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Camacho: Espejismos diplomáticos

Si Sánchez fía su remontada a la agenda europea quizá tenga algo que aprender de la derrota de su colega finlandesa

Hay una mala noticia para Pedro Sánchez en la derrota de su colega finlandesa. Y es que por muy buena prensa en el extranjero que Sanna Marin tuviera, que la tenía, sus conciudadanos han votado en clave interna. Sucede así en casi todos los países, últimamente incluso en los que, como Estados Unidos, valoran su relevancia geoestratégica; tanto más en naciones pequeñas donde los gobernantes tienden a perder dentro el prestigio que puedan adquirir fuera. El jefe del Ejecutivo español tiene puestas muchas expectativas en el turno de presidencia semestral de la Unión Europea, que piensa aprovechar como plataforma de relanzamiento de su maltrecha imagen doméstica, y en tal sentido nos espera un abrasivo despliegue propagandístico de su ilustre tarea como anfitrión, guía y referencia de los grandes líderes del planeta. A tenor de los precedentes, sin embargo, parece improbable que la autoexaltación vaya a solucionar sus verdaderos problemas más allá de satisfacer sus incomprendidas pretensiones de grandeza.

Las numerosas cumbres previstas en nuestro suelo le permitirán, eso sí, acaparar el primer plano y blasonar de un liderazgo comunitario que la trompetería oficialista se encargará de glorificar a todo trapo. Pero ya vimos el año pasado cómo el efecto de la reunión de la Alianza Atlántica, un éxito indubitado, no sólo se disolvió bien rápido sino que coincidió con la intención de voto más baja –y la inflación más alta– de su mandato. Afrontar una campaña electoral con Ursula von der Leyen de la mano puede garantizar muchas aperturas de telediarios; lo que no está tan claro es que la agenda internacional levante una curva demoscópica en pronunciada cuesta abajo. Incluso podría suceder lo contrario: que la población perciba a su presidente levitando entre vapores diplomáticos y desentendido de los asuntos cotidianos. A Marin le acaba de pasar: Finlandia entra hoy en la OTAN gracias a su implicación en el conflicto ucraniano y ella sólo puede celebrar un amargo, ingrato fracaso.

Sánchez ni siquiera ha conseguido mantener tres días el eco de su muy publicitada gira por Hispanoamérica y China. La hija subrogada de Ana Obregón y el varapalo del Supremo a Marlaska copaban los espacios de noticias mientras los arúspices monclovitas trataban de vender la entrevista con Xi Ping a una opinión pública desentendida. La repercusión del viaje a Pekín ha sido mínima. En el Parlamento se hablaba de úteros de alquiler y en la calle del desconocido padre de la niña; las páginas de información política especulaban sobre la bronca entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz. En este contexto va a ser difícil sacar rédito del protagonismo europeísta, salvo el apoyo que el propio presidente logre obtener para sus aspiraciones subjetivas. Aunque siempre sea mejor despedirse del poder con fuegos artificiales que con la triste rutina de unas elecciones perdidas.

 

 

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