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The Economist – BELLO: América Latina es un desastre. Pero aún tiene fortalezas

En su última columna, BELLO dice adiós en tiempos revueltos

NOTA INTRODUCTORIA:

Michael Reid  (1952, Guildford, Inglaterra), es escritor, periodista y ponente, y actualmente trabaja como redactor jefe en The Economist. Reside en Madrid, desde donde escribe la columna «Bello» sobre América Latina, y es el redactor general de esta región.

En 2003, la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia le concedió el premio Maria Moors Cabot por sus extraordinarios reportajes sobre América Latina. Estudió Política, Filosofía y Economía en el Balliol College de la Universidad de Oxford, y es un ponente habitual en el mundo empresarial, académico y de políticas públicas. Reid también ha declarado ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense y el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de los Comunes del Reino Unido.

Esta nota a continuación es su despedida, es la última columna de BELLO.

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Mientras escribe, BELLO puede ver en su mente la ilimitada extensión del Pacífico en Lima, los diminutos barcos pesqueros que cruzan la bahía en busca de corvina y chita, los pelícanos rozando a centímetros sobre las olas, los buitres volando en círculos en lo alto del acantilado. También puede vislumbrar las sinuosas carreteras que serpentean junto a abismos de infarto en su intento de conectar pueblos de los Andes, si los aludes lo permiten. Puede sentir el calor húmedo del oscuro suelo de la selva amazónica y los áridos matorrales del sertão brasileño. Puede ver el llano vacío de las pampas argentinas con sus solitarios ombúes, y los volcanes de México y Centroamérica. América Latina siempre ha sido, ante todo, geografía: asombrosa, pródiga, imposible y traicionera.

Los libros que ofrecen una única explicación -dependencia, colonialismo, cultura o instituciones ibéricas- del relativo fracaso de América Latina están invariablemente equivocados. Sus dificultades se derivan de la interacción de todos estos factores y otros más. Pero la geografía, a menudo ignorada, es uno de ellos, como explicó Sebastián Mazucca, politólogo argentino, en un libro publicado en 2021. Conspira contra los Estados fuertes que controlan su territorio, obligando a los gobiernos a pactar con los potentados locales a expensas del Estado de Derecho y de una administración imparcial.

La rica dotación de recursos naturales de América Latina ha impulsado auges y caídas, ha atraído a extranjeros codiciosos y ha proporcionado el caldo de cultivo para la carne roja del populismo, un juego de culpas sobre por qué la gente es pobre si la tierra es tan rica. Otro factor geográfico, la lejanía de los principales centros de la economía mundial, ha perjudicado el comercio y la inversión.

Cuando esta columna comenzó hace casi nueve años, América Latina progresaba. La pobreza disminuía sin cesar, al igual que la desigualdad (aún amplia) de los ingresos. Las clases medias-bajas se expandían y la democracia parecía echar raíces.

Pero este progreso se vio favorecido fundamentalmente por el auge de las materias primas. Pronto se desvaneció. En los últimos nueve años, el PIB por habitante de la región no ha crecido. La inversión ha caído, la productividad languidece y la pobreza ha vuelto a aumentar. Ha estallado el descontento. La inestabilidad política aumenta mientras dictadores aparentemente inamovibles gobiernan Venezuela, Nicaragua y ahora El Salvador. El crimen organizado ha extendido sus sangrientos tentáculos, de México a Chile y Paraguay.

Si miramos más lejos, no todo es tan sombrío. Este columnista,  [ BELLO ]  empezó a vivir en América Latina hace exactamente 40 años y lo ha hecho durante casi la mitad del periodo transcurrido desde entonces. Durante estas décadas, las sociedades de la región se han vuelto más igualitarias en algunos aspectos. En ningún otro lugar del mundo en desarrollo está tan extendida la idea de los derechos humanos.

América Latina prospera culturalmente. El mundo mueve las caderas al ritmo de la música latina. La literatura latinoamericana ha entrado en la corriente dominante, liderada por una cohorte de jóvenes escritores, muchos de ellos mujeres. La comida latinoamericana, desde el ceviche peruano a los tacos mexicanos, se ha hecho un hueco en los menús de todo el mundo.

La región es más resistente de lo que dicen los titulares. Desde el punto de vista social, esto se debe en gran medida a la fortaleza de las redes familiares y a la economía informal, aunque esto suponga un lastre para la productividad. Desde el punto de vista macroeconómico, las reformas de los años ochenta y noventa produjeron beneficios duraderos. Los objetivos de inflación y la independencia de los bancos centrales han demostrado su eficacia. La región se ha recuperado de la crisis de la pandemia del COVID-19 mucho más rápidamente que, por ejemplo, Europa, aunque aún queden cicatrices sociales.

