Ataraxia. La imperturbabilidad según Epicuro
EPICURO
Nadie podría discutir la originalidad de la psicología de los epicúreos y la incidencia esencial que tiene en su sistema ético. Creo, incluso, que la incontestable originalidad de la ética epicúrea, valientemente fundada en una compleja –e incomprendida- concepción del placer, consiste precisamente en esa psicología desafiante y realista, profundamente pragmática, más enfocada en una descripción del funcionamiento de la naturaleza humana que en la fidelidad a un sistema ideal a la manera de Platón.
Entre los conceptos que construyen esa originalidad se encuentra el de la ataraxía, la “imperturbabilidad”. El término proviene del verbo taráttô, “agitar”, “revolver”, “perturbar”. La a-taraxía sería, pues, la “ausencia de turbación”. El término parece haber sido usado por Demócrito unos cien años antes que Epicuro, pero es el fundador del Jardín quien lo acuñó como término filosófico. En el sistema epicúreo se trata de una categoría psicológica que designa una forma especial de placer, una que nace de la “liberación de todo”, una que surge de la adquisición plena de una doctrina enfocada en la libertad y la autonomía del individuo. Ambas confluyen en la búsqueda de la felicidad, la eudaimonía, tan perseguida por los filósofos desde Sócrates y, muy especialmente, Aristóteles. En su Epístola a Herodoto (82) Epicuro afirma: “la tranquilidad del espíritu nace de liberarse de todos estos temores y de rememorar en forma continuada los principios generales y los preceptos fundamentales de nuestra doctrina”.
Es verdad que la ataraxía no parece ser una característica presente en los antiguos héroes griegos, ni en la poesía ni mucho menos en el teatro. No puede ser de otra manera si la literatura lo que busca es exaltar el pathos, las pasiones y su incidencia en la conducta y el pensamiento humanos. Tampoco parece una preocupación central en el pensamiento de los Presocráticos. La verdad es que la imperturbabilidad se constituye en una condición psicológica importante y en un valor ético especialmente a partir de Sócrates. Jenofonte recuerda que el maestro era “el más austero del mundo para los placeres del amor y la comida”, “durísimo frente al frío y al calor y todas las fatigas” (Mem. I 2), y Platón pone a Alcibíades a narrar los desprecios que tiene que soportar de un Sócrates imperturbable ante sus requiebros amorosos (Symp. 217 a-219 e). Son precisamente esas pasiones exaltadas por la literatura lo que la psicología epicúrea, como después la ética estoica, busca extirpar. Las pasiones como origen de los vicios, los errores y los temores, en una palabra, de todos los males.
La ataraxía va, pues, mucho más allá de la aponía, que es simplemente “la ausencia de dolor”, aunque es claro que la comprende. Gisela Striker (“Epicurean Hedonism”, 1993), considera que la tranquilidad, para Epicuro, implica “el estado placentero de la mente, que corresponde al estado de aponía, la ausencia de dolor, en el cuerpo”. Epicuro decía que la felicidad consiste en ambas, ataraxía y aponía, imperturbabilidad y ausencia de dolor físico, alma y cuerpo. La tranquilidad es por tanto, para Epicuro, el estado mental de la persona feliz. Una parte muy importante de la felicidad, aunque no la felicidad misma.
Hay que recordar que Epicuro ha situado a la imperturbabilidad, junto a la ausencia del dolor, entre los llamados “placeres reposados”. Lo dice en su tratado Acerca de lo que hay que escoger y lo que hay que rehusar (139, 7). La importancia de esta forma de placer radica en que proporciona al sabio una cierta independencia de las pasiones, la apátheia. A esta liberación que proporciona la imperturbabilidad se accede a través del apartamiento voluntario de los más corrientes estímulos y valores de la vida cotidiana: los bienes de fortuna, los honores, el destino… En la Sentencia vaticana 81 el filósofo dice que “no libra de la turbación del alma ni produce alegría estimable la mayor riqueza que existe, ni el honor ni la consideración de la gente”, y el neoplatónico Porfirio, todavía en el siglo III, pone en boca de Epicuro en su Carta a Marcela (29, 32, 31): “más te vale yacer en un humilde lecho de paja mostrándote animoso que turbado en una cama dorada o sentado ante una pródiga mesa”.
Para Epicuro, es la práctica de la justicia lo que determina la esencia del hombre imperturbable, la diferencia entre éste y el hombre turbado. En la Sentencia capital XVII afirma: “El hombre justo es el más imperturbable, mientras que el injusto está lleno de la mayor turbación”. Esta concepción nos revela una sutil percepción de los mecanismos de producción de las pasiones y el avanzado desarrollo de una teoría psicológica, pero también una firme convicción de los benéficos efectos que conlleva la práctica de la justicia en el seno de la convivencia social. Así lo dice el filósofo en la Sentencia vaticana 79: “el hombre sereno no causa molestias ni a sí mismo ni a los demás”.
Psicología y ética, individuo y sociedad se encuentran, pues, en un concepto que tiene innegables consecuencias tanto para la persona como para el colectivo. Es, sin duda, inevitable que en el seno de la convivencia la imperturbabilidad adquiera una dimensión social. Visto de este modo, incluso podríamos concebir a la ataraxía como uno de los placeres más políticos.