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Cómo China perdió Asia

Estados unidos y filipinas fotos de stock, imágenes de Estados unidos y filipinas sin royalties | Depositphotos

Los esfuerzos de China por intimidar a sus vecinos para que accedan a sus exigencias y preferencias no sólo han fracasado, sino que han llevado a las democracias asiáticas a profundizar en la cooperación en materia de seguridad con Estados Unidos. Para evitar una catástrofe, ambas partes deben andarse con pies de plomo.

 

Desde los albores de la política internacional, los Estados más pequeños se han enfrentado al formidable reto de sortear las rivalidades entre grandes potencias. Hoy en día, es la contienda geopolítica entre Estados Unidos y China la que ha obligado a los países a equilibrar sus intereses nacionales contrapuestos. Hacia qué lado gravitan depende de las circunstancias internas y externas.

Pensemos en Filipinas, que tiene interés en mantener tanto sus crecientes lazos económicos con la vecina China como su alianza de seguridad de medio siglo con Estados Unidos. El último presidente filipino, Rodrigo Duterte, puso más énfasis en lo primero, alejándose bruscamente de Estados Unidos y acercándose a China tras su elección en 2016.

A cambio de ponerse efectivamente del lado de China en la creciente competencia entre grandes potencias, Duterte buscó la inversión china en su proyecto favorito: el «¡Construye! ¡Construye! Construye!», un programa de infraestructuras, así como la moderación del agresivo comportamiento de China en el Mar de Filipinas Occidental, en particular su apropiación de islotes y afloramientos reclamados por Filipinas. Pero China no accedió. Cuando la presidencia de Duterte terminó el pasado mes de junio, China había entregado menos del 5% de los 24.000 millones de dólares que se había comprometido a invertir en Filipinas, y sus provocaciones en el Mar de Filipinas Occidental, que comprende parte de la zona económica exclusiva de Filipinas, no habían cesado.

El sucesor de Duterte, el presidente Ferdinand Marcos hijo, ha adoptado hasta ahora un enfoque estratégico más prudente. Profundamente preocupado por las disputas territoriales alimentadas por las reclamaciones chinas en el Mar del Sur de China, Marcos ha decidido reafirmar y mejorar la asociación de su país con Estados Unidos.

Para ello, Filipinas ha decidido conceder a EE.UU. acceso a otras cuatro bases militares -hasta un total de nueve-, algunas de las cuales están situadas cerca de zonas en disputa del Mar del Sur de China. Las tropas estadounidenses rotan regularmente por las bases designadas. Estados Unidos y Filipinas también han acordado reanudar el patrullaje conjunto en dicho mar, que, bajo el mandato de Duterte, estuvieron suspendidas durante seis años.

Además de Estados Unidos, Filipinas y Japón han acordado recientemente estrechar sus lazos en materia de defensa, y las tropas japonesas tendrán mayor acceso al territorio filipino para entrenamiento y logística. Además, Filipinas busca una mayor cooperación marítima con el Reino Unido. Ambos países celebraron su Diálogo Marítimo inaugural el 7 de febrero. Dos semanas después, el ministro de Defensa filipino acordó con su homólogo australiano formalizar su compromiso «estratégico» en materia de defensa, que podría incluir patrullas conjuntas en el Mar del Sur de China.

Así pues, Filipinas se está convirtiendo gradualmente en un centro clave de cooperación militar entre las democracias del Sudeste Asiático. Esto proporciona a Estados Unidos importantes ventajas estratégicas, de las que China sólo puede culparse a sí misma. Los esfuerzos de China por intimidar a sus vecinos para que accedan a sus demandas y preferencias no sólo han fracasado, sino que han dado lugar a la aparición de una especie de coalición antichina en el Indo-Pacífico.

Este ha sido sin duda el caso de Corea del Sur. Después de que el país accediera en 2016 a desplegar en su territorio un sistema antimisiles estadounidense de Defensa Terminal de Área a Gran Altitud (THAAD, por sus siglas en inglés) -una respuesta a la escalada de amenazas de Corea del Norte-, China impuso fuertes sanciones económicas. Con ello, la opinión pública surcoreana se volvió bruscamente en contra de China: medida en una escala de 1 (más negativa) y 100 (más positiva), la opinión de los surcoreanos hacia China se sitúa ahora en 26,4, dos puntos menos favorable que la opinión hacia Corea del Norte (28,6), según una encuesta de Hankook Research realizada en 2021.

En parte como respuesta a la opinión pública, el presidente surcoreano Yoon Suk-yeol, al igual que Marcos, ha intentado reforzar su alianza con Estados Unidos. También está trabajando para mejorar las tensas relaciones con Japón, entre otras cosas anunciando un plan para compensar a los coreanos que realizaron trabajos forzados bajo el régimen colonial japonés durante la Segunda Guerra Mundial.

Las agresivas sanciones de China contra Australia -impuestas en 2020 como castigo por la petición del gobierno australiano de una investigación independiente sobre los orígenes del COVID-19- estimularon una reorientación similar de la política exterior. En septiembre de 2021, Australia formó una «asociación de seguridad reforzada», conocida como AUKUS, con Estados Unidos y el Reino Unido. Y Australia, India, Japón y Estados Unidos han tratado de reforzar el Diálogo Cuadrilateral de Seguridad.

