Karina Sainz Borgo: La risa del payaso
La vida pública acaba en circo o lapidación
Es el villano de Marvel por excelencia. Su rostro brilla con la vitalidad de un vaso de leche y la parafina de una manzana de cera. A Elon Musk lo posee la anatomía de un payaso: su sonrisa es hipnótica y perturbadora. Produce gracia y miedo. Aparece en todas partes. No calla. No merma. Salta de la caja con sus resortes. Es como el Pennywise de Stephen King, pero con acceso al despacho oval.
Primo lejano de Ronald McDonald, Elon Musk tiene el gesto plástico del muñeco de la comida rápida. No vende hamburguesas, qué va, lo suyo son los coches, los cohetes, las pócimas para verter en redes sociales… Musk podría querer dominar el mundo como el Joker de Nolan, pero el asunto es bastante peor: sus empresas forman parte del gasto en defensa.
Elon Musk sería gracioso y parodiable, de no ser porque tiene el dedo posado sobre un botón y ríe como un enajenado a punto de hacernos volar a todos por los aires. La pregunta es qué va a estallar exactamente y cuándo. Su saludo nazi recuerda a lo de la historia que ocurre primero como tragedia y después como farsa. A las pruebas me remito. Casi siempre, la vida pública acaba en delirio, circo o lapidación. Entre la carcajada y el grito median pocos segundos y el trance de una a otra acaba siempre en desgracia. Mientras nos preguntamos qué será de nuestro futuro, alguien ríe oscuramente. A la manera Ludvik Jahn, el estudiante protagonista de ‘La broma’, de Milan Kundera, los actores políticos van de tropiezo en tropiezo, transformando su vida en un cúmulo de situaciones a cual más grotesca y risible. Del payaso Donald hemos acabado en el Emperador Trump.
Lo que hemos vivido esta semana, es decir, ese tiovivo de ponis convertidos en caballos del Apocalipsis, conduce a una verbena en la que acaba dándose por nimio un cataclismo. Asistimos a la caída de un imperio. Estados Unidos hace aguas. Sus élites acabaron perdiendo primero sus facultades y luego las elecciones.
Cuando las cosas no ocurren de golpe, sino que gotean poco a poco, es tarde ya cuando nos hemos dado cuenta de que el agua llega al cuello. Las democracias se electrocutan gradualmente. No es un interruptor lo que las vuela en pedazos, sino el lento girar de una perilla que alguien pone en marcha.
Donald Trump, alguien que ha sido declarado culpable de 34 delitos, tiene como dudosa hazaña haberse convertido no sólo en el primer exmandatario juzgado y condenado, sino en el primero que a pesar de eso ocupa la Casa Blanca, por segunda vez. Mal dadas han de estar las cosas en Estados Unidos, en el recipiente de la democracia en general, cuando el asunto ha llegado tan lejos. En un momento crucial para Europa, justo cuando la crisis de Oriente recrudece y Vladímir Putin avanza, Estados Unidos se tambalea, se viene abajo, se incendia, se cae a trozos … mientras la risa del payaso suena de fondo.