Cinco postulados para una democracia nueva
Postulado: “Proposición no evidente en sí y por sí, pero que hemos de aceptar por no disponer de otro principio que fundamente verdades indubitables o acciones de incontestable legitimidad” (Lalande).
1- Nuestra entera herencia de ideologías, cosmovisiones y revoluciones huele hoy a naftalina; postulado doloroso pero pragmáticamente impuesto por novísimos horizontes tecno-científicos, demográficos, ecológicos y económicos que por el momento nadie ha intentado sintetizar. El chavismo, amasijo de momificadas y no emulsionables ideologías, es polilla pura, y sus consejas del género “ser rico es malo” o “el conuco es la forma más perfecta de producción”, la prueba de su tragicómico apolillamiento ante una diversa humanidad que converge rauda hacia un solo y mismo desiderátum: tener una vida de calidad. El chavismo degradó espiritual y materialmente el vivir de la gente; la nueva democracia habrá de devolver al venezolano, en prioridad y sin discursos, toda la calidad de vida que pueda.
2- La calidad de vida se mide en democracia por la eficiencia de sus servicios públicos. La manipuladora pacotilla de “patria, Bolívar, antiimperialismo, comandante eterno” ha de remplazarse con un adulto y legítimo orgullo del venezolano por la excelencia de sus servicios públicos: inmejorables sistemas educativos y sanitarios, abundancia de agua, luz, gas, tecnologías y bienes de consumo, cárceles humanizadas, modernidad de transportes, comunicaciones libres, plurales y up to date. La nueva democracia debe agigantar los enanos servicios públicos actuales y asegurar su universalidad, continuidad y versatilidad. Ellos son motores de justicia distributiva y por eso grandes inductores de democracia.
3- Toda democracia cuenta con un imparcial “padre de todos”. El pendenciero e insultante chavismo, con su fundador regurgitando odio diario contra los “escuálidos”, significó para la mayoría del país la angustiante pérdida de un buen referente paterno, de alguien con poder y encima de todas las partes en quien confiar: un presidente gentilhombre, un Poder Judicial imparcial. La democracia nueva tendrá que devolverle al país el padre simbólico a) redescubriendo a Montesquieu, b) mudándose al sistema presidente/primer ministro, o c) introduciendo en la Constitución un solemne juramento del electo de ser, so pena de decaer de su mandato, presidente de todos y enemigo de nadie.
4- Fuerzas Armadas curadas de pulsiones militaristas. La nueva democracia habrá de estrenar vigorosas iniciativas para liquidar a plazo el militarismo; 26 presidentes militares en los dos siglos poscoloniales son demasiadas botas en los jardines de la civilidad. El militarismo criollo busca eternizarse consolidándose como casta armada de las clases sociales D y E, cargadas de justos o injustos resentimientos y por eso sensibles a la arenga populista, anticlase media y anticivilista. Tocará a la democracia nueva dar un salto atrás y reintroducir el servicio militar obligatorio, costoso pero eficaz remedio para erradicar el clasismo militarista de sempiternas pulsiones golpistas, haciendo del cuartel una escuela de convivialidad interclasista, intercultural e interregional que perdure y asegure continuidad al civilismo.
5- Sancionar a los ladrones, o ser por la eternidad una sociedad del robo. Lo sustraído a la nación durante el régimen chavista parece haber alcanzado dimensiones colosales (entre 165 millardos y 300 millardos de dólares) generando laxitud y desmoralización masivas pero insuficientes para acallar el clamor nacional por castigos ejemplares. Si un robo de ese calado fuere a pasar también esta vez sin que haya sancionados, habrá que incorporar al escudo patrio, cual mote, la boutade de Gonzalo Barrios: “Un país donde no hay razones para no robar”. A los honestos que fundarán la nueva democracia venezolana convendrá estrenarse con una histórica y no imposible misión: producir un solemne y muy eficaz escarmiento, un histórico “Nuremberg” nacional que condene a los grandes y pequeños saqueadores del país e inaugure una larga y redentora era de “tolerancia cero”.