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Fernando Mires: El regreso de Argentina a Occidente

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El triunfo de Macri ha sido visto en diferentes países latinoamericanos como un punto de partida de cambios políticos que tendrán lugar a escala regional. Si es así, la derrota del cristinismo podría alcanzar una significación internacional tanto o más grande que la nacional.

Al fin y al cabo, si los peronistas logran armar una sólida oposición, regresarán alguna vez al poder. Con ropajes más democráticos o por lo menos más civiles que los usados por el cristinismo, puede ser posible. No ocurrirá lo mismo con el gobierno de Venezuela, el gran perdedor internacional del triunfo de Macri.

El triunfo de Macri está a punto de poner punto final a una alianza de autocracias cuyo objetivo era nada menos que ejercer hegemonía sobre todo el continente.

De hecho, los jerarcas venezolanos deberán despedirse del rol conductor que buscó Chávez para sí. En la práctica ya lo habían perdido antes del triunfo de Macri. El reencuentro de Cuba con los EE UU postergó la antigua utopía castrista de la revolución continental hacia tiempo indefinido.

La retirada de Argentina, miembro informal de la alianza “revolucionaria” que una vez comandó Chávez, solo será la firma que decretará el fin de la fiesta “bolivariana”.

El anuncio de Macri, destinado a poner en el banquillo de los acusados al gobierno de  Maduro en Mercosur, no da lugar para interpretaciones. Si a ello sumamos la crisis del lulismo personificado en la radical impopularidad del gobierno Rousseff y el cambio de orientación estratégica de la OEA desde el momento en que su secretaría general fue asumida por Luis Almagro, no es exagerado afirmar que ALBA ha llegado a ser un grotesco remedo de lo que una vez quiso ser.

Correa buscará seguramente un acomodo compatible con el desarrollismo tecnocrático que intenta impulsar en Ecuador. Ortega seguirá otorgando facilidades inversionistas a EE UU a cambio de que lo dejen tranquilo con su revolución familiar. Y Evo podrá continuar su revolución pachamámica, que con eso no le hace mal a nadie. Todo esto significa que la idea de la revolución bolivariana continental deberá despedirse del continente, quizás para siempre. En buena hora. Con su retirada se abrirán nuevas alternativas democráticas. Alternativas que no son de izquierda ni de derecha.

No sólo las derechas latinoamericanas han unido su destino con dictaduras. La izquierda en su forma comunista-pro soviética primero y en su forma castrista-chavista después, nunca ha sido democrática. Nació, creció y envejeció  bajo el amparo de ideologías y naciones despóticas. Si aceptó el juego de la democracia sólo lo hizo siguiendo una lógica instrumental cuyo objetivo final era la ocupación del Estado en nombre de la supuesta e incumplida satisfacción de demandas sociales intentó eternizarse en el poder, ya sea a la fuerza como en Cuba, o alterando las constituciones en busca de reelecciones indefinidas. Si ayer Stalin y Castro fueron sus ídolos, hoy ha asumido los modelos autocráticos de Lukaschenko y Putin. Este último deberá contentarse ahora con mirar a América Latina desde lejos.

El triunfo de Macri abre la posibilidad del retorno de Argentina —un país atlántico— al redil político occidental. Si el nuevo gobierno asume sus propósitos, atrás quedarán los tiempos en los cuales Cristina Fernández y Hugo Chávez rendían pleitesía a las más tenebrosas dictaduras del planeta. La Argentina de Macri, visto desde esa perspectiva, podría llegar incluso a ejercer un cierto liderazgo político regional. Algo que ni con Perón logró.

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