Un poquito de por favor
¿Qué pueden hacer EE.UU. y China para no caer en la trampa de Tucídides?
Llevamos un tiempo, con una cuestionable sobredosis de morbo geopolítico, releyendo la obra de un griego que murió hace 2.500 años. Se rebusca entre las páginas de la ‘Historia de la Guerra Peloponeso’ escrita por Tucídides confirmación a todo ese tramposo determinismo que, alimentado por los paralelismos históricos entre Atenas y Esparta, anticipa a corto plazo una confrontación directa entre EE.UU. y China.
Los ‘nostradamus’ del oriente han elevado a categoría de verdad relevada la gran advertencia de Tucídides sobre la inevitabilidad de la guerra cuando el status quo del orden internacional es cuestionado por una potencia emergente (Atenas/China). Y ese reto es percibido como una amenaza inaceptable por parte de un rival consolidado que sospecha que sus mejores días han quedado atrás (Esparta/Estados Unidos).
Hay mucho que discutir sobre cuál de las dos potencias que chocan en el Pacífico tiene mayores problemas de declive terminal. Sobre todo, con una China que cada vez se resiente más de su pasado, presente y futuro autoritario y nacionalista. Una China que se asoma al barranco de una recesión económica en forma de W, con efectos devastadores para ese pacto comunista de más o menos prosperidad a cambio de ninguna libertad.En el contexto de esa relación bilateral, tan envenenada como para hacer temer un conflicto, se enmarca el encuentro del secretario de Estado Antony Blinken con el líder supremo Xi Jinping. Con este diálogo de 35 minutos sobre su tensa rivalidad, ambos países envían un mensaje al resto del mundo. Al menos por ahora, Washington y Beijing no quieren que su relación se defina por una abierta y peligrosa hostilidad.
Tanto la preocupación como la presión internacional se centra en evitar un choque catastrófico entre las dos principales economías globales. Especialmente cuando sobran frentes de fricción como Taiwán, amenazas militares, el programa nuclear de Corea del Norte, la guerra de Ucrania, derechos humanos, la represión en Xinjiang, Tíbet y Hong Kong o el uso nefario de tecnologías avanzadas. Aunque desacoplarse de China sea una misión imposible, reducir riesgos es una prioridad absoluta.