Gustavo Petro: la ambigüedad como estrategia
Petro juega con manos libres un doble discurso donde cada oyente toma el que quiera y soluciones mágicas que si no funcionan es porque sus enemigos las sabotearon
Con el nombre de ambigüedad estratégica, Estados Unidos autodenominó su política ante la República Popular China y Taiwán. Consiste en mantener formalmente lo acordado con Beijing con respecto a una sola China y al mismo tiempo apoyar y cultivar relaciones no oficiales, pero sí estrechas, con la isla de Taiwán. Algo así como ponerle conejo a la RPCH sin romper con ella ni alentar a Taiwán a la separación definitiva. Es un doble discurso que le permite a Estados Unidos hacer cualquier cosa.
Algo similar sucede con Gustavo Petro, pues maneja un doble discurso evidente en numerosos temas, en especial en su política económica. Al mismo tiempo es capaz de quejarse del Fondo Monetario Internacional y exigir en foros internacionales un cambio en la arquitectura financiera internacional, mientras orienta sus medidas al cumplimiento de la regla fiscal e intenta a toda costa quedar bien con esa institución en materia de equilibrio macroeconómico, reducción del déficit, disminución de la deuda y elevación de las tasas de interés para contraer la demanda interna. También hace los ajustes requeridos por el FMI, como el de equiparar el precio interno de los combustibles a los precios internacionales.
Al tiempo que asegura el cumplimiento estricto de la regla fiscal sometiéndose a lo exigido por el FMI, intenta convertirla en una regla fiscal verde, tratando de incorporar en ella inversiones flexibles e imponderables para la transición energética, pero sin cambiar las leyes que establecieron la regla, sino, haciéndolas por la puerta de atrás.
Es el caso de los llamados grandilocuentes y premiosos a que el FMI emita Derechos Especiales de Giro para atenuar la deuda de todos los países, una medida que en las actuales circunstancias no tiene ninguna viabilidad. Incluso en el supuesto de que el FMI comenzara a estudiarla, duraría varios años en ese proceso. Además, para iniciarlo, el FMI debe pedir el visto bueno de Estados Unidos, con poder de veto en la institución. Washington no va a dar ningún paso en ese sentido en vísperas de las elecciones del próximo año.
Igualmente, la sugerencia de canjear deuda por clima, desmentida por su propio ministro de Hacienda, quien aseguró que tendría un efecto negativo para recuperar el visto bueno de las calificadoras de riesgo. También, de llegar a estudiarse tal canje, el trámite duraría varios años, en medio de su visión apocalíptica sobre la inminente extinción de la humanidad.
Los anuncios reiterados de que Colombia no debe hacer nuevos contratos petroleros, ni exportar petróleo o carbón, aunque les suenan como música celestial a los fundamentalistas de la ecología, son impracticables económica y financieramente, tanto que los funcionarios sensatos se ven a gatas para explicarlos o interpretarlos.
El presidente Petro ha propuesto que la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático conforme una comisión de expertos que antes de un año emita un concepto y estudie los mecanismos para el canje. Es otro camino inviable y demorado que necesita consensos no factibles de alcanzar en medio de la polarización mundial.
Petro es capaz de señalar a las grandes potencias como incumplidoras de los acuerdos internacionales para detener el cambio climático y de exigir financiamiento para la protección del Amazonas y al mismo tiempo avalar la agenda verde de la Unión Europea, que busca convertir a los países en desarrollo en proveedores de hidrogeno verde y minerales para la transición energética en Europa.
El mensaje hacia Estados Unidos en este terreno también adolece de la misma ambigüedad estratégica, pues mientras llama a una alianza con la potencia del Norte para liderar la transición hacia energías verdes, calla que Washington está comprometido a fondo con la extracción creciente de petróleo –incluido el fracking–, la exportación de gas y las guerras contaminantes.
Mientras llama a una alianza con EE. UU. para liderar la transición hacia energías verdes, calla que Washington está comprometido con la extracción creciente de petróleo –incluido fracking– y la exportación de gas
En lo de la guerra de Ucrania sucede lo mismo. Anuncia que en nombre de la paz no enviará las desuetas armas rusas a Ucrania para no meter al país en esa guerra, y al mismo tiempo se alinea con Estados Unidos en sus objetivos, reafirma la alianza con la OTAN y estrecha los vínculos militares con Estados Unidos, como lo prueban, entre otras muchas evidencias, la base militar en la isla de Gorgona y la presencia de helicópteros norteamericanos en la Amazonia colombiana.
Reitera su apoyo al gobierno palestino y hasta compara la guerra en Ucrania con la agresión israelí al pueblo palestino, ignorando que en la guerra de Ucrania están comprometidos todos los países de la OTAN y otras potencias en su propósito de destruir a Rusia.
Lanza un fuerte discurso contra la corrupción y contra las maquinarias tradicionales y al mismo tiempo incurre en prácticas hoy investigadas por la justicia y hace alianzas electorales con las mismas camarillas que dice combatir.
Del TLC, ni hablar. Habla un día de renegociación y al otro día sus funcionarios lo desmienten aclarando que solo se trataría de revisiones menores. A la semana siguiente, en otro rapto de improvisación, ofrece sustituir las importaciones y producir 6 millones de toneladas de maíz, pero enseguida, nada más recibir la reprimenda de Estados Unidos, se queda callado.
Petro sabe a qué juega, con manos libres para hoy decir una cosa y mañana la contraria. La ventaja de tener un doble discurso es que cada oyente se queda con el que quiera. Las soluciones mágicas que propone tienen otra ventaja, y es la de que, si no se llevan a la práctica, no será por su inviabilidad, sino porque sus enemigos se las sabotearon. Al victimizarse, queda como un incomprendido ante sus seguidores.
La ambigüedad como estrategia, el doble discurso, la preocupación por tener un protagonismo mundial, serían un excelente caso de estudio psiquiátrico.
En el caso de la esquizofrenia, se ha demostrado que entre sus causas se encuentra la recepción en la niñez de mensajes contradictorios, que llevan a la inmovilidad, pues los niños no saben cómo actuar. Haciendo una similitud, se podría decir que los agentes económicos, especialmente los empresarios, están cayendo en una actitud similar ante la incertidumbre, los dobles mensajes y la ambigüedad.
Estados Unidos interpreta los mensajes de acuerdo con sus propios intereses, pues para ellos lo que vale son los hechos y no las palabras. La ambigüedad, si descartamos los diagnósticos psicológicos, son una forma que revisten la demagogia y el engaño.