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La alianza franco-alemana languidece 60 años después de la reconciliación

Macron y Scholz celebran hoy el LX aniversario del Tratado del Elíseo, matriz de la construcción europea

Firma del Tratado del Elíseo (22 de enero de 1963) entre De Gaulle (centro) y Adenauer (izquierda)

 

Emmanuel Macron y Olaf Scholz, acompañados de sus gobiernos e importantes delegaciones parlamentarias, celebrarán hoy, en la Sorbona y el Elíseo, el LX aniversario del Tratado del Elíseo, matriz de la reconciliación franco-alemana, tras dos guerras mundiales, y matriz, asimismo, de todos los grandes proyectos de la construcción política de Europa.

Durante cuatro décadas, entre 1963 (firma del Tratado del Elíseo) y 2003 (guerra de Irak), el eje franco-alemán echó los cimientos de grandes proyectos bilaterales y europeos. En vísperas de la invasión norteamericana de Irak (marzo 2003), Helmut Schmidt, excanciller de Alemania, uno de los grandes arquitectos de la política alemana, europea y trasatlántica de su tiempo, anunció solemnemente: «El eje, el motor franco-alemán, ha dejado de existir. París y Berlín hablan de ‘renovación’, pero se trata de mera autointoxicación».

Comenzaba una erosión relativa de las relaciones entre ambos países. El antiguo eje y motor es hoy una amistad privilegiada, una amistad de conveniencia, a geometría variable. Hace años que Francia y Alemania no lanzan grandes proyectos comunes. Y las ambiciones europeas de Emmanuel Macron, expuestas en la Sorbona en septiembre del 2017 –«renovar Francia para refundar Europa, afirmando nuestra soberanía industrial y militar»–, no han sido apoyadas por Alemania ni buena parte de Europa del Este.

 

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Entre 1961 y 1970, Charles de Gaulle, Konrad Adenauer, Willy Brandt y Georges Pompidou crearon un nuevo marco institucional, bilateral, europeo, trasatlántico. Entre 1971 y 1980, Valéry Giscard d’Estaing y Helmut Schmidt lanzaron grandes iniciativas esenciales para el futuro continental, del Sistema Monetario Europeo a la elección del Parlamento europeo a través del sufragio universal. Entre 1981 y 1995, François Mitterrand y Helmut Kohl (con Jacques Chirac durante un periodo muy corto), tomaron iniciativas igualmente capitales: respuesta común a la caída del Muro de Berlín, creación de la primera brigada franco-alemana, creación del Eurocuerpo y Tratado de Maastricht, síntesis provisional de todos los tratados europeos anteriores.

Respuesta a Putin

Entre 1996 y 2007, Jacques Chirac, Gerhard Schröder y Angela Merkel intentaron continuar tan magna herencia. Pero la retórica diplomática comenzó a difuminar unas relaciones que comenzaban a perder impulso, incluso a deteriorarse por momentos. Entre 2007 y 2012, Angela Merkel y Nicolas Sarkozy comenzaron a tomar iniciativas bilaterales de calado mucho más modesto. La anexión rusa de Crimea (2014-2015), antecedente de la guerra imperial rusa contra Ucrania, confirmó que Francia y Alemania no tenían una respuesta ni común ni eficaz contra Putin.

Entre 2012 y 2017, Angela Merkel y François Hollande tampoco tomaron iniciativas europeas importantes, intentando en vano oficiar de ‘intermediarios’ entre Rusia y Ucrania, con unos resultados sencillamente nulos, o algo peor: no vieron o no desearon enterarse de los proyectos que Putin terminaría poniendo en práctica. Finalmente, entre 2017 y 2023, Emmanuel Macron, Angela Merkel y Olaf Scholz confirmaron la inexistencia de grandes proyectos comunes, dejando al descubierto diferencias de criterio estratégicas sobre el futuro de Europa.

El 26 de septiembre de 2017, a los cuatro meses de ser elegido presidente, por vez primera, Macron presentó en la parisina universidad de la Sorbona su gran proyecto de «reformar Francia para refundar Europa». La reforma de Francia sigue pendiente. París y Berlín, Macron, Merkel y Scholz, no comparten puntos capitales sobre el futuro de Europa.

En la matriz original de las ambiciones macronianas para Europa se encontraba la soberanía militar, penúltima versión del pilar europeo de la defensa tradicional de la diplomacia francesa desde hace décadas. Tras tres años de duros chalaneos y negociaciones, sin resultado, Annegret Kramp-Karrenbauer, antigua ministra alemana de la Defensa, rechazó de manera frontal la proposición del presidente francés con esta declaración: «Hay que acabar con la ilusión de la autonomía estratégica de Europa. Los europeos no podrán reemplazar el puesto capital que tienen los EE.UU. en tanto que garantes de nuestra seguridad». Dicho de otra manera: Alemania confía en el arma nuclear y los ejércitos de EE. UU. estacionados en Europa; pero no se fía del arsenal nuclear francés ni de su capacidad militar.

El segundo pilar del plan macroniano era la soberanía industrial. A los pocos meses del estallido de la guerra de Ucrania, la Alemania de Scholz confirmó su resistencia a tal ambición francesa, anunciando una iniciativa de escudo de protección del cielo europeo (European Sky Shield Initiative), para «crear un sistema de defensa aérea y antimisiles mediante la adquisición conjunta de equipos de defensa». Dicho de otro modo: Alemania prefiere comprar tecnología israelí y norteamericana, provocando una sorda cólera en la Francia de Macron, que tiene su propio proyecto de defensa antimisiles.

Problemas de fondo

Sin duda, Francia y Alemania colaboran y trabajan con otros aliados europeos en muchos e importantes proyectos industriales y militares. Pero cuando la guerra se instala en el corazón de Europa, Alemania rechaza la soberanía industrial y militar propuesta por la Francia de Macron. La guerra de Putin contra Ucrania está iluminando los problemas de fondo, forzando otro tipo de relaciones, bilaterales y multilaterales: París y Berlín tienen políticas paralelas en cuestiones de seguridad, defensa y energía. El escudo antimisiles promovido por Alemania ha suscitado malestar en Francia. El canciller Scholz apoyó, en vano, el proyecto de gasoducto concebido por el Gobierno español; pero Macron terminó convenciendo a Pedro Sánchez de que un gasoducto Barcelona-Marsella era más oportuno.

Diplomacia, seguridad y defensa eran la clave de bóveda del Tratado del Elíseo concebido por Adenauer y De Gaulle. Entre 1963 y 2003, París y Berlín intentaron crear el embrión de una Europa de la defensa, un hipotético ejército europeo. Desde hace veinte años, se han alejado de tales ambiciones, limitándose a gestionar crisis puntuales. El Tratado del Elíseo tenía y tiene otros capítulos importantes: las instituciones, la cultura, la inmigración, la enseñanza, el diálogo parlamentario… En todos esos terrenos, sucesivos gobiernos alemanes y franceses han hecho grandes progresos, pero sin iniciativas capitales, bilaterales ni europeas.

El difunto eje y motor franco-alemán era una garantía para el resto de los miembros de la UE. La actual geometría variable introduce matices: la Europa del Este suele estar más cerca de Alemania que de Francia. La Europa del Sur suele apoyar las posiciones de Francia. Macron defiende la creación de un espacio político europeo, del que formen parte Estados que no son miembros de la UE, que no ha suscitado entusiasmos frenéticos ni al este ni al sur de Europa.

 

 

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