Democracia y PolíticaEleccionesMarcos Villasmil

Villasmil: España – Ahora, la estrategia

 

¿Es acaso viable una democracia tutelada y controlada por quienes la desean destruir? Como ha destacado Isabel Díaz Ayuso “nunca antes en la historia de España había ocurrido que el candidato perdedor se apoyase  en delincuentes y enemigos de España para ser el presidente del Gobierno”.

Con ello, Sánchez sigue a su manera el sendero que inaugurara José Luis Rodríguez Zapatero, el anterior presidente socialista español, mentor de Pedro Sánchez en todo lo que lleve a atacar las instituciones generadas por la exitosa transición de la dictadura a la democracia y por la constitución de 1978.

Dicha estrategia se expresa en un hecho de carácter profundamente simbólico, así como práctico que todo partido iberoamericano de izquierda vinculado al Grupo de Puebla cumple: los  rivales o adversarios democráticos son enemigos, y deben ser identificados  como fascistas.

Y con el objetivo de mantener esa división centrada en el odio, e inocular a los ciudadanos con tal veneno, Zapatero impulsó en 2007 la Ley de la Memoria Histórica, que ha sido  sobre todo una ley de la “mentira histórica”; donde los comunistas y socialistas hispanos son los “buenos”, y todo el que no comulgue con esas ideas es un enemigo irreconciliable.

Una consecuencia de esa visión enemiga de la democracia me la hizo notar una amiga inglesa que me llamó para que le explicara  el “antes, durante y después” de la reciente elección española; luego  ella dijo algo muy cierto: el señor Sánchez no es un real socialista democrático; allá en Gran  Bretaña han tenido, en un siglo, seis primeros ministros socialistas (Labour Party): Ramsay McDonald, Clement Attlee, Harold Wilson, James Callaghan, Tony Blair y Gordon Brown. Todos gobiernos genuinamente democráticos.

El actual PSOE cada día es menos socialista, obrero o español (y ni siquiera partido: Sánchez siguiendo el ejemplo de otros liderazgos populistas lo ha convertido en una secta a su servicio).

Como destaca David Mejía en The Objective: «El gran éxito [estratégico] de Sánchez no ha sido inocular en media España el miedo al fascismo, sino inmunizarla contra cualquier otro miedo. Sólo así se entiende que millones de españoles celebren que la gobernabilidad de su país dependa de quienes quieren destruirlo. Que decidan sobre ellos quienes anhelan expulsarlos de su propio país».

Çuál sería la solución racional, civilizada, europea? Que los dos grandes partidos españoles adaptaran a su particular circunstancia la «Grosse Koalition» (La Gran Coalición), invento alemán que ha permitido que los dos grandes polos partidistas alemanes, la CDU y la CSU  (Democracia Cristiana y Unión Socialcristiana de Baviera) y el SPD (Partido Socialdemócrata), gobernaran en coalición, con la característica que el partido más votado (la CDU) lideraba el Gobierno. Si bien la práctica se inició en 1966, recientemente revivió bajo la conducción de Angela Merkel-.

En España lo han planteado tanto Felipe González como Alberto Núñez Feijóo. Pedro Sánchez se ha negado siempre. Prefiere su coalición «Frankenstein», con comunistas, podemitas, etarras e independentistas. Prefiere a los que quieren destruir España.

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La lección de las elecciones hispanas es clara: la derecha gana pero no gobierna, y la izquierda pierde pero puede gobernar.

El PP es el partido más votado de España, pero eso no significa que tenga  posibilidades de formar Gobierno. Por los lados de las derechas, mientras exista Vox (y el actual método de votación) le será muy difícil lograrlo. Y el PP tiene que ajustar su estrategia a ese hecho ineludible.

El domingo 23 de julio la suma de ambos partidos ascendió a más de 11,1 millones de votos, una cifra sensiblemente mayor a la que Mariano Rajoy obtuvo en 2011 y que se tradujo en 186 escaños. En esta ocasión, el saldo de diputados de las derechas se reduce a 172, lo que arroja una consecuencia irrefutable: concurriendo bajo dos siglas, el voto de derechas en España hace muy difícil la posibilidad de acceder al Gobierno, porque la división del voto entre PP y Vox provocó que la derecha perdiese 16 escaños con respecto a 2011.

Y otro dato esencial para cualquier estrategia futura (si los voxistas deciden ser estratégicos y no simplemente airear regularmente sus malhumores):

Para ABC “Vox está falto de una serena reflexión, la que ha esquivado con ataques desaforados a otros partidos y a la prensa, recurriendo a una victimización habitual del populismo. Abascal ha participado voluntaria o involuntariamente del estereotipo que sus adversarios le construyen y que en definitiva reduce la confianza de la mayoría social hacia la alternativa política al sanchismo. Vox nació para cubrir un espacio y un sentimiento huérfano de representación política y eso es sin duda noble y pone el foco en algunos valores conservadores desatendidos por el PP. Pero los principios cada vez quedan más sepultados por los excesos gestuales, las formas, el tono, el anecdotario antimoderno y la antipatía agresiva ante todo lo que le resulta externo. Por no hablar del talante autoritario en su relación con los medios de comunicación que lo aleja de la ortodoxia democrática”. 

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Hay que destacar asimismo una nefasta campaña electoral del PP, a veces egocéntrica, remilgada e incluso autodestructiva, y a un Vox empeñado en espantar el voto y en dar miedo a la población en general “censurando obras de teatro, quitando banderas arcoíris y prometiendo incendiar Cataluña”. Por cierto, no querían al PSOE ni al PP porque eran lo mismo y ahora el próximo Gobierno está en manos del golpista y prófugo Puigdemont.

La atmósfera a ratos muy tóxica creada por el PP y Vox ha movilizado a la izquierda lo suficiente como para prolongar la vida del Gobierno Frankenstein.

O Vox rectifica sus errores y malacrianzas, y dialoga con los populares, o al PP no le queda otra que intentar fagocitar a Vox como hizo con Ciudadanos. Me temo que Abascal y su gente deben entender que Vox llegó a su techo en 2019. No pueden crecer más. La nostalgia sobre el pasado no da más cuando los nostálgicos cada vez van siendo menos.

Una clara diferencia es que el PP es un partido democrático afiliado al Partido Popular Europeo,  donde confluyen democristianos, populares y conservadores, y por ende miembros de la IDC, la antigua internacional democristiana. Vox, una escisión del PP en 2012, se ha transformado en el vocero español de la derecha populista y autoritaria europea.

Vox debe entender que el PP -un partido mucho más grande e institucionalizado- jamás aceptará los excesos maximalistas y las  propuestas que a veces se salen del marco democrático e incluso del sentido común (como la defensa de Vox a las posturas antivacunas durante la pandemia). Estemos claros: Un PP “voxizado” no sirve y sería además suicida. Como lo está siendo la guerra entre las dos derechas. No ayuda que el PP  a ratos sienta repugnancia hacia Vox, cuando hasta el gato sabe que los dos partidos, si quieren gobernar, están destinados a entenderse.

Finalmente: si hubiera nuevas elecciones pronto, Sánchez y las izquierdas repetirán su estrategia; les ha funcionado de maravilla. ¿Qué harán las derechas? Al menos deben comenzar por aceptar que hoy España prefiere al Gobierno Frankenstein que a Vox en el Gobierno.

 

 

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