Ian Buruma: ¿Quién liderará al mundo democrático?
Si Trump está dispuesto a sacrificar Ucrania para llegar a un acuerdo con Putin, también podría estar dispuesto a entregar la democracia taiwanesa

Cumbre para analizar la situación de Ucrania y las posibilidades de avanzar hacia un plan de paz, realizada en Londres. EFE | Confidencial
El fin de la Pax Americana está claramente a la vista. Aunque fue el eterno objetivo de muchos izquierdistas en lucha contra el «imperialismo estadounidense», no es en realidad tan extraño que al final, la demolición del orden mundial la haya iniciado un gobierno estadounidense de fanáticos de derecha. La extrema derecha de los Estados Unidos siempre fue más aislacionista que su establishment liberal. La pregunta es cómo reaccionarán los principales aliados de Estados Unidos en Europa y Asia oriental, dependientes de Estados Unidos para su seguridad.
Los líderes europeos se han apresurado a convocar reuniones, donde se han dicho palabras valientes. Kaja Kallas, alta representante de la Unión Europea para asuntos exteriores y política de seguridad, escribió en X que el «mundo libre necesita un nuevo líder» y que «nos corresponde a nosotros, los europeos, asumir este reto». El primer ministro británico, Keir Starmer, habló de un «momento histórico» y prometió colaborar con Francia (único país europeo además del Reino Unido que tiene armas nucleares) para el logro de un alto el fuego que haga justicia a Ucrania. Pero lo más destacable fue la declaración de Friedrich Merz, probable nuevo canciller de Alemania y antes acérrimo atlantista, de que Europa necesita «independizarse de Estados Unidos».
Lo mejor que cabe esperar es que la traición del presidente Donald Trump a los aliados tradicionales de Estados Unidos, la humillación a la que ha sometido a Ucrania, su fomento del extremismo de derecha y su opción por autócratas beligerantes motiven a las democracias europeas y de Asia oriental a formar nuevas alianzas de defensa. La necesidad de un nuevo orden es indiscutible. También lo son los obstáculos.
La UE no es una potencia militar, y es dudoso que una «coalición de buena voluntad» liderada por el RU y Francia pueda compensar la retirada de las garantías de seguridad estadounidenses. Incluso si los países europeos encuentran el modo de construir una alianza militar que pueda sustituir a la OTAN liderada por Estados Unidos, hacerlo llevará años. Y no funcionará sin el liderazgo de Alemania, la mayor economía del bloque.
En 2011, el ministro de asuntos exteriores polaco, Radek Sikorski, dijo ante una audiencia alemana en Berlín que temía «menos el poder alemán que la inacción alemana». Es probable que muchos europeos cuyos países sufrieron en su día una brutal ocupación nazi compartan ese sentimiento. Pero puede que no lo compartan suficientes alemanes, a quienes todavía inquieta la posibilidad de revivir un militarismo que no hace tanto tiempo arruinó a gran parte de Europa (incluida Alemania). Otros en el país han adoptado una postura prorrusa. En las últimas elecciones federales alemanas, salió segunda la ultraderechista Alternative für Deutschland, favorable a Trump y al presidente ruso Vladímir Putin y opuesta a que se dé apoyo a Ucrania.
La situación es todavía más tensa en Asia oriental y sudoriental. A diferencia del RU y de Francia, ninguno de los aliados asiáticos de Estados Unidos tiene armas nucleares. Y no hay allí un equivalente de la OTAN que ofrezca protección contra el creciente dominio de China. El aliado más rico de Estados Unidos, Japón, depende por completo de las garantías de seguridad estadounidenses, lo mismo que Corea del Sur, que está bajo la amenaza constante de la dictadura nuclear de Corea del Norte. El respaldo de Estados Unidos también es crucial para los países del sudeste asiático que quieren blindarse contra agresiones chinas.
Y luego está Taiwán, que no tiene ningún pacto formal de seguridad con Estados Unidos. Si Trump está dispuesto a sacrificar Ucrania para llegar a un acuerdo con Putin, también podría estar dispuesto a entregar la democracia taiwanesa para hacer negocios con el presidente chino Xi Jinping.
Si la Pax Americana llegara a su fin en Asia oriental y sudoriental, la única forma de impedir que China avasalle a sus vecinos sería crear una OTAN asiática, que incluiría democracias como Corea del Sur, Taiwán, Indonesia, Malasia y Filipinas, pero también algunas semidemocracias (Singapur y Tailandia) y quizá incluso algunas autocracias (Vietnam).
Pero esta organización se encontraría con un problema similar al de una alianza europea. Japón es el único país lo bastante poderoso como para liderar una coalición tan dispar. Pero muchos en Asia desconfían de otorgar un papel tan importante a un país largo tiempo gobernado por un partido conservador cuyos dirigentes han sido renuentes a reconocer las horribles acciones de sus antepasados en la Segunda Guerra Mundial. Y la mayoría de los japoneses (lo mismo que muchos alemanes) no están listos para confiar en sí mismos.
La Pax Americana en Asia y Europa iba a terminar tarde o temprano. Un esquema por el que la seguridad de numerosos países ricos dependía por completo de una única superpotencia nunca fue un esquema saludable a largo plazo. Pero el momento y la forma de su desaparición no podían ser peores. Justo cuando las democracias europeas y asiáticas deben confrontar una coalición hostil de autocracias (Rusia, China, Irán y Corea del Norte), su protector amenaza con quitarles su apoyo, sin que haya tiempo suficiente para reconstruir una defensa sólida.
En vez de eso, y a pesar de las buenas intenciones, puede ocurrir que los aliados abandonados por Estados Unidos entren en pánico y corran a refugiarse en la protección de alguna de las grandes potencias. Los surcoreanos y asiáticos sudorientales podrían recurrir a China. Los británicos tal vez se apoyen en su «relación especial» con Estados Unidos, mientras que los alemanes (y quizá incluso los franceses, si Marine Le Pen gana la próxima elección presidencial) quizá apelen a Rusia. Y tal vez Japón, librado a su suerte, supere su alergia post‑Hiroshima a las armas nucleares.
Nada de esto es seguro. Puede que los europeos se pongan a la altura de los acontecimientos. Puede que Trump ladre más de lo que muerde. Puede que los estadounidenses no se vayan de Asia. Pero es mejor no hacerse esperanzas. Las grandes democracias de Europa y Asia son ahora el único baluarte contra el autoritarismo. Y la carga de defender la libertad política recaerá en gran medida sobre los dos países, Alemania y Japón, que tanto hicieron en su día para destruirlas.
*Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate.