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Matheus: Jalabolismo cívico

“La revolución bolivariana, el chavismo y el madurismo no son azares de la historia. Son vástagos del pueblo venezolano. Los hemos engendrado y persisten porque hay algo que les permite subsistir entre nosotros. Bolichicos, enchufados, Rafael Lacava, “alacranes” y un largo etcétera, son expresiones del problema. (…) Se trata de un jalabolismo cívico que priva a los pueblos de la verdad sobre sus propias virtudes y sus propios defectos”.

 

 

Entre las muchas verdades contenidas en la obra Sobre la amistad, de Cicerón, hay una que ilumina con brillo especial la comprensión del momento de pueblo que vive Venezuela. Dice:

(…) al igual que aconsejar y ser aconsejado es propio de una verdadera amistad, dando los consejos con tacto y no con aspereza y recibiéndolos con paciencia y no con repugnancia, también debemos considerar que no hay peor peste para una amistad que la adulación, los halagos, la zalamería… en efecto, hay muchas formas de denominar este defecto propio de hombres débiles y engañosos que lo dicen todo para gustar y nunca por la verdad.

La amistad -como enseña la filosofía clásica y demuestra la experiencia cotidiana- es una forma de amor y un bien humano fundamental. La felicidad de la persona está signada por el proceso de darse a otros y recibir la riqueza afectiva de otros. “Sin amigos nadie querría vivir”, afirma Aristóteles. Y entre los atributos más sublimes que trae consigo la amistad está  la convivencia en la verdad. Amigo es quien dice la verdad a toda costa; cómplice es quien la omite. Por eso, Cicerón no duda en identificar que la adulación, esto es, omitir deliberadamente la verdad para agradar y lisonjear, es una fuente de degeneración humana y de ensoberbecimiento. La persona adulada se aliena y queda a merced de una suerte de tiranía interior que la hace vivir colmada de sí misma -de su egoísmo- y fuera de la realidad de las cosas…

Dentro de los pueblos también existe la amistad. Suele llamársele amistad cívica. Es un vínculo profundo entre conciudadanos que se saben atados por el derecho que los rige, por la cultura, por las tradiciones, por la historia compartida y, sobre todo, por el ejercicio de la virtud en la procura sanamente patriótica del bien común. Y en el seno de los pueblos también emerge la peste de la adulación que infecta la amistad cívica. Una corruptela que lleva, entre otras cosas, a que la clase política adule al pueblo y le diga no lo que le conviene, sino lo que quiere escuchar, lo que lo enajena y aleja de la convivencia en la verdad. Algunos bautizan el fenómeno bajo el lugar común del populismo. Otros bajo el rótulo de la demagogia. Lo cierto es que se trata de un jalabolismo cívico que priva a los pueblos de la verdad sobre sus propias virtudes y sus propios defectos, y convierte a la ciudadanía en una ficción de justicia.

“Dejar atrás el jalabolismo cívico es una tarea de pueblo, que debe encontrarnos a los dirigentes políticos en primera fila”

En el caso venezolano se ha carcomido la amistad de pueblo. Se ha instalado un jalabolismo cívico que nubla la conciencia colectiva e impide advertir el mal del que somos capaces colectivamente. No nos decimos con verdad que Venezuela no es meramente un país oprimido por un régimen dictatorial. La revolución bolivariana, el chavismo y el madurismo no son azares de la historia. Son vástagos del pueblo venezolano. Los hemos engendrado y persisten porque hay algo que les permite subsistir entre nosotros. Bolichicos, enchufados, Rafael Lacava, “alacranes” y un largo etcétera, son expresiones del problema: una sociedad que perdió las categorías morales y tolera el mal porque ha difuminado de manera relativista las líneas que distinguen lo bueno de lo malo. En este sentido, Nicolás Maduro es el peor efecto del problema. Pero no es la causa del problema. Son 23 años de dominación autocrática que han postrado éticamente lo que somos y colocan la lucha por la democracia y por la justicia en el plano de la conciencia humana, de un ethos de pueblo para que los venezolanos rompamos el jalabolismo cívico y aspiremos a vivir nuevamente en la verdad, cuya guía permite distinguir lo bueno de lo malo y lo justo de lo injusto.

Dejar atrás el jalabolismo cívico es una tarea de pueblo, que debe encontrarnos a los dirigentes políticos en primera fila. Consiste -insisto- en decirnos la verdad con tacto y sin asperezas, pero con fortaleza. El futuro de Venezuela es esperanzador. El potencial de la bondad criolla sigue intacto. La oscuridad del chavismo-madurismo y de lo que hemos sido capaces quedará en el pasado. Tenemos que cobrar conciencia de que el pueblo de Venezuela debe regenerar su ethos político. El 2024 es una buena oportunidad para comenzar a hacerlo. Lo primero es no acostumbrarnos a la inmoralidad colectiva. Lo segundo, articularnos para derrotarnos a nosotros mismos en una victoria electoral que saque a Nicolás Maduro del poder e inicie la democratización de Venezuela. Estoy seguro de que lo lograremos.

 

 

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