Democracia y Política

Ignatieff: La frágil condición de nuestra democracia

Para salvar un sistema en crisis tendremos que elegir líderes lo suficientemente atrevidos como para poner el sistema por delante de sus intereses

La frágil condición de nuestra democracia

 

 

En la base de la democracia hay una estructura constitucional (el gobierno de la mayoría, con los límites del Estado de Derecho), pero su equilibrio es un terreno disputado. La pregunta fundamental es ¿quién, en nombre de la gente, debe prevalecer: políticos, burócratas o jueces?

Estos choques de principios y jurisdicción son características permanentes de un sistema democrático, una característica que no es un error.

Como sistema operativola democracia es un concierto de improvisación de fuentes de poder competidoras en una evolución y un cambio constantes. ¿Cómo puede ser de otra manera si la libertad de sus ciudadanos es el objetivo final? La capacidad para rebatir es una fuerza crucial, fuente clave para la adaptabilidad de la que carecen los ‘frágiles’ sistemas autoritarios.

En tiempos normales, discutimos sobre lo que es democrático o antidemocrático, y luego aceptamos, más o menos voluntariamente, la resolución legal o política del tema. Competimos por el poder, pero no cuestionamos la buena fe democrática del oponente. Aceptamos, a veces con los dientes apretados, que nuestro oponente respeta las reglas y acepta el resultado, gane o pierda.

Democracia es ganar sobre los oponentes y construir alianzas con quien no se está de acuerdo

Pero hoy ya no es así, ni en Estados Unidos ni en otras democracias del mundo. Las reglas esenciales de la democracia están en cuestión, el compromiso con ellas de los más eminentes competidores se debate ferozmente.

En las próximas elecciones estadounidenses, ambos candidatos afirman que la salvación de la democracia misma es lo que se vota. La victoria para el otro lado, dicen, amenazará el futuro de la libertad.

Mi pregunta es: ¿puede una democracia sobrevivir cuando los competidores para el poder cuestionan si su oponente es un demócrata?

Democracia es ganar sobre los oponentes y luego construir alianzas con personas con las que no se está de acuerdo. El sistema funciona cuando no tachamos al oponente de enemigo, sino de adversario. Un adversario simplemente quiere derrotarte y podría ser tu aliado mañana. Considerar a tu oponente como enemigo de la democracia, por otro lado, hace imposible la persuasión y puede resultar, a largo plazo, peligroso para la democracia misma.

Cuando el compromiso de los adversarios con las reglas del juego democrático define una elección, la polarización puede volverse peligrosa para el sistema que ambas partes dicen están comprometidas a mantener.

Cuando ambos contendientes reivindican que el otro es una amenaza para la democracia y ninguno de ellos confía en las instituciones para regular la disputa, entramos en un terreno por el que Europa ya ha viajado antes. Fue este tipo de ‘impasse’ lo que llevó al presidente de la República de Weimar a otorgar el máximo poder al ‘cabo austriaco’ en 1933. Millones de alemanes, cansados de la crisis democrática, incapaz de determinar quién decía la verdad, respaldaron la salida hacia el autoritarismo que parecía prometer unanimidad.

La amnistía concedida a los separatistas catalanes por el primer ministro, a cambio de apuntalar su gobierno, sigue siendo fuente de profunda división

EE.UU. no es el único país donde la democracia misma está en cuestión en las papeletas, y donde una salida hacia el autoritarismo se percibe posible. En Israel, la coalición de extrema derecha del primer ministro ha legislado para debilitar el Estado de Derecho y, a pesar de los meses de protesta masiva, y una guerra a gran escala en Gaza, el gobierno de Netanyahu parece decidido a reconfigurar la democracia israelí a su propia imagen.

En Turquía, Erdogan usó un golpe militar en 2016 como pretexto para acorralar a los oponentes políticos, neutralizar la independencia de los tribunales, las universidades y los medios de comunicación, y consolidar el poder en sus propias manos. En India, los opositores al primer ministro Modi afirman que su victoria en las próximas elecciones pondrá en peligro la democracia. En la Hungría de Orban, el desmantelamiento de la democracia será la pregunta implícita en las papeletas de todas las futuras elecciones hasta que sea derrotado o se retire.

Dudo en poner a España en esta compañía, dado el éxito de la Transición con la que abandonó el autoritarismo en los años setenta. Sin embargo, algo está mal, claramente, en el clima democrático actual. Dejo que mis amigos españoles definan lo que es, pero desde el exterior parece que la existencia de la democracia ‘ya está’ en la papeleta electoral. La amnistía concedida a los separatistas catalanes por el primer ministro, a cambio de apuntalar su gobierno, sigue siendo fuente de profunda división. Sánchez argumenta que las concesiones a los catalanes son necesarias para estabilizar la democracia española, mientras que la oposición insiste en que la amnistía traiciona el Estado de Derecho y daña la democracia.

Autoritarismo

En estos casos, tanto los demócratas genuinos como los autoritarios incipientes invocan la democracia para justificar sus acciones. La democracia es ‘un legitimador promiscuo’, y esto la desprestigia. El autoritarismo es una tentación y un peligro precisamente porque invariablemente viste atuendo democrático.

Todos queremos creer que la crisis democrática se resolvería tan solo con derrotar a las partes que no nos gustan en las urnas. Pero debemos considerar la posibilidad de que nuestros enemigos, especialmente los que llamamos ‘populistas autoritarios’ sean en realidad demócratas que piensan que nosotros —las élites liberales profesionales—somos la amenaza para la democracia.

Una vez que abandonemos la ilusión de que todos nuestros problemas con la democracia se resolverían si derrotásemos al populismo autoritario, nos daremos cuenta de que la democracia necesita reformas. Son nuestras instituciones, no solo los jugadores, las que necesitan cambiar.

En Estados Unidos, la abolición del Colegio Electoral se ha vuelto esencial para que el sistema garantice que la persona que gana el voto popular realmente gana la presidencia.

Muchas democracias necesitan comisiones de ética para regular las controversias públicas sobre el comportamiento del político, así como asambleas de ciudadanos, elegidas por sorteo, para determinar compromisos, más allá de las divisiones, para afrontar los problemas que compartimos. Lo que España necesita es que los ciudadanos decidan.

Crisis

Paradójicamente, las reformas con la mejor oportunidad de convertirse en ley podrían ser aquellas en las que ninguna de las partes puede estar segura de a quién beneficia. Reformar el sistema significa evitar que la reforma sea rehén en la batalla entre partidos. Esto requiere que un líder tenga una mayoría legislativa en primer lugar, una estrategia concertada para ganar espacio en la sociedad civil y una gran habilidad política. Por lo tanto, tendremos que elegir líderes lo suficientemente atrevidos como para poner el sistema por delante de sus intereses, tenaces para superar las sospechas del público sobre la reforma en sí de la democracia y tan visionarios como para creer que un día, mucho después de su salida o jubilación, los votantes les agradecerán haber logrado un sistema de gobierno más responsable, receptivo y democrático. Porque la reforma fue en el pasado la verdadera razón por la que un sistema en inherente disputa pudo sobrevivir, y por medio de la reforma, podemos creer que superará esta crisis.

 

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