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Laberintos: Vientos de cambio en América Latina

 

victoria    Todo comenzó con la victoria de Mauricio Macri en Argentina. Su campaña política y electoral, desde hace años fundamentada en la noción del cambio, ha sido la consigna que ahora lo ha llevado a la presidencia de su país. Un cambio que no es la expresión retórica de un permanente deseo humano por todo lo que sea nuevo y distinto, sino como actitud existencial y política del espíritu democrático argentino para enfrentar la deriva kirchnerista hacia el autoritarismo político y la irracionalidad de un socialismo anacrónico, a la manera cubana, con el toque criollo que le añade el populismo peronista en materia económica y social.

   En todo caso, el triunfo de Macri refleja el viraje ideológico que comienza a producirse en América Latina, para alejarse de una izquierda más o menos radical, aupada y financiada con los petrodólares venezolanos de Hugo Chávez. Sin duda, en el origen de estos cambios está la muerte de líder “bolivariano”, el desplome de la economía china y sus consecuencias en el comercio internacional de la región y la debilidad creciente de los precios de las materias primas, incluyendo en el lote al petróleo. Resultaba inevitable que diversos factores propiciaran los vientos de cambio que soplan en América Latina en busca de fórmulas más liberales y eficientes en política y en economía.

   Ahora bien, este cambio en la dirección política de Argentina provocó una reacción rabiosa de Cristina Fernández de Kirchner, la gran derrotada en la jornada electoral argentina del 25 de noviembre. Su entrevista con el candidato ganador fue brevísima, menos de media hora, en la que negó las solicitudes que le hacía su sucesor para facilitar la transición. Macri calificó el encuentro de pérdida inútil de tiempo. La reacción de la muy frustrada dirigente, quien llegó al extremo de no participar en el acto protocolar de la juramentación del nuevo presidente, anticipaba la hondura de los cambios que se avecinan, y que comenzaron a producirse de inmediato, al cumplir Macri su promesa electoral de eliminar el control de cambio impuesto por Fernández de Kirchner a lo largo de su segunda presidencia.

   Muy poco después de la experiencia argentina, en la Venezuela de Chávez, pero de manera especial en la Venezuela de Nicolás Maduro, su sucesor, designado a dedo por Chávez antes de morir, el cambio se hizo presente en la forma de una derrota por paliza del proyecto chavista. De este modo nada casual, Argentina y Venezuela entran en el habitual receso navideño, conmovidos de pies a cabeza y esperanzados por los resultados de las jornadas electorales del 25 de noviembre y del 6 de diciembre. Con el nuevo año, y con el compromiso de los electores de respaldar cambios a fondo, se gesta en estos días la historia por vivir en Argentina y Venezuela durante los primeros y muy difíciles meses del año 2016.

   El fin del llamado “cepo” cambiario, controversial porque su primer efecto ha sido la devaluación del tipo de cambio oficial, es apenas el primer paso de una serie de medidas encaminadas a desmontar el modelo de populismo peronista impulsado por Fernández de Kirchner tras la muerte de su marido. Se pensaba que con la derrota electoral de Daniel Scioli, ella se apartaría de la actividad política al menos por un tiempo, pero la victoria de Macri en la segunda vuelta, mucho menos categórica de lo que vaticinaban las encuestas, le dio nuevos bríos a la ex presidenta, quien a todas luces pretende ahora dirigir una fuerte oposición peronista a la nueva gestión presidencial. De ahí su decisión de negarle el agua y el pan al presidente, con el imprevisto rechazo a las normas más elementales de la convivencia política civilizada, pero sin salirse de los espacios mínimos dentro de los cuales se pueda vivir en una cierta normalidad democrática.

   Hasta ahí llegan las coincidencias en los casos de Argentina y Venezuela. Tal como se ha visto desde que la revolución “bolivariana” se vio obligada a tragar el sucio polvo de la derrota electoral el pasado 6 de diciembre, el dúo Nicolás Maduro-Diosdado Cabello, víctimas de un ataque de delirio absoluto, ha decidido pasar por alto el significado exacto de esta derrota y se niegan de plano a aceptar sus irremediables consecuencias. Ominoso rechazo al hecho de que la inmensa mayoría de los venezolanos le dijo ese día a sus gobernantes rojos rojitos que ya basta de socialismo del siglo que sea y de revolución bolivariana.

   El primer paso en esta ciega consumación de lo que bien puede calificarse de autogolpe chavista a la constitución, los antidemocráticos obstáculos sembrados por los perdedores del 6D en el camino del cambio a fondo del actual sistema político y económico, deseo expresado de manera rotunda por los electores hace dos semanas, abre una incógnita crucial: ¿hasta qué extremo de irresponsabilidad política están dispuestos a llegar Maduro y Cabello para impedir el funcionamiento de la Asamblea Nacional a partir del mismo día de su instalación, el próximo 5 de enero?

   Por ahora, dos hechos puntuales nos indican la naturaleza inadmisible de sus planes para arrebatarle a la AN sus legítimos poderes. En primer lugar, Cabello, todavía presidente de la moribunda AN, juramentó la semana pasada a los miembros del llamado Parlamento Comunal, uno de los pilares sobre los cuales deseaba Chávez construir su sueño de Venezuela como Estado Comunal, opción que rechazaron los venezolanos en el referéndum de diciembre de 2007. Aquella derrota chavista fue descartada en la práctica con la promulgación de un grupo de decretos-leyes “comunales”, redactados a puertas cerradas en Miraflores, al cobijo de la Ley Habilitante del 2009, pero que por sus orígenes espurios nunca pudo hacerse realidad. Fue una maniobra idéntica a la emprendida a finales del 2001, cuando al calor de la Habilitante de entonces se redactaron más de cuatro decenas de decretos-leyes que modificaban sustancialmente la estructura del Estado y la sociedad, y que entonces, por violentar las normas constitucionales, dieron lugar a las grandes protestas callejeras del año siguiente, que culminaron con la matanza del 11 de abril en el centro de Caracas, y con todo lo que sucedió después.

