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De los aranceles al liderazgo mundial: la ambición comercial de Trump

Elecciones en EE.UU: 6 cosas que han cambiado en el mundo con el gobierno  de Donald Trump - BBC News Mundo

 

El comercio ha sido, a lo largo de la historia, el motor esencial del desarrollo y la prosperidad de las naciones. Sin embargo, también ha servido como escenario de disputas económicas que han desencadenado profundas crisis. La amenaza de imposición de nuevos aranceles de productos importados de socios comerciales importantes, bajo el mandato del presidente Donald Trump, es un claro ejemplo de cómo el proteccionismo, lejos de fortalecer una economía, puede generar tensiones económicas y políticas de gran alcance, afectando el equilibrio global y avivando conflictos comerciales que trascienden fronteras.

Con el argumento de proteger la industria nacional, reducir el déficit comercial y “Hacer América Grande”, Trump anuncio la imposición de aranceles del 25% a las importaciones de México y Canadá, y del 10% a los productos provenientes de China. Estas medidas provocaron respuestas inmediatas de los países afectados, que anunciaron represalias y aumentaron así el riesgo de una guerra comercial global.

La decisión de sancionar a sus principales socios comerciales con el aumento de aranceles tuvo un impacto significativo en los mercados financieros. Las bolsas mundiales registraron caídas notables, mientras que la cotización del dólar se elevó debido a la incertidumbre generada por esta política. Desde diversas universidades en EE.UU. se advierte que una guerra comercial podría derivar en una inflación más alta y en la desaceleración del crecimiento económico, afectando tanto a consumidores como a empresas dentro y fuera del país.

Según el Instituto Brookings, la imposición de aranceles a México y Canadá generaría un impacto económico considerable, siendo México el más afectado. Si estos países responden con represalias, el PIB de México caería un 3.14 %, el de Canadá un 3.02 % y el de EE.UU. un 0.32 %. Además, México perdería 2.2 millones de empleos, Canadá 510 mil y EE.UU. 400 mil. Las exportaciones mexicanas a EE.UU. disminuirían un 25.7 %, con sectores clave como el automotriz y la minería desplomándose un 50 % y 92 %, respectivamente.

El impacto sería mayor para México y Canadá debido a su fuerte dependencia del comercio con EE.UU., que absorbe el 83 % de las exportaciones mexicanas y el 78 % de las canadienses. En contraste, solo un tercio de las exportaciones estadounidenses tiene como destino estos países. No obstante, sectores específicos en EE.UU. también sufrirían una contracción significativa. Además, se prevé una reducción de los salarios del 7 % en México, 4.9 % en Canadá y 0.5 % en EE.UU., afectando el poder adquisitivo de los trabajadores.

Más allá del daño económico, esta medida podría contradecir los propios objetivos de Trump de fortalecer las cadenas de suministro en Norteamérica y reducir la dependencia de China.

Es importante recordar que Trump decidió pausar, por un mes, el aumento del 25 % a los productos mexicanos mientras evalúa el impacto del despliegue de 10 mil miembros de la Guardia Nacional para frenar el tráfico de drogas, especialmente de fentanilo. Esta decisión, resultado de intensas negociaciones entre Washington y Ciudad de México, incluyendo una conversación entre ambos presidentes, alivia momentáneamente las tensiones, pero no elimina la incertidumbre. La administración estadounidense mantiene la amenaza de reactivar los aranceles si México no cumple con sus compromisos, dejando latente el riesgo de una nueva crisis comercial.

Empresarios y analistas mexicanos advierten que el futuro de las relaciones comerciales sigue siendo incierto, ya que la evolución de las políticas proteccionistas de Washington podría generar nuevos episodios de tensión. La posibilidad de que Trump insista en una estrategia económica más agresiva preocupa a diversos sectores, que ven en estas medidas un intento de presionar a México y Canadá mediante la coerción comercial, afectando no solo sus economías sino también la estabilidad del T-MEC.

El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, anunció que su país impondrá aranceles del 25 % a una lista de productos estadounidenses valorados en 30.000 millones de dólares, advirtiendo que las sanciones podrían ampliarse en las siguientes semanas. Esta respuesta añade un nuevo foco de tensión en la relación bilateral, especialmente cuando Trump ha insinuado su deseo de convertir a Canadá en el estado 51 de la Unión, un tema que, por ahora, quedará en manos del próximo gobierno canadiense. Sin embargo, la aplicación de nuevos aranceles a Canadá también fue suspendida por un mes.

Más allá de la crisis del fentanilo y la inmigración ilegal, esta estrategia refleja una intención más amplia: fortalecer el liderazgo global de EE.UU. mediante el proteccionismo y la coerción comercial. Desde su primer mandato, Trump ha utilizado la economía como un instrumento de poder, endureciendo las condiciones comerciales para sus socios y rivales con el fin de reestructurar el comercio global a favor de los intereses estadounidenses. La posible imposición de nuevos aranceles no solo busca frenar lo que considera prácticas desleales, sino también consolidar su imagen como el único líder capaz de desafiar el orden económico mundial.

El uso de la política comercial con fines políticos ha generado numerosas interrogantes. Aunque Trump argumenta que su objetivo principal es proteger la industria nacional y reducir el déficit comercial, estas medidas también pueden interpretarse como una estrategia para ejercer presión y obtener ventajas en negociaciones más amplias con otros países.

A nivel interno, la imposición de aranceles también responde a su estrategia electoral. Trump busca movilizar a su base política con un discurso nacionalista y proteccionista, asegurando a los votantes que solo él puede restaurar el poderío económico de EE.UU. Al polarizar la opinión pública con estas medidas, debilita a sus adversarios políticos, quienes se ven obligados a responder ante una política que, aunque controvertida, resulta popular en ciertos sectores industriales y rurales del país.

En este contexto, la política arancelaria de Trump no solo es un desafío económico, sino también un intento de redefinir el liderazgo global en favor de EE.UU. y consolidar a Trump como el líder indiscutible capaz de desafiar a las potencias emergentes y las estructuras globales tradicionales. Su administración ha dejado claro que está dispuesta a arriesgar la estabilidad económica para reforzar su posición de poder. La pregunta es si este enfoque logrará fortalecer la hegemonía estadounidense o si, por el contrario, precipitará un realineamiento global que termine debilitando su influencia a largo plazo.

El escepticismo de Trump sobre el apoyo de EE.UU. a Ucrania y Taiwán, su afán por imponer aranceles y sus amenazas de recuperar el Canal de Panamá, absorber Canadá y adquirir Groenlandia evidencian su inclinación por una política de poder de corte imperial del siglo XIX. En esa época, las grandes potencias buscaban dividir el mundo en regiones de influencia, sin considerar los deseos de quienes vivían en ellas. Esta es la visión que Trump defiende, aunque no lo exprese abiertamente.

Este retorno a una política de poder sin restricciones es lo único que Trump parece comprender. Sin embargo, si los aliados de EE.UU. logran coordinar esfuerzos y movilizar sus recursos colectivamente, podrían frenar algunos de sus impulsos más extremos en política exterior. De conseguirlo, se abriría la posibilidad de forjar un nuevo orden global que replique la estabilidad de la Pax Americana. Pero si fracasan, el mundo podría entrar en una era más inestable y peligrosa, caracterizada por una competencia feroz entre potencias y una menor prosperidad global.

El historiador ateniense Tucídides advirtió en La historia de la guerra del Peloponeso: “Los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben”. La pregunta es si el mundo aceptará este principio o encontrará la manera de equilibrar el poder en una nueva era de relaciones internacionales.

 

 

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