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Cuba: Bienvenidos a San Nicolás del Peladero

Entre la pérdida de control, la desconexión de los militares del resto del aparato y la corrupción imparable, al castrismo le es cada vez más difícil esconder su descomposición.

Imagen de Fidel Castro en un periódico mojado.
Imagen de Fidel Castro en un periódico mojado. Diario de Cuba

 

 

La mayor pesadilla de cualquier régimen totalitario es la pérdida de control, algo ya evidente en Cuba, que trastabilla titubeante como barcaza a la deriva «sin timón ni timonel».

La moneda nacional, antes uno de los principales engranajes del control estatal, cornea hoy salarios y jubilaciones con impiedad inflacionaria, mientras el Gobierno, impotente, mira al toro desde la barrera sabiéndose sin fuerzas para lidiar con un mercado cambiario que se revuelve a merced de testaferros traidores.

Testaferros, garrapatas engordadas administrando empresas «privadas» con acceso a infraestructura «propiedad de todo el pueblo», pero que solo a ellos enriquece, se revelan, impunes, frente al Gobierno, y conspiran y lucran especulando contra el peso. No hay honor entre criminales.

cuanto más insignificante es la moneda nacional, más insignificante es esa empresa estatal socialista que la Constitución realza, pero la realidad aplasta, reblandeciéndose ese otro nexo de control del régimen sobre ciudadanos que alguna vez desfilaron en masa para no marcarse en la pincha.

La desconexión de los militares del resto del aparato ya no puede disimularse. GAESA es un insaciable agujero negro que descapitaliza al país aplicando el embudo —boca grande para su turismo y pequeña para todo lo demás—, una política impuesta desde un MINFAR que, física y literalmente, tiene a tiro al Palacio de la Revolución.

Bullying le hacen los militares al Partido, pues cuando las ideologías mueren, las armas gobiernan. Como abusón de recreo escolar, le agitan al PCC cada dolarito recibido de abuela de Miami, y allá van los civiles, con cara de quien no tiene otra opción, a imprimir pesos que alimentan una inflación más dolorosa que un forúnculo donde termina el sistema digestivo. El déficit fiscal es el único bálsamo que ha encontrado el Gobierno para aliviar su ineptitud, pero esa es cura tóxica, remedio peor que la enfermedad.

Alejandro Gil —el ministro más importante en su momento— anda preso junto a su esposa y el testaferro con quien estaba canibalizando la más importante empresa agrícola del país, para sobre sus ruinas erigir un imperio enlatado de conservas vegetales y jugos de frutas. El castillo de naipes castrista se raja desde arriba. El cielo se va a caer…

Mientras, en la Perla del Sur no queda perla con cabeza. En Cienfuegos han robado desde el primer secretario provincial hasta el sepulturero de su ecléctico camposanto. Y allá fue Manuel Marrero a anunciar «sanciones acordes a la economía de guerra». ¿Irán a fusilar corruptos como los chinos? Nada resulta tan patético como los alardes de fuerza de un moribundo.

Aun más al oriente, por donde corre el Guaso, la corrupción era tan infecta que en vez de intentar curar el cáncer tuvieron que cortarlo de raíz, desmembrando la muy estatal y extremadamente socialista Empresa de Gastronomía de Guantánamo, donde con resistencia creativa te vendían hasta a su madre.

¿Y la Policía? Anda acosando a disidentes mientras el pueblo desprotegido lincha violadores, rateros y carteristas, y unos listos roban 3,8 toneladas de arroz, dos de frijoles negros, 22,6 de azúcar blanca y 33 de harina de soya del puerto de Santiago, poco después de que de un frigorífico en La Habana 30 rufianes sacaran por la puerta de atrás 130 toneladas de pollo, causando, según el ministerio competente, retrasos en la entrega de la canasta básica. Treinta delincuentes, menos de la mitad de los miembros del Comité Central, y logran sus mismos resultados: poner en jaque la alimentación del país.

El desmadre en esta Isla es tal que el PCC incluyó en el orden del día de su último pleno «lo relacionado con la prevención y el enfrentamiento a la corrupción, el delito, las ilegalidades y las indisciplinas sociales«. Parece que a Alí Babá ya no lo respetan los ladrones. Tras décadas «resolviendo» para sobrevivir, el robo es idiosincrático; la hipocresía, tanto como el choteo, está incrustada en el ADN cubano. Daño antropológico.

este país corrompido por un sistema corrupto le sueltan un poco la correa y los privados nacen, directamente, sobornando todo lo sobornable. La Resolución 209 del Ministerio de Finanzas y Precios establece límites en el porcentaje de beneficio en contratos público-privados, dice que para contener la inflación, pero es para impedir que se firmen acuerdos más inflados que el globo de Matías Pérez, mediante los cuales, los gerentes de las empresas estatales obtienen coimas millonarias para poder echarle gasolina al Geely.

Y entre los cientos de miles que huyen del desastre y los cientos de miles que no quieren trabajar legalmente, la Isla enflaquece y carece de músculo, y el Gobierno «innova» con ferias de trabajos universitarias para cubrir vacantes en empresas, escuelas y hospitales. Hasta el PCC se está quedando sin gente… y posiblemente sin Maduro.

En medio de tanta rebambaramba, al castrismo nada le cuaja y le es cada vez más difícil esconder las úlceras supurantes de su descomposición. Esto se está cayendo a pedazos y, en honor a la verdad, los turísticos carteles de «Bienvenidos a Cuba» deberán pronto ser sustituidos por el más honesto: «Bienvenidos a San Nicolás del Peladero».

 

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