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Venezuela debe seguir su propio rumbo

 

En Venezuela, parecemos depender demasiado de lo que diga o no diga Donald Trump y su círculo cercano, sobre nuestro país. Las redes sociales amplifican cada gesto, cada declaración, alimentando expectativas que muchas veces terminan en frustración.

Como señalamos en un editorial anterior, no somos el centro del mundo, y la realidad geopolítica nos lo deja claro. La administración estadounidense tiene prioridades urgentes: la guerra en Ucrania y el conflicto en Gaza encabezan su agenda. Luego vendrán otros asuntos estratégicos, como China, Irán o incluso Groenlandia. Tal vez, cuando estos temas estén resueltos, Venezuela aparezca en su radar con un plan concreto.

Pero mientras tanto, no podemos quedarnos en la espera pasiva de una solución externa. La lucha por la democracia y el cambio político debe continuar con o sin el respaldo inmediato de Washington. En el país hay fuerzas activas que ya están en movimiento: los jóvenes en las universidades, la Iglesia Católica con su postura firme, y la Plataforma Unitaria con su mensaje claro sobre la necesidad de condiciones mínimas para participar en las elecciones.

El reto es movilizarnos y exigir que se cumplan esas condiciones. La presión interna es fundamental para garantizar que cualquier proceso electoral sea legítimo y represente realmente la voluntad del pueblo. La historia nos ha enseñado que los cambios más significativos ocurren cuando la sociedad civil se organiza y actúa, no cuando espera decisiones ajenas.

Venezuela no puede seguir a la deriva esperando la próxima declaración de Trump. Nuestro destino depende de nosotros.

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