Todas estas medidas pretenden reforzar la seguridad, pero también entrañan riesgos. En su libro de 1995 «Diplomacy», el ex Secretario de Estado estadounidense Henry Kissinger sostenía que fue la combinación de «truculencia» e «indecisión» de los dirigentes de la Alemania Imperial lo que «precipitó a su país primero al aislamiento y luego a la guerra». En su opinión, la Primera Guerra Mundial estalló en parte porque los dirigentes «se dejaron llevar por las emociones del momento y se vieron obstaculizados por una extraordinaria falta de sensibilidad hacia la psique extranjera». Una dinámica similar puede estar en juego hoy en día.

Garantizar que la oscura historia del siglo XX no resuene hoy en día requerirá un buen juicio por ambas partes. China debe reconocer el miedo que ha provocado con su acoso, y las democracias del Indo-Pacífico deben asegurarse de que sus respuestas no aumentan excesivamente las tensiones. De lo contrario, podríamos ir, cuál sonámbulos, hacia la catástrofe.

 

Traducción: Marcos Villasmil

 

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NOTA ORIGINAL:

PROJET SYNDICATE

How China Lost Asia

China’s efforts to bully its neighbors into acquiescing to its demands and preferences have not only failed; they have led Asia’s democracies to deepen security cooperation with the United States. To avoid catastrophe, both sides should tread lightly.

 Since the dawn of international politics, smaller states have faced the formidable challenge of navigating great-power rivalries. Today, it is the geopolitical contest between the United States and China that has compelled countries to balance their competing national interests. Toward which side they gravitate depends on domestic and external circumstances.

Consider the Philippines, which has an interest in maintaining both its growing economic ties with neighboring China as well as its half-century-old security alliance with the US. The Philippines’ last president, Rodrigo Duterte, placed greater emphasis on the former, turning sharply away from the US and toward China after his election in 2016.

In exchange for effectively siding with China in the escalating great-power competition, Duterte sought Chinese investment in his pet project – the “Build! Build! Build!” infrastructure program – and moderation of China’s aggressive behavior in the West Philippine Sea, particularly its seizure of islets and outcroppings claimed by the Philippines. But China did not oblige. When Duterte’s presidency ended last June, China had delivered less than 5% of the $24 billion it had pledged to invest in the Philippines, and its provocations in the West Philippine Sea, which comprises part of the Philippines’ exclusive economic zone, continued unabated.

Duterte’s successor, President Ferdinand Marcos, Jr., has so far taken a more prudent strategic approach. Deeply concerned about the territorial disputes fueled by Chinese claims in the South China Sea, Marcos has decided to reaffirm and enhance his country’s partnership with the US.

To this end, the Philippines has decided to grant the US access to four more military bases – for a total of nine – some of which are located near disputed areas of the South China Sea. American troops rotate regularly through the designated bases. The US and the Philippines have also agreed to resume joint patrols in the South China Sea, which, under Duterte, were suspended for six years.

Beyond the US, the Philippines and Japan recently agreed to deepen defense ties, with Japanese troops securing greater access to Philippine territory for training and logistics. Moreover, the Philippines is pursuing greater maritime cooperation with the United Kingdom. The two countries held their inaugural Maritime Dialogue on February 7. Two weeks later, the Philippine defense minister agreed with his Australian counterpart to formalize their “strategic” defense engagement – potentially including joint patrols in the South China Sea.

So, the Philippines is gradually becoming a key hub of military cooperation among Southeast Asia’s democracies. This affords the US important strategic benefits – for which China has only itself to blame. China’s efforts to bully its neighbors into acquiescing to its demands and preferences have not only failed; they have led to the emergence of a kind of anti-China coalition in the Indo-Pacific.

This has certainly been the case in South Korea. After the country agreed in 2016 to deploy a US Terminal High-Altitude Area Defense (THAAD) anti-missile system on its territory– a response to escalating threats from North Korea – China imposed heavy economic sanctions. With that, public opinion in South Korea turned sharply against China: measured on a scale of 1 (most negative) and 100 (most positive), South Korean sentiment toward China now stands at 26.4 – two points less favorable than sentiment toward North Korea (28.6), according to a Hankook Research poll conducted in 2021.

Partly in response to public opinion, South Korean President Yoon Suk-yeol, like Marcos, has sought to strengthen its alliance with the US. He is also working to improve long-strained relations with Japan, not least by announcing a plan to compensate Koreans who performed forced labor under Japanese colonial rule during World War II.

China’s aggressive sanctions against Australia – imposed in 2020 as punishment for the Australian government’s call for an independent inquiry into the origins of COVID-19 – spurred a similar foreign-policy reorientation. In September 2021, Australia formed an “enhanced security partnership,” known as AUKUS, with the US and the United Kingdom. And Australia, India, Japan, and the US have sought to strengthen the Quadrilateral Security Dialogue.

All of these steps aim to bolster security, but they also carry risks. In his 1995 book Diplomacy, former US Secretary of State Henry Kissinger argued that it was Imperial German leaders’ combination of “truculence” and “indecisiveness” that “hurled their country first into isolation and then into war.” In his view, World War I erupted partly because leaders were “swayed by the emotions of the moment and hampered by an extraordinary lack of sensitivity to foreign psyches.” A similar dynamic may be at play today.

Ensuring that the dark history of the twentieth century does not echo today will require sound judgment from both sides. China must recognize the fear it has incited with its bullying, and democracies across the Indo-Pacific must take care to ensure that their responses do not heighten tensions excessively. Otherwise, we may well sleepwalk into catastrophe.

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