   Lo mismo ocurre ahora. La creación de este poder legislativo paralelo al de la AN, al margen de la constitución, que sólo reconoce la legalidad de un poder legislativo electo por el pueblo, como se hizo el 6D, es mucho más que una simple provocación. Y para enfrentarlo como es debido no basta declarar que el dichoso esperpento no existe porque no está contemplado en la norma constitucional. Hacerlo equivale a caer de nuevo en la vieja trampa de la falacia naturalista y volver a confundir el deber ser de las cosas con lo que realmente son. En este sentido resulta oportuno recordar que esta maniobra fue ejecutada exitosamente por Chávez al establecer una autoridad paralela a la Alcaldía Metropolitana de Caracas para despojar de facto al alcalde Antonio Ledezma del poder que los caraqueños habían puesto en sus manos, nada más y nada menos que con 800 mil votos.

   El complemento de este desafuero será determinar qué hacer ante la espuria decisión tomada por esta agonizante AN de designar el miércoles de esta semana a los sustitutos de 12 magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, cuyos períodos vencen en agosto del año que viene, fecha en la que la nueva AN procedería entonces a llenar las vacantes, de acuerdo las normas constitucionales y los requisitos legales que regulan la postulación, elección y juramentación de los magistrados del máximo tribunal venezolano, y que de hacerse ahora violarían de manera muy flagrante. ¿Podrá la nueva AN rehacer este entuerto, punta de vanguardia paralizante de un oficialismo aún más radicalizado por la paliza electoral y resuelto a crear un conflicto institucional fuera de la ley y reducir la AN a un simple jarrón chino?

   El hecho demuestra que en la falsa democracia de esta Venezuela “revolucionaria”, una cosa es ganar elecciones y otra muy distinta pasar por caja a cobrar la recompensa. El poder ejecutivo le ha declarado la guerra a la nueva y democrática Asamblea Nacional, y a los ganadores del 6D les corresponde la responsabilidad de darle al régimen, en nombre del pueblo que los eligió, una respuesta inmediata y proporcional. Sin la menor duda, de los alcances y la hondura de esta reacción opositora dependerá el futuro de Venezuela como nación libre y democrática. Una cosa sí queda clara. Igual que en Argentina se ha impuesto la opción del cambio, en Venezuela, haga lo que hagan Maduro y Cabello, con la filas de su partido minadas por las exigencias que le hacen a Maduro de promover un período de franca autocrítica y rectificación, nada ni nadie podrá impedir el proceso de cambios que reclaman los venezolanos, acorralados por la miseria y la humillación que provoca una crisis general sin precedentes en la historia del país.

   Un cambio parecido también está a punto de ocurrir en Brasil. Los escabrosos escándalos de corrupción que han convertido al gigante petrolero Petrobras en un pozo de infamias sin fin, y una crisis económica que queda registrada en un 4,5 por ciento de caída en el Producto Interno Bruto brasileño al finalizar el año, colocan a Dilma Rousseff ante un dilema imposible: renunciar a la Presidencia o ser destituida por el Congreso. Hasta ahora, con el apoyo de la Corte Suprema de Justicia, ha logrado eludir el acoso de la Cámara de Diputados, pero mientras tanto su popularidad se ha desplomado hasta un 9 por ciento demoledor, miles de brasileños marchan en las calles de todo el país al son de una consigna terminante, “Fora Dilma”, y nadie en su sano juicio pone en duda que la presidencia Rousseff llegará a su fin, por una vía o por otra, antes de que termine el año que viene.

   Cambios también muy significativos amenazan a los presidentes socialistas de Ecuador y Bolivia, ambos miembros del ALBA, la alianza revolucionaria y antiimperialista, aupada por Cuba y financiada hasta ahora por los menguantes petrodólares venezolanos. Ante la insistencia de las protestas de sus adversarios en Quito y Guayaquil, Rafael Correa no se presentará a una nueva reelección. Por su parte, Evo Morales, para poder hacerlo, tendrá que ganar un referéndum previsto para el próximo 21 de febrero, y todos los estudios de la opinión pública boliviana registran que será derrotado. Quizá porque está consciente del peligro que corren sus aspiraciones continuistas, Morales, amigo personal y aliado político de Fernández de Kirchner, declaró a la prensa días antes de la segunda vuelta electoral argentina, que una eventual victoria de Macri perjudicaría los intereses de Bolivia, pero el pasado 10 de diciembre, en compañía de Correa, acudió a la cita de Buenos Aires para asistir a la juramentación del presidente argentino. Una foto altamente significativa nos muestra a Macri y a Morales la víspera de la toma de posesión, en un estadio deportivo, hombro contra hombro en un gesto de gran familiaridad, enfundados ambos en sus uniformes de futbolistas, sonrientes a más no poder y muy felices.

   Al ver esta fotografía, uno no puede dejar de preguntarse si esa imagen, junto a la paz de Colombia negociada en La Habana por los representantes del gobierno de Juan Manuel Santos y de las FARC y el deshielo en marcha de las relaciones de Cuba con Estados Unidos, conflictos regionales con más de medio siglo de duración, no constituyen la estampa más cabal de los tiempos de cambios por venir que aguardan a América Latina a partir de estas navidades. Un deseo que a estas alturas luce sencillamente irrevocable.

 

   Nota. Esta es la última columna de este año. Volveremos a encontrarnos el domingo 10 de enero. Mientras tanto, les deseo a todos lo mejor de lo mejor en el año que se nos viene encima.          

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