Elon Musk se ve a través de un logo de Twitter en esta ilustración tomada el 28 de octubre de 2022. (Dado Ruvic/Reuters) Elon Musk me hace extrañar a Carl Sagan. En los días transcurridos desde que el hombre más rico del mundo cerró el trato para convertirse en el único propietario de Twitter, me he empapado de la sabiduría Musk: consejos para los jóvenes, consejos para el éxito, advertencias sobre la pornografía.
Supongo que si el papa Francisco tiene que darle instrucciones a los sacerdotes y monjas para que eliminen el “entretenimiento para adultos” de sus teléfonos celulares, es porque la pornografía debe estar más generalizada de lo que pensaba. Pero Musk ha mencionado la pornografía tantas veces que he comenzado a preguntarme si no estará intentando ocultar su uso compulsivo.
Pero, por otro lado, quizás esté tratando de distanciarse de un sitio web pornográfico que mostró un Tesla y a una pareja sacándole provecho a la función de piloto automático del automóvil eléctrico.
Mientras tanto, Tesla enfrenta una demanda por la muerte de un conductor que se estrelló mientras utilizaba la función de asistencia al conductor de Tesla. La compañía sostiene que los accidentes son culpa de los conductores, no del sistema de piloto automático, y señala que se supone que los conductores deben mantener ambas manos en el volante y los ojos enfocados en la carretera mientras usan el piloto automático.
Para complicar más la situación, Musk tuiteó que existen “más formas de utilizar el piloto automático de las que imaginábamos”. ¿Qué podría haber querido decir? La demanda podría ser el menor de los problemas de Musk.
A pocos días de asumir la titularidad, Musk retuiteó—y luego borró— una horrenda teoría conspirativa sobre el brutal ataque con martillo contra Paul Pelosi, esposo de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, a finales de la semana pasada. En lugar de condenar la violencia y comprometerse a utilizar su poderoso medio para promover una sociedad más civil, Musk sugirió que una teoría conspirativa sin fundamento alguno podría explicar los eventos en San Francisco del viernes 28 de octubre.
¿Por qué alimentar al monstruo en lugar de cortarle la cabeza? La respuesta no es alentadora. En pocas palabras, Musk se ha enamorado del monstruo. Cayó en el encanto de lo inmediato y actuó con la impulsividad de un niño que de repente se da cuenta de que puede abrir puertas.
Tras haber prometido expandir Twitter a más voces y declararse a sí mismo como un “absolutista de la libertad de expresión”, Musk es un hombre fuera de control. Ha despedido a muchos de los funcionarios ejecutivos de la compañía, así como a la junta directiva, y ha dado a entender que los intentos de Twitter de monitorear y eliminar el contenido dañino serán desechados.
Sí, Virginia, sí existe tal cosa como tener demasiado dinero.
Mientras tanto, los fragmentos de sabiduría típica de galletas de la suerte de Musk apuntan a una superficialidad desconcertante. Sus consejos no son tan malos como prosaicos y suenan a directrices básicas para colegiales: Lee libros, piensa en grande, sé útil.
Ojalá aplicara ese consejo. Con el desarrollo de las elecciones intermedias entre preocupaciones cada vez más profundas de que estamos al borde de una guerra civil, Musk está perdiendo la oportunidad de ser útil y cambiar el mundo para bien.
Para empezar, Musk podría añadir a Sagan, un colega peregrino en la búsqueda del significado del universo, a su lista de lectura. El filósofo y astrónomo Sagan, fallecido en 1996, logró levantar nuestras miradas hacia el cielo y elevar el espíritu humano con una economía del lenguaje que debería serle atractiva al nuevo zar de Twitter. Su humildad ante el infinito contrasta notablemente con el ostentoso objetivo de Musk de colonizar Marte.
Aunque Sagan, más conocido por estudiar la vida extraterrestre, fue blanco frecuente de burlas en su época, en retrospectiva fue un profeta. En un extracto de su libro Cosmos, que bien podría haber sido un tuitazo, Sagan podría haber estado hablando sobre el partidismo cada vez más vil y violento de hoy cuando escribió:
“Cada uno de nosotros es, en la perspectiva cósmica, valioso. Si un humano no está de acuerdo contigo, déjalo vivir. No encontrarás otro en cien mil millones de galaxias”.
Solía pensar que era mejor dejar que las personas, incluido el expresidente Donald Trump, expresaran sus ideas, sin importar cuán ignorantes, manipuladoras o falaces fueran.
Ahora no estoy tan segura. Eliminar el discurso de odio, especialmente en un momento en el que el antisemitismo está en auge y los epítetos racistas están resurgiendo de nuevo en Twitter, quizás sea lo mínimo que podamos hacer. En las primeras 12 horas bajo propiedad de Musk, el uso de algunos insultos raciales en la plataforma se incrementó 500%, según el Network Contagion Research Institute, el cual predice amenazas emergentes en función del contenido.
Uno de los resultados es que las personas están abandonando la plataforma, entre ellas celebridades de alto perfil como la creadora de Grey’s Anatomy, Shonda Rhimes. Quizás más ciudadanos comunes abandonen Twitter por completo y regresen a los intercambios humanos con vecinos y amigos.
Es lo que necesitamos. Dejar que los orcos peleen entre ellos no es una mala opción. Dejémoslos vivir, entre ellos.
Kathleen Parker escribe dos columnas semanales en el Post sobre política y cultura. Se considera a sí misma como una intelectual conservadora. Fue ganadora del Premio Pulitzer en 2010.