Isabel Coixet: Jean-Claude
ISABEL COIXET
La primera vez que lo vi fue en una carretera en las afueras de París, camino de una casa donde íbamos a localizar para un rodaje de un anuncio de ropa interior femenina. Él ya era un director de fotografía prestigioso y yo, una directora con muy poca experiencia. Era mi primer rodaje en Francia, me sentía completamente fuera de lugar y todo me parecía extraño, ajeno, difícil y absurdo, empezando por el anuncio que íbamos a rodar y la publicidad en general. Él venía en Mobylette, con un gorro de lana. Bajó de ella, se sacó el gorro, me estrechó la mano y yo, como movida por un resorte, le vomité mis miedos, mis inseguridades de directora primeriza, mis dudas. Él se rascó la cabeza y me dijo, solemne, que todo iba a salir bien, que no había ningún motivo para que me preocupara. Le creí y me tranquilicé como por ensalmo. Todo fue bien.
Eso fue hace 36 años ya. No nos hemos separado profesionalmente desde entonces. He trabajado con otros directores de fotografía, buenísimos, fantásticos, oscarizados, talentosísimos y, sin embargo, la presencia de Jean-Claude Larrieu tiene siempre, además de que el resultado de su trabajo es increíble, la virtud de hacerme creer que, pase lo que pase, todo va a salir bien. Verlo trabajar con su equipo de eléctricos, verlo controlar la luz, cambiar ligeramente de diafragma, crear e inventar y decir «ale-hop» cuando hay que cambiar de plano e iluminar otro decorado u otro lado del mismo es algo que me gustaría que muchos jóvenes directores de foto pudieran ver. Porque en Jean-Claude hay algo que noto a faltar cuando no trabajo con él: hay arte, hay sensibilidad por arrobas, pero hay también modestia, empatía con los actores, con lo que sienten, lo que necesitan, hay auténtico entendimiento del guion, de la trama, del tono. Y todo sin grandes discursos, sin alharacas, sin vanidad, sin autobombo.
Hay en Jean-Claude algo que falta cuando no trabajo con él: arte, sensibilidad, pero también modestia, empatía con los actores, auténtico entendimiento del guion, del tono. Y todo sin alharacas ni vanidad ni autobombo
Sabe leer un rostro. Sabe lo que una actriz o un actor necesita oír, sentir, cuándo mimarlos con la luz. Todo ello unido a una personalidad única, a una manera de ver el mundo con el particular fatalismo optimista de alguien que ha amado mucho, ha leído mucho y ha vivido mucho. Y sabe utilizar todo eso que ha experimentado para seguir explorando con la curiosidad de un niño de seis años, el mundo que lo rodea.
Hemos vivido muchos rodajes largos, cortos, con medios, sin nada, muchísimos viajes alrededor del mundo, muchos amores, muchas aventuras, decepciones, alegrías, éxitos, fracasos, lecturas compartidas, fobias también a menudo compartidas. Somos como el día y la noche y, a la vez, no somos tan distintos. Conocerlo es quererlo; en los rodajes, todo el mundo lo adora inmediatamente. Y si no lo hacen, eso es para mí la señal de que esa persona no es de fiar. Todos mis amigos lo consideran su amigo aunque lo hayan visto sólo un par de veces en su vida. Y viceversa.
Ahora por fin, tras muchos intentos, estamos rodando juntos una serie en París, su casa.
Mañana me recogerá un coche a las 6 de la mañana y me llevará al rodaje y él estará allí, café en mano, con su gorra y su abrigo de escolar. Y sé que, pase lo que pase, todo saldrá bien.