Hecho en Inglaterra: Las películas de Powell y Pressburger
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A su modo, Hecho en Inglaterra: Las películas de Powell y Pressburger es una película rara. Por un lado, se trata de un documental convencional, aunque entretenido y noble, cuyo fin es dar a conocer la filmografía del dúo de realizadores Powell-Pressburger. Por el otro, es una película con un costado intimista, donde importa tanto lo que se cuenta como quién lo cuenta. Es una suerte de descripción de un cine y el tiempo en el que filmaron, que parece querer seguir esa frase sobre la pintura que dice que solo podremos creer en el retrato de alguien cuando creemos no tanto en la persona retratada sino en la visión del hombre que lo pintó.
En este caso, quien describe la obra y vida de Powell-Pressburger no es otro que Martin Scorsese. Es él quien presenta la película y quien nos cuenta la historia de los dos realizadores con su voz tan reconocible y ese tono que combina hábilmente la erudición con la calidez. No es la primera vez que Scorsese oficia de maestro de ceremonias en un documental informativo (lo hizo tanto en su célebre recorrido sobre cine americano e italiano como en el documental de su amigo Kent Jones sobre Val Lewton), pero en este caso la cuestión se siente más personal porque Scorsese conoció personalmente a Michael Powell.
Así es como en esta película se mezclan anécdotas personales del realizador con un recorrido general de la obra. Aquí se nos revela cómo los largometrajes de estos dos realizadores marcaron su infancia cuando Scorsese miraba películas por televisión, cómo se vio afectado por el hecho de que las creaciones de este dúo se vieran casi relegadas al olvido en la década de los 70, y cómo Michael Powell —un poco como consecuencia de ese mismo olvido— era por esa década una persona con serios problemas económicos e imposibilitado de filmar.
En cuanto a sus películas en sí, la fascinación que el realizador de Taxi Driver parece sentir por la dupla Powell-Pressburger pasa por varios aspectos. Primero, el evidente virtuosismo técnico y sus ambiciones genuinas como realizadores. Después, la capacidad de esta dupla para hacer un cine personal dentro de una industria con comités de censura y con un arte carísimo como es el cine. Lo interesante, de todos modos, del documental de Powell-Pressburger es que esta idea de hacer cine personal tiene menos que ver con la construcción de un universo lleno de temas y recursos formales que se reiteran (lo que sería aquella idea de autor que instaló en algún momento Andrew Sarris y que quizás demasiado cómodamente muchos de los críticos abrazamos tantas veces) que con dos cineastas que buscan en cada película hacer algo distinto e innovador.
O sea, lo que asombra a Scorsese sobre Powell-Pressburger es menos que haya temas comunes que escenas particulares de cada película: el uso del color en Las zapatillas rojas, la sorprendente decisión de dejar fuera de campo el duelo de Vida y muerte del Coronel Blimp, y el experimento con la música en Los cuentos de Hoffman. Cada uno de estos momentos es explicado combinando tanto los aspectos técnicos que posibilitaron estas escenas como la osadía de tomar esas decisiones por parte de dos realizadores que, en sus mejores épocas, habían logrado tener un control casi total sobre lo que hacían. No solo eso, hay un rescate también de Scorsese de las formas en las que Powell-Pressburger le hablaban en su momento a la población inglesa (poner “Made in England” en el título no es decididamente algo menor), desafiándolos con discursos no convencionales y muchas veces en clave de fantasía para hablar de Inglaterra en tiempos de guerra y posguerra.
La película incluso parece confiar sobre todo y ante todo en la capacidad de estos directores para ejercer su libertad creativa, al punto tal que parece atribuir la parte fallida de su filmografía o bien a las imposiciones de distintas productoras o a la incomprensión de un público que no estaba preparado para entender ciertos films demasiado adelantados a su tiempo.
No parece casualidad que todo esto esté narrado por Scorsese. Por empezar, porque manifestó más de una vez (y lo expuso muy claramente en su documental sobre cine americano) su admiración por aquellos directores que se comportaban —según sus palabras— como contrabandistas. Un concepto que Scorsese usa para designar a aquellos cineastas que lograban contrabandear ideas personales en contextos industriales que exigían no salirse de convenciones temáticas y formales.
Por otra parte, Scorsese es uno de los nombres más importantes del cine americano de los 70, década en la que se forjaron cineastas como Coppola, De Palma, Friedkin o Bogdanovich, que tenían especial admiración por aquellos directores que habían logrado independencia dentro de la industria. No por nada entre sus figuras más admiradas estaba Orson Welles, personaje al mismo tiempo genial y trágico que había soñado con conjugar entretenimiento popular con cine sumamente personal y se había visto frustrado la mayoría de las veces debido a que sus ideas innovadoras chocaban muchas veces o con las demandas de una productora o con un público mezquino.
La mirada que Scorsese tiene sobre la dupla Powell-Pressburger parece similar, aun cuando estos hicieran más films con toda la libertad creativa que buscaban y sus figuras fueran muchísimo menos carismáticas que la del realizador de El ciudadano.
No obstante, quizás haya una diferencia entre el cine de Powell-Pressburger y el de Welles: mientras El ciudadano y Sed de mal se han vuelto mundialmente icónicos y de visión obligada dentro de la cinefilia, no estoy tan seguro de que el cine de Powell-Pressburger tenga hoy la celebración internacional que merece.
Sospecho que el hecho de que Scorsese tenga que relacionar el cine de ellos con el suyo propio tiene algo que ver con eso. Seré más claro: desde hace ya varias décadas, MS ha tenido muy claro su lugar en la industria y hasta en el mundo de la cultura. Sabe que se trata de un cineasta objetivamente prestigioso y generalmente venerado, al punto tal que es común encontrarse con frases que lo encumbran como el mejor director vivo. Creo que ha venido asumiendo esa postura con mucha generosidad y una modestia que no parece falsa. Sabe el nombre que tiene, pero en vez de tratar de atribuirse sus creaciones solo a sí mismo ha querido mostrar una y mil veces que su estética está formada por maestros previos que están a años luz de tener reconocimiento.
En el caso de la dupla Powell-Pressburger, el intento de Scorsese por recorrer toda su filmografía —incluyendo aquellas obras que le parecen fallidas—, establecer el contexto histórico con detalle y hablar de su vigencia, suena también a un intento porque este cine no vuelva a estar olvidado como había sucedido en los 70. La ventaja respecto de los 70 es que hoy es más fácil acceder al cine de Powell-Pressburger. La desventaja quizás estribe en que la relación que hay hoy con el cine no es la misma que en los 70, cuando aún había un gusto más variado en el público general y la noción de un cine adulto y popular era moneda corriente. Quizás hoy, los Powell-Pressburger sean un objeto de museo menos por sus efectos hoy considerados artesanales o ciertas escenas que podrían pensarse naïve, que por la concepción de un cine que incluso mediante las fantasías podía hablar de la Inglaterra de su tiempo y dirigirse a un tipo de público que a diferencia del de hoy podía pensar al cine como un comentario de su tiempo. Será cuestión de ver si estos documentales didácticos, básicos por momentos pero también rigurosos y sentidos, ayudan aunque sea un poco a que estos films peculiares y potentes lleguen a la mayor cantidad de público posible.
Dirección: David Hinton. Participación de: Martin Scorsese. Producción: Nick Varley, Matthew Wells. Duración: 131 minutos.