, que “siempre tuvo mucha autonomía”, pero en la que Bolsonaro “tuvo una política de fuerte intervencionismo”.
Lula expuso su mirada regional hoy mismo, tras emitir su voto: “Estamos cansados de ser una región pobre. Brasil debe tener la generosidad para juntar a todos. Necesitamos que América Latina sea un bloque fuerte”.
Sin embargo, más allá de las intenciones, los especialistas coinciden en que sería difícil para el líder del PT recobrar un rol dominante en el tablero internacional en este nuevo mandato como tuvo en los anteriores.
Es que los contextos internacional y doméstico condicionarán fuertemente a Lula. Entre 2003 y 2010, Brasil aprovechó el boom de los commodities, acumuló años de crecimiento económico y logró una reducción de pobreza a través del gasto social. Ahora hay una guerra en curso en Europa, una altísima tensión entre China y Estados Unidos y una crisis económica global, mientras que sus desafíos internos también serán mayores, con un Congreso con mayoría opositora, una coalición de gobierno diversa que lo obligará a hacer equilibrios, y una economía cargada de desafíos. Lula fue el presidente de la sexta economía del mundo y asumirá en la decimosegunda.
“Brasil no es influyente simplemente por su tamaño; Brasil es influyente principalmente cuando tiene éxito. Durante períodos de estancamiento o inestabilidad, Brasil pierde protagonismo en la diplomacia latinoamericana. Entonces, la gran pregunta es si Lula puede recuperar la magia de la década de 2000 en la década de 2020. Tengo dudas. Si Brasil continúa en crisis, no será un líder en América Latina”, señala Brian Winter, vicepresidente de Americas Society/Consejo de las Américas.
Pese a un rol más restringido, Lula ya dio señales de apuesta a la integración y cooperación latinoamericana, como la idea de una moneda única para la región para “independizarse” del dólar –una iniciativa que no pareciera viable al corto plazo- y el guiño a favor del ingreso de la Argentina al Brics.
Además, se espera que el Mercosur vuelva a ser una prioridad dentro de la política regional de Lula y que intente darle un nuevo impulso, especialmente cuando Brasil lo presida en el segundo semestre de 2023.
“Veo a un Lula más comprometido con fortalecer al Mercosur. Puede ser una buena oportunidad para renegociar algunas cuestiones del tratado con la UE porque Europa está más en aprietos y más interesada en firmar el acuerdo. Otro punto en el que podría llegar a haber avances es el tema ambiental como una cuestión central dentro del bloque”, opina Frenkel. Sin embargo, no imagina un gran relanzamiento del Mercosur por cuestiones estructurales, “que tienden a generar menor demanda de integración, como los vínculos bilaterales con China, el crecimiento de sectores vinculados con agronegocios que no tienen interés de mantener un Mercosur como está, o Uruguay buscando un tratado de libre comercio con China”. Nuevamente, el contexto es muy distinto al de hace una década.
Los socios
El líder del PT también se encontrará con una nueva camada de socios en el mapa regional, nuevamente dominado por la izquierda. Esta vez, se relacionará con aliados golpeados por la inflación y crisis políticas (como Gabriel Boric, Alberto Fernández y Gustavo Petro), mientras que en lugar de un aliado como Chávez tendrá en Caracas un desafío.
Victoria Murillo, directora del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Columbia, señala que el movimiento de Lula hacia el centro en la campaña “refleja menor libertad de acción, por lo que es probable que las alianzas internacionales sean usadas para mostrar credenciales de izquierda, aunque una alianza con Venezuela tiene ahora muchos más costos domésticos que los que tenía hace 15 años y eso limitará su libertad en cuanto a la estridencia de sus alineamientos, además de que ahora hay una izquierda más diversa que en sus administraciones anteriores”.
Por su parte, Guimaraes menciona que el giro a la izquierda de la región allana el camino para que Lula vuelva a integrarse y pone como ejemplo el vínculo con la Argentina. “Fernández y Lula tienen una amistad de mucho tiempo, y la relación bilateral mejorará. La relación nunca había llegado a este nivel, con un desacoplamiento total de sus políticas exteriores. Ahora lo que vamos a ver es una mayor y más pragmática proximidad”, anticipa. “Si hay mayor congruencia en este campo, automáticamente se reflejará en una posición más fuerte para ambos países a nivel internacional en las negociaciones climáticas, comerciales, del G-20, etcétera”.
Más allá de este vínculo bilateral y el económico (Brasil es el principal socio comercial del país), desde la Argentina también se observó el proceso electoral del país vecino con una pregunta: ¿tendrá un impacto en la política local?
“Creo que los argentinos votarán el próximo año pensando casi exclusivamente en la Argentina. Quizás si Bolsonaro ganaba, eso hubiese dado un impulso adicional a los candidatos que se le parecen un poco; el ejemplo obvio es Javier Milei. Pero no creo que una victoria de Lula impulse significativamente a la izquierda argentina, especialmente si Lula comienza a sufrir de inmediato la caída de popularidad que ha afectado a casi los presidentes latinoamericanos en los últimos años desde el momento en que asumen el cargo”, opina Winter. “Es una época muy difícil para ser presidente en América Latina”, concluye.
Para Murillo, en cambio, el proceso brasileño debe despertar especial atención en la dirigencia local. “Me parece que los políticos argentinos debieran mirar cómo la grieta brasileña del anti-petismo y el anti-bolsonarismo afecta al funcionamiento de la democracia incluso en sus instituciones básicas respecto a las reglas del juego electoral, algo que a los argentinos nos costó tanto recobrar y que gobiernos de diferente signo han cuidado tras el retorno de la democracia contribuyendo a la confianza de la ciudadanía”.