Las cuatro etapas de la lucha pacífica
En la mayor parte de esta lucha los llamados disidentes o activistas cívicos están, aparentemente, solos
MIAMI/Las etapas de la lucha pacífica en los regímenes totalitarios varían según las condiciones de cada país, pero analizando esos procesos de liberación pueden establecerse características comunes porque, como en todas, excepto el caso yugoslavo, predominaba una economía centralizada donde los principales medios de producción estaban en manos del Estado. Este ha tenido que generar una burocracia gigantesca sin verdadero interés productivo a la que es incapaz de controlar, por lo que las crisis económicas son estructurales y por tanto reiterativas con el consecuente resultado del descontento popular.
En el primer período es mínimo el respaldo que los grupos disidentes pueden esperar de la población. En la mayor parte de esta lucha, los llamados disidentes o activistas cívicos están, aparentemente, solos. Son, como diría Havel, “generales sin soldados”, pero representan a una gran mayoría silenciosa que no se atreve a decir públicamente lo que los disidentes dicen. Incluso durante este período, esa gran mayoría participa en las multitudinarias concentraciones públicas de apoyo a la dirigencia gubernamental y hasta en las turbas organizadas para sitiar los hogares de los disidentes en actos de repudio.
Cuando comienza la lucha de los disidentes, la principal tarea consiste en denunciar las violaciones perpetradas por ese régimen, ya sea de cara a la Declaración Universal de Derechos Humanos o de los Acuerdos de Helsinki. Pero luego se hace evidente que más importante que denunciar las violaciones del opresor, es crear conciencia de derecho en los oprimidos. Y esa era la primera etapa en la lucha pacífica contra el régimen totalitario: ir generando en la población, conciencia de sus derechos, no solo porque hayan sido prescritos en un documento internacional, sino porque de hecho son consustanciales del ser humano.
Cuando comienza la lucha de los disidentes, la principal tarea consiste en denunciar las violaciones perpetradas por ese régimen
También comienzan a circular panfletos o declaraciones clandestinas, o a realizarse manifestaciones públicas relámpagos por parte de la disidencia, aunque pocas veces y con no más de veinte o treinta personas, contempladas con curiosidad por la población, pero sin atreverse a participar, y que generalmente terminan en arrestos cuando no realizan una retirada a tiempo.
La existencia de los disidentes, o, en el caso de Cuba, “la gente de los derechos humanos”, comienza poco a poco a conocerse entre la población, en gran parte por las trasmisiones radiales de emisoras en el extranjero –generalmente en onda corta–, y el concepto de derechos humanos comienza a difundirse, y puede decirse que empieza, entonces, una segunda etapa.
Ya en este período, muchas veces, cuando alguien es objeto de un abuso por parte de las autoridades, se queja alegando que están violando sus derechos humanos –en los casos de algunos países de Europa del Este, violar “los acuerdos de Helsinski”–, lo cual es señal de que la prédica de los disidentes ha empezado a calar. Incluso, un mayor número de personas comienza a integrarse en los diversos grupos de disidentes. Poco a poco los ciudadanos comienzan a salirse del juego gubernamental, a faltar a las reuniones y a las concentraciones públicas, pero sin desafiar aún sus reglas, y van perdiendo el miedo en la medida en que aumenta el número de personas que hacen lo mismo, lo cual indica que están ya en los preludios de la no cooperación, pero todavía con mucha cautela, sin atreverse aún a abandonar completamente la doble moral.
Todavía en esta etapa la inmensa mayoría de la población no se atreve a realizar actos de desobediencia civil, pero sí muchas personas se atreverían a actos de apelación a la ley o presión de acatamiento que ya hemos mencionado: presionar en nombre del socialismo –o de la Revolución en el caso cubano–, el cumplimiento de leyes o artículos constitucionales que el Gobierno exhibe ante el mundo para presentarse como democrático, pero que en realidad no está dispuesto a cumplir.
