Democracia y Política

Milei en la guerra de las galaxias

El Presidente se embandera del lado de las fuerzas simbólicas de una libertad globalizada y organizada en torno al capital innovador que choca contra el campo de la institucionalidad política internacional

Javier Milei
Javier MileiAlfredo Sábat

El modus operandi de la presidencia de Javier Milei no sólo es un signo de un cambio de época propio de la Argentina. Milei también es un síntoma de un orden geopolítico global que cruje y de otro que está en marcha. La saga que se desató con su viaje a España es un ejemplo cabal de ese funcionamiento. Milei está en el centro de una guerra de galaxias: las fuerzas simbólicas de una libertad globalizada y organizada en torno al capital  innovador que se pelea con la galaxia de la institucionalidad política internacional. En ese encontronazo llevado al límite, Milei representa algo más que la Argentina modelo 2024: en esa nueva matriz geopolítica, Milei se ha convertido en su arquetipo. Un hombre de Estado que paradójicamente niega la fuerza constructiva del Estado y, en cambio, le reconoce potencia transformadora a los individuos, muy por encima de esos Estados. Milei es el Elon Musk de la política internacional: enfant terrible dispuesto a romper el juguete en un fuego con pretensión purificadora. Hoy el juguete se rompe con la tenaza de la extrema derecha.

Por eso, en el encontronazo abierto con el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, el español lleva una enorme desventaja. Mientras Milei no reconoce bandera en el pasado de una política de consensos, Sánchez hace esfuerzos para jugar a dos bandas, el de las apariencias de la política de la tolerancia y el respeto modelo siglo XX mientras hace zancadillas modelo Milei. Desde el fin de semana, la prensa española le viene contando las costillas a Sánchez, señalándole esa estrategia. Algunos le reprochan hipocresía. Milei, en cambio, es un torbellino político desaforado, libre del pudor de la política tradicional. Para gran parte de la ciudadanía, eso es autenticidad. Y es la política que prefieren, no sólo en la Argentina. También en España.

En el mundo, Milei juega dos fichas que son una innovación en el ejercicio de la política presidencial en escala internacional. Por un lado, una diplomacia paralela que se aleja de la esfera de la gobernanza internacional clásica y del concierto de las naciones para ejercerse sin vueltas en el planeta de las corporaciones globales, sobre todo las del mundo tecnológico. Esas compañías con más PBI que los mismos Estados nacionales que las cobijan. En esa mecánica, Milei y sus viajes representan el agotamiento de la clásica visita de Estado y de la foto de familia de los líderes políticos o de la conferencia conjunta de presidente anfitrión y presidente visitante. El orgullo macrista del G20 porteño queda reducido a una foto en sepia de un mundo que cambió inexorablemente. Una foto de la corrección política internacional que el mundo de 2024 vació de sentido.

Ahora, Milei prefiere el tuteo con la élite empresaria global, la dueña del poder en el terreno de la IA y la innovación tecnológica: de Musk a Mark Zuckerberg, o Marcos Galperín y Mercado Libre en la versión latinoamericana de ese capitalismo libertario. Más que el G20 o la ONU, a Milei lo conmueve una conferencia global del Milken Institute, donde escasean los presidentes y sobran los CEOs de Silicon Valley, o un encuentro con Musk o Zuckerberg o la entrega de premios personales de organizaciones privadas que le reconocen lo que a Milei le gusta ver en el espejo en el que se mira: el símbolo de una libertad ejercida bien al fondo y por derecha. Ni Davos le queda cerca: para Milei, es un sucedáneo de los “zurdos” que coparon las instituciones de la gobernanza internacional.

Por el otro lado, Milei echa a rodar la ficha de una globalización de nuevo cuño: esa globalización que nació en el terreno del comercio internacional ahora llega al terreno de la política. La difuminación de las fronteras nacionales y el tráfico libre alrededor del planeta de ideas políticas, ideologías, sistema de valores e identidades transnacionales: todo eso, encarnado en liderazgos políticos en hermandad personalizada y global como si el mundo fuera plano. Por eso lo de Milei en la convención de Vox en España. O Milei en la convención de Trump. O Milei en amistad cercana con los Bolsonaro o Bukele. O Milei admirado por Meloni.

Es la Patria Grande de Milei pero bien distinta al sentido que le dio el kirchnerismo. Para Cristina Kirchner, y antes para Néstor Kirchner, la internacional que les gustaba estaba integrada por presidentes en ejercicio o expresidentes con liderazgo político. Para el kirchnerismo ser presidente, o haberlo sido, y los países de esos líderes todavía representaban algoPara Milei, el mundo es un pañuelo sin división política entre países; los grandes CEOs tecnológicos son los liderazgos que admira; sus empresas son los modelos a seguir; la creación de riqueza es la única política que reconoce y los presidentes y los Estados, una antigüedad o un obstáculo, salvo que estén de su lado correcto de la historia.

El cemento que pega esa estrategia global es la lógica de las redes sociales y su salvajismo. La virtualidad viene acortando las distancias geográficas y generando las afinidades ideológicas y emocionales más impensadas. El ataque de Hamas a Israel el 7 de octubre es una de las muestras más recientes: un ataque transmitido en tiempo real y alineamientos de ciudadanos comunes de todo el mundo, más fanatizados por esa causa que los mismos fanáticos. La virtualidad de Twitter, hoy X, o Tik Tok y otras redes moldeando la influencia política. Un salto de calidad en ese sentido ya se vio en 2021, cuando los Talibanes se subieron a la influencia blanda de Twitter para comunicar su mensaje político proislámico, luego de la salida de Estados Unidos. Antes prohibían la televisión. Ahora aceptaban la capacidad política de las nuevas posibilidades que ofrecen las redes sociales. No es casual que haya sido después de la pandemia y la aceleración de la lógica virtual. En ese mismo contexto, Milei también empezó a consolidar su influencia global.

Así surgía del paper Influencers on economic issues in Latin America, Spain and the United States, de los investigadores Carlos Newland, Juan Carlos Rosiello y Roberto Salinas-León, publicado en el Instituto de Economía Aplicada de la Johns Hopkins University, que medía la influencia de economistas de esas regiones. “El principal influencer latinoamericano a nivel global es Milei”, decía el estudio de 2021. Le seguía el chileno Axel Kaiser, otro libertario que es parte de la hermandad hispanoamericana que empezaba a nacer y que sigue en diálogo fluido con Milei.

En ese escenario, los argumentos de la política exterior clásica empiezan a desteñirse. En España, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, argumentó en relación al affaire Milei-Sánchez: “El respeto mutuo y la no injerencia en asuntos internos es un principio inquebrantable en las relaciones internacionales”. Pero el mundo ha cambiado: en abril, el recientemente fallecido presidente de Irán Ebrahim Raisi sostuvo: “El levantamiento de los estudiantes, profesores y élites occidentales en apoyo del oprimido pueblo de Gaza es un evento de dimensiones tan vastas que no puede ser extinguido con golpizas y arrestos”, metiéndose de lleno en asuntos internos de Estados Unidos. Si la ciudadanía es global y las tribus se reconocen parte de la galaxia virtual de X o Tik Tok, nada de lo político es ajeno a nadie.

A ese mundo llega Milei con su capacidad de representación. No está todavía muy claro si la política internacional podrá contener un fenómeno que es más amplio que Milei. O si será la política argentina y sus limitantes domésticas la que le resten potencia. El Pacto de Mayo fallido o el Congreso son quizás más efectivos para confrontar con el fenómeno Milei.

 

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