Velásquez: La batalla de Bukele
Ciertamente la gestión de gobierno del Presidente Nayib Bukele se ha convertido en un tema casi obligado de discusión entre actores y observadores de la política en nuestra región pero, sobre todo, a nivel de organismos internacionales y de ONG vigilantes de las violaciones de los Derechos Humanos.
Sin embargo, el Sr. Bukele se ha convertido en uno de los líderes, electos democráticamente, más populares del mundo, cuyo índice de aprobación supera el 90%, después de tres años en el cargo. Esa imagen de líder capaz de enfrentar los problemas que aquejan a los salvadoreños enganchó no solo en El Salvador, sino también en toda América latina y, muy particularmente, en el resto de Centroamérica, una región fuertemente golpeada por autoritarismos de izquierda y de derecha. A decir verdad, muchos analistas políticos de la región opinan que es el único presidente que está dando respuesta contundente a uno de los más graves problemas que aqueja a la sociedad de su país.
¿Pero qué hizo para tener ese alto índice de popularidad?
Una de las razones es que Bukele representa una ruptura radical con la política tradicional de su país. Logró la simpatía de los salvadoreños, un país harto de la violencia, de la corrupción de la clase política y con índices de pobreza y desigualdad escandalosos. Para la mayoría de los salvadoreños, las décadas de gobierno del partido conservador ARENA y de la izquierda representada por el FMLN, tras el retorno de la democracia en 1992, no representaron un cambio real para el país. Al contrario, ambas organizaciones son vistas como las responsables de los problemas de violencia y pobreza que aquejan a los salvadoreños. El descontento con la política y los políticos salvadoreños es de tal magnitud que el Latinobarómetro en 2018 mostró que apenas el 28% de la población consideraba importante la democracia. Pero quizás lo más importante fue que más del 50% aseguró que le daba lo mismo vivir en una democracia o una dictadura siempre y cuando le resolvieran sus problemas. Ese es un mensaje claro y contundente, que además es el sentir de muchos latinoamericanos.
Según Latinobarómetro, el 80 por ciento de la población de la región no cree en las instituciones, incluyendo a la Iglesia Católica, ni en la política ni en los políticos. Ciertamente, los invito a que observen lo que está sucediendo en Venezuela, Bolivia, Argentina, Perú, Ecuador, Chile y Brasil, por solo nombrar unos pocos países.
Si bien es cierto que el estilo de gobierno de Nayib Bukele ha exhibido métodos no muy acordes con los usos en un estado de derecho, también lo es que, por principio, cualquier persona que asuma la Primera Magistratura de cualquier país tiene la obligación de asegurarle a la sociedad un mínimo de bienestar y, sobre todo, seguridad para que la población pueda desenvolverse con toda libertad. Imagino que debe ser muy difícil para un gobierno dialogar y convencer a unas de las peores bandas criminales de Centroamérica de cambiar su comportamiento para con la sociedad. Igualmente debe ser difícil para cualquier Estado ubicar a los miembros de una banda delincuencial en un hotel de 5 estrellas para que estén cómodos, no comentan delitos y así mantener a la opinión internacional feliz. Un viejo diplomático me dijo una vez: “Luis, ¡hay que ponerse en los zapatos de los demás para poder entender realmente que lo acosa!”
Hace un año el presidente decretó un régimen de excepción que le ha permitido asfixiar a los dos principales grupos criminales del país, la mara Salvatrucha13 y el Barrio18, aunque también habría habido detenciones arbitrarias, abusos policiales y violaciones de derechos humanos, según ha denunciado el Comité contra la Tortura de las Naciones Unidas y otros organismos internacionales.
Para que tengan una idea de la crisis de seguridad en ese país, en 2021 se registraron 1.147 homicidios provocados por las maras; en el 2022 se registraron 495 homicidios, debido a la política de seguridad aplicada por Bukele, desde que asumió en junio de 2019.
