DictaduraEconomía

Rafaela Cruz: Modelo ruso en Cuba… ¿será posible?

En su intento de imitar a Rusia, el castrismo podría fracasar de modo tan estrepitoso como en su intento de imitar a la antigua Unión Soviética.

 

Rusia no es solo un «capitalismo de compadres» donde empresarios enchufados al Gobierno controlan como monopolios o cárteles empresas y mercados antes estatales. Si es mejor ser ruso hoy que soviético ayer, es porque amplios sectores económicos liberalizados y competitivos han desarrollado las potencialidades locales y, por supuesto, atraído franquicias y sucursales de cientos de multinacionales occidentales que han llevado prosperidad e inversión al país eslavo.
El nepotismo que da fama al modelo ruso, en realidad está relativamente limitado a sectores «estratégicos» para el Gobierno —no para el pueblo—, fundamentalmente banca, comunicaciones, industria pesada (incluyendo armamento) y, por supuesto, hidrocarburos.

Esa yuxtaposición de una economía relativamente liberada como base amplia y una economía estatal —aunque teóricamente privada—, concentrada en sectores específicos pero con un peso enorme en el ingreso fiscal, es lo que equilibra el modelo ruso: el Estado es, gracias a los ingresos de los hidrocarburos, financieramente independiente del resto de la economía, contando con recursos suficientes para costear un modelo dictatorial que solo rinde cuentas formalmente al pueblo, pero sin meterse demasiado en la economía de las familias.

Sin esas reservas casi infinitas de hidrocarburos explotadas por empresas «privadas» directamente dependientes del Kremlin, el Gobierno ruso no habría podido desentenderse del resto de la economía, pues los poderes allí surgidos le habrían disputado el control político, como hicieron los oligarcas durante la transición de Yeltsin a Putin, hasta que, gracias a los ingresos del petróleo más su sicopatía, este último pudo concentrar nuevamente un poder que se estaba disgregando.
Para injertar ese modelo en Cuba se necesitaría también un sector lo suficientemente productivo como para que el castrismo pudiera, monopolizándolo, independizar sus ingresos del pueblo, lo que le permitiría entonces concentrarse en aquellos sectores clave para mantener el poder —banca, comunicaciones, industria pesada—, y a la vez dejar bastante más libertad para vender pan con timba, remendar zapatos o regentar un hostal, así como privatizar muchas de las empresas estatales o mantenerlas funcionando como tapadera para subsidiar MIPYMES enchufadas.

Sin esa gallina de los huevos de oro propia, el Gobierno no tendría recursos para mantener su aparato propagandístico; sus órganos represivos que incluyen policías, militares, diputados y poder judicial; no podría mantener su inevitablemente inmensa burocracia, ni tendría un nivel suficiente de prebendas para garantizar la paz en una cúpula gobernante cada vez más aficionada a los lujos del capitalismo.

Sin esa gallina de los huevos de oro propia, el Gobierno no puede permitir que una dinámica económica liberal fomente la sociedad civil y surjan agentes independientes demasiado influyentes, porque incluso los que comiencen a enriquecerse como fieles al Gobierno, pueden eventualmente, una vez enriquecidos, confrontarlo.

En definitiva, sin un sector que permita ingresos fiscales centralizados e independiente al resto de la economía no hay «modelo ruso», el castrismo estará condenado a convivir con el pueblo y, por lo tanto, a mantenerlo en un rango de miseria no tan bajo para evitar el estallido social, pero suficiente para impedir que nazca una sociedad civil prospera, independiente e internacionalmente conectada, que pueda tener veleidades políticas.

El azúcar podría haber sido esa fuente de recursos. A un precio promedio de 20 centavos la libra, una producción de siete millones de toneladas —algo perfectamente sostenible para las condiciones de Cuba— representaría más de 3.000 millones de ingresos anuales, lo que sería más que suficiente para que el castrismo costeara su poder absoluto en Cuba y, sin temor, diera «vida» al resto de la sociedad.

Pero la estatalización y Fidel Castro destruyeron una tradición de 200 años, y ahora, incluso aunque el Gobierno privatizara el sector azucarero, este está demasiado descapitalizado tanto en lo físico como en lo humano, además de que ha perdido cuotas de mercado y economías de escala, con lo que es impensable recobrar producciones importantes.

Perdida el azúcar, quizás ahora se entienda por qué el castrismo ha estado, sin justificación económica racional, invirtiendo de manera desmedida en turismo, a costa de descapitalizar el resto de sectores productivos, erigiendo modernos hoteles entre las ruinas de una Habana decrépita.
Muy posiblemente, los gobernantes cubanos hayan apostado a convertir el turismo en ese sector, centralmente controlado mediante oligarcas tropicales aliados a empresas extranjeras, que propicie la independencia financiera del régimen con respecto al pueblo, y permita dejar los huesos de la economía nacional relativamente liberada, mientras lo gordo queda en manos del Gobierno y sus acólitos, aparentemente privatizado.

Sin embargo, aunque gracias a esa exagerada inversión el turismo es ya decisivo para los ingresos del país, no es ni de lejos ese sector potente que podría servirle a la mafia de La Habana como los hidrocarburos a la mafia de Moscú, y no lo será mientras los norteamericanos no puedan visitar libremente Cuba.

Si el castrismo se anima a dar pasos acelerados hacia un «capitalismo de compinches» —de momento los está dando de forma muy tímida mediante las MIPYMES— sin tener condiciones para ello, no será un modelo ruso lo que obtendrá, sino un modelo centroamericano, en el que instituciones débiles y profundamente corruptas mantienen al Estado secuestrado por oligarquías extractivas. En su intento de imitar a Rusia, el castrismo podría fracasar de modo tan estrepitoso como en su intento de imitar a la Unión Soviética.

 

 

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