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Estrategia desesperada

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Ante la proximidad de las elecciones en Venezuela, el régimen de Nicolás Maduro muestra claras señales de desesperación. La reciente movilización de tropas hacia la frontera con Guyana no es un acto de defensa nacional, sino una maniobra política calculada para distraer de su inminente derrota electoral. Este despliegue, que incluye una fuerza de artillería significativa, apuntaría a preparar el escenario para una posible confrontación, justo cuando Maduro enfrenta una abrumadora oposición interna.

La influencia de Cuba y Rusia en estas decisiones es palpable. La presencia de asesoramiento ruso y los informes de vuelos desde Cuba con milicianos destacan el alcance de la intervención extranjera en Venezuela. Esto no sólo refuerza la seguridad personal de Maduro, sino que también alerta sobre una mayor represión contra cualquier forma de disidencia interna y manifestaciones populares, sobre todo en Caracas.

La presión sobre los militares venezolanos para que permanezcan leales al régimen es intensa. Las consecuencias de desobedecer son presentadas de manera drástica, comparando su posible destino con el de figuras como el general Cliver Alcalá Cordones, actualmente encarcelado en Estados Unidos por delitos graves. Este ambiente coercitivo no solo busca asegurar la lealtad militar, sino también prepararlos para una dislocada e injustificada acción militar en Guyana como pretexto para declarar un estado de emergencia.

Es evidente que Maduro está utilizando la situación en Guyana, donde Venezuela reclama el territorio del Esequibo, como una cortina de humo. Al plantear este conflicto como una defensa de la soberanía nacional, intenta galvanizar el apoyo patriótico y desviar la atención de los problemas internos, incluyendo una potencial interrupción electoral.

Este juego es peligroso. Las implicaciones de una confrontación con Guyana son profundas, no solo para la estabilidad regional, sino también para la vida de los venezolanos y militares involucrados. La estrategia de Maduro y compañía revela una falta de consideración sobre las verdaderas necesidades de su pueblo, priorizando su permanencia en el poder sobre el bienestar y la seguridad del país.

El llamado a la acción es claro. Los militares venezolanos, junto con la comunidad internacional, deben evaluar cuidadosamente las implicaciones de sus decisiones. El futuro de Venezuela debería decidirse en las urnas, no en el campo de batalla. La legitimidad de cualquier gobierno radica en la voluntad de su pueblo, no en la fuerza de sus armas.

Este momento es crucial. Venezuela se encuentra en una encrucijada donde la decisión de seguir a Maduro hacia un conflicto innecesario y probablemente devastador puede ser tan destructiva como cualquier elección fraudulenta. Es hora de poner la verdadera patria por delante de los intereses personales y políticos, para asegurar un futuro pacífico y democrático a todos los venezolanos.

 

 

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