Latinoamérica, futuro democrático en alerta
Que los poderosos de este mundo se sientan tentados a mandar más y con menos controles y límites legales es algo tan viejo como la humanidad, pero que encontremos ciudadanos que se inclinen a preferir gobernantes de mano dura que hagan, aunque abusen, maten o roben, no es que sea novedad pero, al menos en principio, resulta inusual. Subproducto de la cultura antipolítica en la que el populismo encuentra ecosistema amigable, las soluciones expeditas “fáciles” del autoritarismo tienen su encanto. Problemas crónicos que se acumulan y se agravan, insatisfacción con el desempeño aliñada por una desconfianza generalizada y generalizante en la política y los políticos, dan especial atractivo a lo que Applebaum llama “el anzuelo seductor del autoritarismo”.
La revista inglesa The Economist, comenta el reciente estudio Latinobarómetro según el cual, concluyen sus analistas, habría que dudar acerca del futuro de la democracia en nuestra región latinoamericana. Por ejemplo, en quince de los diecisiete países donde se hicieron entrevistas, el personaje más popular fue el salvadoreño Nayib Bukele. Y en la lista figuraban el Papa Francisco, primer pontífice latinoamericano cuyo mensaje es cátedra de humanismo y el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, cuya heroica gesta en defensa de su nación agredida es universalmente admirada.
Cuidado. Latinobarómetro se viene haciendo desde 1995 y sólo 17% de los diecinueve mil entrevistados están de acuerdo con la afirmación de que “un gobierno autoritario puede a veces ser preferible a uno democrático” que está en el rango histórico que ha oscilado entre doce y diecinueve de cada diez personas. Téngase en cuenta también que en la misma encuesta, los dos líderes más impopulares de la región son Nicolás Maduro y Daniel Ortega, así que tampoco se trata de desconexión con la realidad o insensibilidad hacia ciertos valores o tal vez por su pobrísimo desempeño en economía y seguridad de vida o bienes.
Sin embargo, la democracia ya no tiene los niveles de apoyo superiores al 60% de los noventas, ha ido declinando hasta poco más de cuarenta, el autoritarismo es preferido por menos de veinte de cada cien personas, en cifra que va ascendiendo lentamente, pero así mismo “no me importa” va en alza hasta un cuarto del total. El respaldo a la democracia es muy alto entre quienes tienen educación universitaria y bastante elevado, aunque menor, en los egresados de educación media. Entre los que sólo fueron a escuela primaria el apoyo es inferior a la mitad del total.
Una minoría, nada despreciable, del 36% justifica el control de los medios por el presidente, en caso de dificultades y 51% se mostró en desacuerdo con las políticas de “mano de hierro”, pero 46% no compartió esa visión. Va creciendo hasta un 54% el apoyo a un gobierno que resuelva los problemas aunque no sea democrático, incluso algo más que uno de cada tres entrevistados apoyaría un gobierno militar. Lo que más preocupa a los analistas es que la base de respaldo de la democracia envejece. En la región, la adhesión a ella entre los jóvenes viene disminuyendo.
El estudio es regional, no nacional, pero así como la ola democratizadora del último tercio del siglo pasado recibió el aliento colectivo de una tendencia compartida, los nubarrones en el horizonte latinoamericano anticipan un clima que puede ser adverso, cuando en el mundo las visiones polarizadoras, intolerantes se fortalecen, mientras se debilitan los foros donde podamos encontrarnos y convivir.
La democracia, imperfecta como es, resulta infinitamente mejor que esos modelos que prometen la perfección a cambio de la libertad. No por resignación, sino porque reconoce la posibilidad de elegir y cambiar.