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Yevgeny Zamyatin, el hombre que inspiró a George Orwell

Ingeniero naval e intelectual ruso, su novela Nosotros es considerada la primera distopía jamás escrita, y punto de referencia para el autor de 1984.

 

Es una historia poco conocida, pero tres años antes de publicar 1984, George Orwell acusó a Aldous Huxley de haberse inspirado notablemente en una novela desconocida de un autor ruso para construir su distópico Un mundo feliz. «Ambos libros tratan sobre la rebelión del espíritu humano primitivo contra un mundo racionalizado, mecanizado y sin dolor», escribió, antes de dejar claras sus preferencias personales: «Es esta comprensión intuitiva del lado irracional del totalitarismo —el sacrificio humano, la crueldad como un fin en sí mismo, la adoración de un Líder a quien se le atribuyen atributos divinos— lo que hace que el libro de Zamyatin sea superior al de Huxley».
El libro de Yevgueni Zamyatin, que así se llamaba el ruso, se titula Nosotros y fue escrito doce años antes que la distopía ‘huxleyana’ —en 1920, concretamente—, aunque la censura bolchevique y diversas dificultades hicieron que no pudiera ser editado por primera vez hasta 1924, en Estados Unidos, y 1929 en París. En Rusia, de hecho, no vio la luz hasta 1988. Pese a todo, a día de hoy es considerado el libro pionero de un género que acabó consolidándose durante el siglo pasado gracias, precisamente, a los trabajos de los dos famosos escritores británicos.

En opinión del propio Orwell, Nosotros es por derecho propio la primera distopía que profundizó en la esencia deshumanizadora que caracteriza a cualquier régimen autoritario.

Yevgueni Zamyatin o la esencia del totalitarismo

Yevgueni Zamyatin fue un viajero incansable. Nacido en Lebedián, en 1884, aprovechó la primera oportunidad que tuvo para moverse a la gran ciudad de San Petersburgo, donde comenzó a estudiar ingeniería naval en 1902. En aquella época estudiantil despertó su conciencia política. Participó activamente en la Revolución de 1905, después de haberse unido a los bolcheviques, y fue arrestado y exiliado en varias ocasiones, llegando a vivir un tiempo en Finlandia.

Pero su periplo vital no acabó allí. Tiempo después, la Revolución de 1917 le sorprendió trabajando en los muelles de Newcastle, donde se encontraba construyendo un buque rompehielos. En esa época ya había podido conocer la vida en Gran Bretaña, y quedar impresionado por el taylorismo, teoría que sacrificaba cualquier indicio de individualidad del trabajador por el bien de la máxima productividad de las fábricas. Aquello, como no podía ser de otra manera, le repelió desde el principio.

A su regreso a la Rusia revolucionaria, sin embargo, comenzó a sentir la misma repulsión que había experimentado en los muelles británicos. En varios escritos de la década de los diez, él ya había indagado en ese rechazo natural que había sentido al vislumbar los mecanismos de un sistema que se afanaba por cercenar las libertades más profundas de las personas. La deriva del ideal comunista que podía respirarse de repente en su país no hizo más que confirmarle sus sospechas: No existía demasiada diferencia entre la fiebre capitalista que representaba el taylorismo, y la deshumanización paulatina a la que veía abocadas a las gentes de la Rusia de Lenin. Sólo en ese contexto pudo escribir su gran obra.

Porque Nosotros es precisamente eso: una disertación acerca del poder alienador que puede tener toda autoridad mal ejercida. Es ese extremo último en el que las teorías sociales terminan por ser dadas la vuelta; en el que la sociedad, de pronto, ya no es ese estado deseable diseñado para favorecer a cada uno de los individuos que la conforman, sino que ha adquirido una entidad propia y se ha convertido en un sujeto externo por cuyo progreso las gentes deben sacrificarse. Todo es más sencillo de entender en boca del propio Zamyatin: «¿Hace falta decir que entre nosotros tampoco aquí, como en todo lo demás, hay lugar para las casualidades ni puede haber ningún imprevisto? Las elecciones mismas tienen un significado más bien simbólico: recordad que somos un solo y poderoso organismo compuesto por millones de células». Y las personas por tanto, como células, no pueden pretender tener más derechos que el organismo al que conforman. Deben sacrificar su libertad por la quimérica creencia de que es ‘La Sociedad’ —en mayúsculas— la que debe perfeccionarse, y no el individuo el que debe sacarle partido a un contrato social satisfactorio.

La novela analiza muy lúcidamente esta paradoja gracias a un planteamiento enormemente acertado. El juego narrativo consiste en una serie de notas, escritas en primera persona por uno de los individuos que conforman el Estado Único. Lo que hace Zamyatin entonces es llevar al extremo las dinámicas sociales de un estado autoritario en el que la libertades han sido eliminadas casi absolutamente: Las personas ya no tienen nombre y son identificadas con números; los horarios, confeccionados concienzudamente por el gobierno, son de obligado cumplimiento y regulan los movimientos de la gente minuto a minuto; el día a día está ideado para sacarle el máximo rendimiento al trabajo, que está orientado a su vez hacia el progreso ininterrumpido de una sociedad sin individuos, conformada más bien por las precisas piezas de una maquinaria bien engrasada: perfecta. En esa sociedad lo irracional no tiene cabida, aunque no ha terminado de ser extirpado del todo.

Todavía algunos números se rebelan contra esa atmósfera asfixiante; pero la mayoría de ellos —entre los que se encuentra el protagonista— prefieren ese estado de las cosas. La gente acaba prefiriendo renunciar a su libertad para ser «encadenada a la felicidad»; o lo que es lo mismo, a una vida sin sobresaltos en la que hasta la muerte ha dejado de resultar problemática, porque ya no existe el yo, sino únicamente el «Nosotros».

Leyendo la novela es fácil entender por qué fascinó tanto a Orwell. La reseñó en 1946, y la comparó con la obra de Huxley. El tema recurrente, al que también había apuntado el escritor de Un mundo feliz, era la extraña circunstancia por la cual el hombre podía llegar a amar su propia esclavitud. No es de extrañar que tres años después de aquello publicase su propia visión sobre el asunto; ni que el universo de 1984 tuviese tantas similitudes con el que había imaginado Zamyatin tres décadas atrás. Y es que el ruso fue, a fin de cuentas, el hombre que inspiró a George Orwell.

 

 

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