Como siempre, las perspectivas lucen atractivas, brillando como los espejismos en las salinas del Altiplano boliviano. América Latina, tan vulnerable a las catástrofes naturales, será uno de los principales escenarios de la lucha contra el cambio climático. Está llamada a ser un proveedor clave para la economía verde, con dos tercios de las reservas mundiales de litio y el 40% de las de cobre. Es una fuente abundante de alimentos y agua dulce. La deslocalización fronteriza («nearshoring») de las cadenas de suministro ofrece muchas oportunidades. Algunos de los obstáculos de la geografía podrían superarse ahora, digitalmente. Y esos imponentes paisajes forman identidades y atraen turistas.

A pesar de todo, América Latina sigue siendo la región en desarrollo donde la democracia está más extendida. Faltan aún las virtudes que la geografía ha impedido y que Andrés Bello defendía: el Estado de derecho, una mejor educación pública, la apertura y la cooperación regional. Ahí es donde está la batalla. Con un corazón más entristecido que cuando asumió esta tarea que hoy concluye, BELLO vuelve a colocar la pluma en su tintero.

 

Traducción: Marcos Villasmil

 

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NOTA ORIGINAL:

THE ECONOMIST

BELLO

Latin America is in a mess. But it still has strengths

In his final column, Bello says adiós in troubled times

 

In his mind’s eye as he writes, Bello can see the limitless expanse of the Pacific at Lima, the tiny fishing boats that plug across the bay in search of corvina and chita, the pelicans skimming inches above the waves, the vultures circling on the clifftop. He can glimpse, too, the sinuous roads that snake beside heartstopping abysses as they endeavour to connect towns in the Andes, landslides permitting. He can feel the clammy heat of the dark floor of the Amazon rainforest and the arid scrub of the Brazilian sertão. He can see the flat emptiness of the Argentine pampas with their solitary ombú trees, and the soaring volcanoes of Mexico and Central America. Latin America has always been, first and foremost, about geography—stunning, bountiful, impossible and treacherous.

The books that offer a single explanation—dependency, colonialism, Iberian culture or institutions—of Latin America’s relative failure are invariably wrong. Its difficulties stem from the interplay of all these factors and more. But geography, often ignored, is one, as Sebastián Mazucca, an Argentine political scientist, explained in a book published in 2021. It conspired against strong states that control their territory, obliging governments to strike pacts with local potentates at the expense of the rule of law and impartial administration.

Latin America’s rich endowment of natural resources has powered booms and busts, attracted covetous foreigners and provided the broth for the red meat of populism—a blame game about why people are poor if the earth is so rich. Another geographical factor, remoteness from the main centres of the world economy, has hurt trade and investment.

When this column began almost nine years ago Latin America was advancing. Poverty was falling steadily and so was (still wide) income inequality. The lower-middle classes were expanding and democracy seemed to be putting down roots.

But this progress was flattered by a commodity boom. It soon waned. Over these past nine years the region has seen no growth in GDP per person. Investment has fallen, productivity languishes and poverty has risen again. Discontents have erupted. Political instability is increasing while seemingly immovable dictators rule Venezuela, Nicaragua and now El Salvador. Organised crime has extended its bloody tentacles, from Mexico to Chile and Paraguay.

Take a longer view, and not everything is as gloomy. Your columnist began to live in Latin America exactly 40 years ago and has done so for almost half of the period since then. Over these decades the region’s societies have in some ways become more egalitarian. Nowhere else in the developing world is the idea of human rights now so widely shared.

Culturally Latin America thrives. The world is swaying its hips to Latin music. Latin American literature has moved into the mainstream, led by a cohort of young writers, many of them women. Latin American food, from Peruvian ceviche to Mexican tacos, has carved its way onto menus around the word.

The region is more resilient than headline-writers allow. Socially that owes much to the strength of family networks and to the informal economy, although this is a drag on productivity. Macroeconomically the reforms of the 1980s and 1990s produced lasting benefits. Inflation-targeting and independent central banks have proved their worth. The region has bounced back from the pandemic slump much more quickly than, for example, Europe, even if social scars remain.

As always, the prospects are tantalising, shimmering like the mirages on the salt flats of the Bolivian Altiplano. Latin America, so vulnerable to natural disasters, will be one of the main theatres in the battle against climate change. It is set to be a key supplier for the green economy, with two-thirds of the world’s lithium reserves and 40% of those of copper. It is an abundant source of food and fresh water. Nearshoring of supply chains offers plenty of opportunities. Some of geography’s obstacles could now be overcome, digitally. And those imposing landscapes form identities and attract tourists.

Despite everything, Latin America remains the developing region where democracy is most widespread. Missing still are the virtues that geography has hindered and that Andrés Bello stood for: the rule of law, better public education, openness and regional co-operation. That is where the battle lies. With a heavier heart than when he picked it up, Bello is replacing his pen in its inkwell.

 

 

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