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Villasmil: Enojados y polarizados

 

Leo en una nota publicada en “La Nación”, de Buenos Aires:

“No es que la política no logra descifrar cómo moverse frente a Milei, sino que no logra descifrar cómo moverse frente a una opinión pública que mayoritariamente está enojada con la política. Su problema no es Milei, es el enojo de la gente con los dirigentes”.

Mientras, sobre Pedro Sánchez, escribí hace poco: “Si algo hay que reconocer a la reciente dirigencia socialista española -primero con Zapatero, el maestro, y luego con su alumno Pedro Sánchez, que lo ha superado con extremosidad- es la infinita capacidad para promover odios y convertir la política española en un fangal”.

La política populista es sinónimo de corrupción, de odios, de insultos y de mentiras. Y hay demasiados liderazgos populistas en el poder, o aspirando a él. Si lo sabremos los venezolanos, 25 años después de la infausta llegada de Hugo Chávez a Miraflores.

Con las diferencias naturales entre países, muchos liderazgos políticos están girando en un bucle populista  suicida en casi todas las latitudes. Es una auténtica epidemia la que vivimos, con personajes que no ejercen ya de políticos, sino de “influencers”. Por ende, lo que se desea es robotizar al mayor número de ciudadanos, engarzarlos a través de consignas y tópicos, abandonar la búsqueda de consensos pluralistas, del diálogo a favor del bien común -fundamento de toda política democrática- para “influenciar polarizando”, asumiendo la vieja categoría del jurista nazi Carl Schmitt, “amigo-enemigo”. “Quien no está conmigo (nos dice el Neocaudillo) es mi enemigo, o sea enemigo de ustedes, mi querido pueblo”.

Bien se sabe que los enemigos de la democracia usan siempre la palabra “pueblo” como una especie de arma arrojadiza que bloquea toda discusión seria y plural. ¿Para qué dialogar y discutir, si yo Líder, Supremo Personificador del Pueblo, siempre tengo la razón?

Eso está en el discurso de Sánchez; pero también está en el de López Obrador, la Kirchner, Chávez, Maduro, Bolsonaro, Bukele, Abascal, Putin, Orban, Le Pen o Trump. O sea, hay caudillismo populista para variados gustos y referencias ideológicas.

Todos con aliento de iluminados, que nos quieren llevar -a punta de mentiras, fake news, teorías conspiranoicas y despropósitos- a la tierra prometida de una supuesta felicidad eterna, que en realidad es el infierno de sus ambiciones.

Es un hecho que las ciudadanías están más enojadas que nunca.

Y los venezolanos estamos hoy, con justa razón, a la cabeza de ese enojo.

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En todas las democracias occidentales prevalece hoy la polarización, pero una polarización tan extrema y tóxica que no deja ningún pescuezo democrático sin guillotinar. Todo populismo fomenta la polarización con extrema alevosía y premeditación.

Los polarizadores han abandonado el debate de ideas, una confrontación de modelos, de visiones y de esperanzas.

Ideas pluralistas, debate social democrático, ¿en serio? Podría preguntar un lector menor de cuarenta años.

Pedirle eso a los actuales liderazgos antipolíticamente populistas es una desmesura; desmesura como la señalada en sus obras por los grandes trágicos griegos, y caracterizada por el orgullo y el desprecio temerario hacia el pensamiento ajeno. Lo único que importa es una ciega ambición de poder. Eurípides, el autor griego, vincula esa desmesura, esa hybris, con el desequilibrio mental: “a quien los dioses quieren destruir primero lo vuelven loco”.

¿Hay acaso un líder populista de hoy que parezca medianamente cuerdo?

Esta nueva desmesura se alimenta con un antioccidentalismo que se da en el mundo auspiciado por el eje maligno de Rusia, China e Irán, grandes promotores y apoyos de todo populismo.

 

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La Política, con mayúsculas, es necesariamente un trabajo colectivo. Implica la existencia de ciudadanos iguales ante la ley que debaten en el espacio público (Arendt).

Sin embargo, vivimos en una época de degradación creciente de la política.

Ya no hay más utopías, solo distopías, cada cual más horrenda. Ya no se busca la verdad, solo domeñar miedos e incertidumbres. Es más cómodo abandonar la ciudadanía para convertirse en masa, no tener que pensar en la verdad sino recibirla ya masticada en las hambrientas mandíbulas del Caudillo.

Los venezolanos hemos padecido, cual plaga egipcia, durante más de veinticinco años, una de las peores distopías de la historia. El chavomadurismo está en ruinas; lo que queda de esa gigantesca distopía se sabe perdido, pero parece confiado en el poder de su violencia.

Una muestra clara de ello es que la única multinacional exitosa de este régimen la sido el Tren de Aragua. 

Da la impresión de que los zurdos criollos -Milei dixit- no se han dado cabal cuenta de la ira, del inmenso enojo, que siente la gran mayoría de compatriotas, harta de ser pisoteada, vejada, ignorada y violada en todos sus derechos.

El 28J debe ser día de una justa retribución, una palabra con esencias bíblicas; en Proverbios XI, 3 se nos dice que «Los hombres rectos son guiados por su integridad, y los pérfidos son destruidos por su propia malicia».

Los venezolanos hemos sido gobernados por pérfidos que han expulsado del país a millones de compatriotas. Y como declarara recientemente la periodista venezolana Goizeder Azúa en el Congreso español, “no hay remesa que compense la distancia, no hay remesa que compense la ausencia”.

La oposición venezolana -o sea la abrumadora mayoría de la población enojada y polarizada contra la injusticia- se siente confortada, guiada y representada por dos venezolanos admirables: Edmundo González Urrutia, nuestro candidato, y la más importante líder política nacional, María Corina Machado. La cruzada de ambos enfrentada a todo tipo de obstáculos y vejaciones, ha sido realmente una Campaña Admirable. Han demostrado que una campaña electoral de sinceros demócratas debe ser un gran esfuerzo divulgador de buenas noticias, de sueños por cumplir, de esperanzas cada vez más al alcance de todos.

El 28J, con su liderazgo íntegro, surgirá una nueva Venezuela. La perfidia chavomadurista deberá desaparecer para siempre, bajo el castigo del ejemplar y abrumador voto ciudadano.

En palabras de María Corina: “los chavistas ya han sido derrotados moral y espiritualmente. El 28J serán derrotados políticamente”.

 

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