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Bukele y las elecciones de El Salvador

 

Los salvadoreños votaron abrumadoramente el domingo 4 de febrero del corriente año 2024 para reelegir al presidente Nayib Bukele, quien en su primer mandato se autoproclamó como el “dictador más genial del mundo”. Es importante señalar que, al momento de redactar este escrito, los resultados provisionales mostraban que obtuvo el 85% de los votos, lo cual es significativo no solo porque consiguió el respaldo de los salvadoreños para un segundo periodo de gobierno, sino también porque logró la mayoría en la Asamblea Legislativa de su país.

Bukele ascendió al poder hace cinco años con la promesa de acabar con el crimen y la corrupción que habían sumido a El Salvador en un Estado sin ley. En ese sentido, en marzo de 2022, después de romper el pacto que mantenía con los grupos criminales, declaró un estado de excepción que le otorgó el poder de perseguir y encarcelar a cualquier persona sospechosa de estar vinculada con las pandillas. Actualmente, hay 75.000 personas, o el 1,7% de la población adulta del país, encarceladas, lo que representa la tasa de encarcelamiento más alta del mundo, sin garantías procesales ni respeto por los derechos humanos.

Es importante tener en cuenta que Nayib Bukele es el resultado de 30 años de postguerra y democracia, durante los cuales la mayoría de la población experimentó una profundización de las desigualdades sociales, aumento de la migración, expulsión de los sectores más vulnerables, así como promesas incumplidas tanto de la derecha como de la izquierda. Además, se observó una expansión y fortalecimiento incontrolable de la violencia de las pandillas en todo el país. 

El Salvador llegó a ser reconocido como uno de los países más peligrosos del mundo. En 2015, la tasa de homicidios alcanzó los 106 por cada 100.000 habitantes, mientras que en 2023 cerró con una tasa de 2,4 por cada 100.000 habitantes. Eso es mucho más que lo que recibieron en los últimos treinta años y, frente a eso, para esa mayoría de víctimas, los costos que está pagando por la democracia no parecen ser muy altos. 

Casi tres décadas después de la firma de los acuerdos de paz, cuando Bukele llegó con su «fórmula mágica» para acabar con las pandillas, la palabra democracia tenía poco significado para la mayoría de los salvadoreños. En ese vacío, las formas autoritarias y represivas tuvieron un impacto concreto y tangible en la vida de una gran parte de la población, reduciendo la violencia y mejorando la calidad de vida cotidiana de muchas personas.

El éxito de Bukele en las urnas lo ha puesto en el radar de la ultraderecha latinoamericana. Desde Chile hasta México, se escuchan voces pidiendo seguir su ejemplo para alcanzar el poder. Aunque su discurso es atractivo y ofrece una solución aparentemente rápida a una de las grandes lacras continentales, no resuelve los problemas de pobreza y falta de oportunidades que subyacen a la criminalidad. Además, sus métodos son inaceptables para cualquier democracia plena, a menos que esté dispuesta a entrar en un estado de excepción permanente.

Si estas elecciones eran un referéndum sobre sus políticas, las ha ganado abrumadoramente. De hecho, ya ha anunciado que continuará con el régimen de excepción debido a los buenos resultados que ha obtenido, a pesar de las críticas de las organizaciones de derechos humanos, que denuncian detenciones arbitrarias, y algunas instituciones internacionales que muestran preocupación por lo que consideran una deriva autoritaria.

A nivel internacional, la reelección de Bukele en la presidencia de El Salvador ha sido ampliamente aceptada. Los gobiernos de países como México, China, Guatemala, Honduras, Panamá y Paraguay lo felicitaron públicamente, incluso antes de que se contaran con datos oficiales del escrutinio. Asimismo, el gobierno de Estados Unidos, a través del Secretario de Estado, Antony Blinken, lo felicitó, y la Organización de Estados Americanos (OEA) reconoció su triunfo.

Esta victoria le asegurará otros cinco años en el poder (hasta 2029), pero el país que le tocará gobernar ya no es el mismo que le tocó dirigir desde el 1 de junio de 2019. Con casi dos años consecutivos viviendo en estado de excepción y con presencia militar en las calles, la seguridad estaría pasando a un segundo plano en las prioridades de los ciudadanos. Según sondeos de opinión, la economía ocupa el primer lugar en la lista de preocupaciones de la población: la desigualdad, el costo de la vivienda y el desempleo juvenil se vuelven relevantes en este nuevo período de gobierno.

En este sentido, una encuesta realizada por el Instituto Universitario de Opinión Pública (Iudop) de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas de San Salvador mostró que el 32,8% de los consultados considera que el “principal problema que enfrenta El Salvador” es la economía; la segunda preocupación es el desempleo, con el 17,3%, le siguen el costo de la vida y la pobreza (13,2% y 6,6%, respectivamente), y en quinto lugar aparece la delincuencia, con el 2,6% de las menciones.

Un detalle importante de esta competencia electoral fue que el presidente electo no presentó un programa oficial de gobierno, lo que plantea dudas sobre sus próximos pasos al mando del país. 

Sin duda alguna la obtención del COCHINO DINERO fresco será crucial en su nueva gestión, ya que se espera que enfrentará dificultades financieras, lo que lo obligará a llegar a algún acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y a captar inversiones extranjeras, especialmente de China, país que ha mostrado interés en estrechar las relaciones políticas con Bukele. En este sentido cabe destacar que China financió la construcción de una lujosa biblioteca nacional inaugurada el pasado noviembre.

Así mismo el gobierno de Bukele también está ofreciendo un “visado de libertad” y diez años de exenciones fiscales a cualquiera que invierta un millón de dólares en criptomonedas en el país.

Es importante recordar el último informe de Latinobarómetro, que indica que solo el 48% de la población de la región apoya la democracia, una cifra menor al 63% alcanzado en 2010. Según esta organización, a los latinoamericanos les preocupa cada vez menos el tipo de régimen que los gobierna, y lo que más les importa es que se resuelvan sus problemas de bienestar, lo cual crea un terreno fértil para el populismo y el autoritarismo.

Esto coincide con los resultados de la Encuesta Mundial de Valores, realizada por la Universidad de Tilburg en Holanda y la Universidad de Michigan en Estados Unidos, que muestra un aumento en el número de ciudadanos dispuestos a aceptar un «líder fuerte» que no se moleste con Parlamentos o elecciones, e incluso estarían dispuestos a aceptar un gobierno autoritario o militar si sus problemas son resueltos.

Finalmente, en la mente de un analista político siempre habrá las mismas preguntas: ¿Es sostenible lo que propone Bukele? ¿Qué pasaría en Latinoamérica si esa propuesta resulta exitosa?

Luis Velásquez

   Embajador

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