El sitio de noticias “El Faro”, publicación periódica independiente en el Salvador, preparó un análisis en el que indica que las estructuras de las maras “han sido seriamente debilitadas y que su presencia es ya mínima o nula en los territorios que controlaron durante décadas”. Señala también que: “Hemos tenido que ceder nuestra democracia que, aunque imperfecta, se construyó después de 100.000 muertes y miles de desapariciones” después del fin de la guerra.
Es importante señalar que Bukele es el presidente latinoamericano con el más alto índice de aprobación en la región, lo que no es un dato casual. Recientemente la encuestadora CID-GALLUP publicó los resultados de un interesante muestreo realizado en toda América latina, que identifica a Nayib Bukele como el líder político más popular de América Latina, con 92% de popularidad en la región. El último de una lista de 13 políticos latinos es el Sr. Rafael López, empresario y político peruano, alcalde de Lima y líder del conservador partido Renovación Popular.
Es que para miles de familias salvadoreñas, pasar unos días sin violencia y asesinatos significa un cambio radical en la vida cotidiana y, por lo que se ve, la sociedad está dispuesta a pagar por ello el alto precio de los estándares democráticos.
Quizás lo que más enardeció tanto a las organizaciones de defensa de los derechos humanos como a la prensa internacional fue el traslado de 2000 pandilleros a la cárcel más grande del continente. La prensa internacional fue bastante explicita en imágenes, no muy agradables por cierto. Comprensible el temor? si; todos lo tenemos.
Debo reconocer que como persona que reconoce el valor de los Derechos Humanos, escribir este artículo me suscita muchas contradicciones, particularmente porque soy nacional de un país en donde la violencia producida por las bandas criminales es el pan nuestro de cada día. Tanto es así que ya el venezolano lo reconoce como parte de su existencia. Pero más grave aún es cuando el gobernante de turno utiliza el desborde de la criminalidad como un instrumento de control social y para lo cual lo único que necesita es cruzarse de brazos. No recuerdo que alguna vez hayamos tenido un día sin delitos en Venezuela.
No quiero que me malentiendan. No apoyo ni la violencia ni la represión del Estado ni tampoco la generada por la bandas criminales. Pero siempre me he preguntado si nosotros, los ciudadanos de a pie, tenemos también derechos humanos. Si nosotros, los de a pie, podemos disfrutar de momentos de paz y seguridad.
Quizás, estimados lectores, ustedes puedan dar respuesta a estos dos interrogantes:
¿Qué se viene?
Creo que podríamos estar, más bien, ante efectos inmediatos que difícilmente se podrán prolongar en el tiempo si no se abordan los asuntos que los generan, lo que no excluye una eficiente acción policial y de la Justicia. Creo importante destacar que no se puede tener resultados sostenibles sin abordar los factores contributivos de la violencia, como la pobreza, la desigualdad y la exclusión, especialmente de los jóvenes.
El contexto social impacta más severamente en la juventud pauperizada y sin futuro en un país como El Salvador. Abordar esos asuntos críticos y dar oportunidades serias para la educación, el trabajo y el esparcimiento de esa juventud en peligro, así como la articulación con las comunidades corroídas por las pandillas, aparece como un ingrediente esencial de las políticas públicas necesarias en esta materia.
Lo anterior plantea un reto para las democracias latinoamericanas, las cuales deben ser eficaces en estrategias de prevención y respuesta, lo que, lamentablemente, no ha sido siempre el caso.
Preocupación por la deriva autoritaria del Sr. Bukele es importante que se tenga. Porque es muy seguro que participará como aspirante a seguir conduciendo el gobierno en las próximas elecciones presidenciales, a realizarse el 4 de febrero del 2024. Los seres humanos por naturaleza somos muy complicados y pudiera ser que malinterprete ese apoyo.
Si en un segundo periodo de gobierno no ataca la pobreza y la marginalidad, difícilmente podrá manejar ninguna variable en el país y con mucha seguridad las pandillas que hoy están en prisión se reconstituirán y su accionar será mucho más virulento.
Luis Velasquez – Embajador