Todavía en esta etapa la inmensa mayoría de la población no se atreve a realizar actos de desobediencia civil
En un tercer momento, ya gran parte del pueblo ha perdido el miedo, por lo que el poder, aunque continúa realizando concentraciones multitudinarias, carece de la misma capacidad de convocatoria que tenía antes y presiona en centros de trabajo y escuelas a acudir en horas laborales o de clases. Incluso, ya no le es tan fácil reunir suficiente apoyo popular para los actos de repudio contra los disidentes y se ve obligado a utilizar a sus propios cuerpos represivos vestidos de civil. Ahora, por el contrario, es muy común el rechazo público por parte de muchas personas cuando se llevan a cabo actos abusivos de la Policía contra algún ciudadano. Incluso, comienzan a producirse actos de protestas por parte de la población cuando el poder dicta medidas impopulares, como, por ejemplo, huelgas de choferes o tumultos o sentadas frente a oficinas públicas y hasta concentraciones de solidaridad con algún grupo de disidentes que esté realizando algún tipo de protesta, como podría ser una huelga de hambre. Algo semejante ocurrió en Cuba con los huelguistas del Movimiento San Isidro en noviembre de 2020.
Comienzan también las primeras manifestaciones populares, que surgen espontáneamente sin necesidad de ser convocadas por los disidentes, y, por lo general, son reprimidas violentamente por el poder. Y ya no son decenas de personas como las realizadas por los disidentes, sino de cientos y hasta de miles exigiendo cambios, lo cual derrumba el mito de que todo el pueblo apoya al régimen. Esto influye en despertar aún más la conciencia en otras capas de la población, por lo que da inicio a lo que podríamos considerar la cuarta y última etapa.
Es un período en el que empiezan a producirse convergencias y diálogos entre grupos disidentes, y quizás, hasta un discreto acercamiento entre disidentes y elementos reformistas. La unidad contra cualquier dictadura o para impulsar un proceso de democratización no requiere coincidencia ideológica sino estratégica, como cuando dos caminantes coinciden en tomar el mismo camino sin importar si sus metas son diferentes, aunque casi al final tengan que separarse. No importa tanto si se es socialdemócrata, conservador o liberal. Lo que hace posible la unidad es la coincidencia en la democratización y en el principio de no violencia, y entre todos pueden ya convocar manifestaciones con un plan preconcebido. En Rumanía, el grupo de viejos comunistas atrincherados aún en el poder como prolongación de la dictadura de Ceaucescu fue derrotado por una coalición de partidos de diferentes orientaciones, y lo mismo ha ocurrido con dictaduras de signos contrarios. En Chile se coaligaron contra la dictadura pinochetista para impulsar la campaña por el plebiscito y las elecciones libres, a pesar de que había entre ellos diferentes matices ideológicos, y lograron la victoria.
Es también la etapa en que se redactan manifiestos y cartas con muchas firmas demandando la excarcelación de los manifestantes presos
Es también la etapa en que se redactan manifiestos y cartas con muchas firmas demandando la excarcelación de los manifestantes presos, hasta que, en medio de nuevas marchas mucho más multitudinarias, surja un frente cívico común convocando a una huelga general.
Es ya, en estas condiciones, que puede aceptarse un diálogo con el régimen, ya sea para pactar la transición, o para presentar un ultimátum a la dirigencia con la seguridad de que se tiene el respaldo del pueblo, y que, por tanto, esa dirigencia no tiene la posibilidad de manipular a su interlocutor. La duración y ritmo en que se suceden estas etapas, difieren según las condiciones de cada país.
En Checoslovaquia, por ejemplo, desde que se creó la Carta 77, el primer hecho importante que comenzó a unir a los disidentes, hasta que nace un frente unido con gran posibilidad de victoria como lo fue el Foro Cívico, pasaron doce años. En Polonia, sin embargo, desde que surge Coss-Kor hasta que se crea el Sindicato Solidaridad, transcurrieron solo cinco años, gracias a que en este país, además de existir una acendrada fe católica que no la hacía compatible con el ateísmo marxista, hubo en ese momento un Papa polaco como Juan Pablo II que logró infundir una gran voluntad de cambio con su frase de “No tengáis miedo”.
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Nota de la Redacción: Este texto es un fragmento de El libro de la Liberación, puesto a disposición de los lectores de 14ymedio por cortesía de su autor.