Villasmil: Ni siquiera los pingüinos
De la masacre arancelaria decretada por Donald Trump no se salvaron ni siquiera los pingüinos de las islas Heard & McDonald, en el Océano Índico. Si usted consulta en Google, verá que aparece en el apartado “habitantes”, la cifra de 1. Sí, leyó bien: un ser humano.
¿Un náufrago? Un individuo que quería alejarse completamente de la civilización y vivir sólo de la caza, de la pesca y la recolección (¿de qué?). ¿Un Robinson Crusoe del siglo XXI? En todo caso este señor al parecer murió, porque ahora solo habitan esas islas pingüinos y algunas focas.
No importa: igual les clavaron su 10% de aranceles.
Tampoco se salvó un país africano, Lesoto (capital: Maseru, aprox. 250.000 habitantes). Dado que los ciudadanos de Lesoto son demasiado pobres para adquirir exportaciones estadounidenses, mientras que Estados Unidos importa 237 millones de dólares en diamantes y otros bienes de esta pequeña nación sin salida al mar, Trump y sus “técnicos” reservaron la tasa arancelaria más alta posible (50%) para uno de los países más indigentes del mundo.
Como dijo un periodista norteamericano, “la idea de que gravar las piedras preciosas de Lesoto es necesario para que Estados Unidos añada puestos de trabajo en el sector siderúrgico en Ohio es tan absurda que perdí brevemente el conocimiento en medio de la redacción de esta frase”.
Es que, desde el primer día de su gestión, Trump ha mezclado varias palabras en su delirante gestión de la irrealidad que sólo él y sus conversos habitan: ignorancia, improvisación, venganza y crueldad.
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Una amiga me hace una pregunta cuya respuesta no es muy obvia: ¿Cuál es la ideología que impulsa a Trump a realizar la “matanza financiera del 1 de abril”?
Más que ideología -un conjunto de ideas, una visión de la sociedad, una concepción del mundo- en Donald Trump lo que se nota son costumbres, hábitos, pulsiones enfermizas. Trump no se define por sus principios éticos o morales -no los tiene- sino por sus odios y sus ambiciones. El tema arancelario ha sido siempre una obsesión personal, no ideológica. Su postura proteccionista responde más a un resentimiento que a un sistema ideológico claro. Conviene recordar que los autócratas modelo siglo XXI no tienen ideología, solo intereses.
Lo cierto es que Trump lleva décadas hablando de aranceles. Muchos años antes de su presidencia dijo que la palabra más hermosa del inglés era tariff (arancel).
Un error de bulto en su desafortunada propuesta arancelaria es contemplar la economía como un juego suma cero; es decir, un juego en los que las ganancias de un jugador se equilibran con las pérdidas de otro. Esto no debe ser así. Los verdaderos negociantes en una sociedad abierta, competitiva y libre buscan fórmulas cooperativas que generen ganancias a todos. En sus memorias, Angela Merkel menciona que cada vez que conversaba con Trump, este rechazaba toda posibilidad de cooperación.
Merkel concluyó: no se confundan, Trump no es un empresario; como mucho, es un comerciante inmobiliario. Negociar las evidentes complejidades de la economía internacional no es como comprar o vender bienes raíces, sobre todo si el líder negociador ha quebrado hasta en seis ocasiones.
Felipe González fue más allá: “No se llame empresario a Trump, eso es un insulto a los empresarios de verdad, que los hay honorables y emprendedores”. “Donald Trump es simplemente un mercachifle”.
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La estupidez arancelaria ha sido viralizada como pocas noticias de la historia.
Algunos de los medios de análisis económico más reconocidos han sido contundentes.
Nunca había leído un editorial de The Economist tan molesto e indignado. Después de que Donald Trump anunciara sus irresponsables medidas, el semanario británico publicó un artículo sobre el tema con un lenguaje durísimo. «Sandeces», «espoleado por sus delirios», «el error económico más profundo, dañino e innecesario de la era moderna», «vandalismo sin sentido», «totalmente iluso», «el dominio de Trump sobre los tecnicismos fue patético», «tan aleatorio como gravar fiscalmente a alguien según las vocales de su nombre», «este catálogo de insensateces causará un daño innecesario a EEUU».
Para la revista, fundada en 1843, «insistir en un comercio equilibrado con cada socio comercial individualmente es una locura, como sugerir que Texas sería más rico si buscara un comercio equilibrado con cada uno de los otros 49 estados norteamericanos, o pedir a una empresa que se asegure de que cada uno de sus proveedores sea también un cliente».
Para John Cassidy, de The New Yorker, “Los aranceles de Trump simplemente no pueden ser una amenaza temporal y una estrategia a largo plazo al mismo tiempo. La propia idea, al igual que algunas de las matemáticas básicas de la Administración, parece desafiar la lógica”.
Y como bien dice el economista Ramón Peña, “en esta distópica guerra arancelaria, como suele ocurrir en todas las guerras, la primera víctima ha sido la verdad…» «Ningún país puede hoy, por sí solo, construir un IPhone…» (según Gemini -modelo de Inteligencia Artificial de Google- en su construcción contribuyen más de 40 países).
Por último: existe la tentación en algunos de responderle a Trump con su propia medicina: ojo por ojo y diente por diente, así nos quedemos todos ciegos.
Pero lo que se necesita es hacer lo contrario, darle una lección no sólo de economía, sino de ética y de responsabilidad. Frente al imprudente proteccionismo decimonónico trumpista, hay que enmendar y corregir lo que sea necesario del libre comercio y la multilateralidad, no seguir un ejemplo irresponsable y desatinado. En democracia, amenazar nunca es un buen incentivo; los insultos y las bravatas no conducen a nada, solo causan daño.
Si es cierto que el orden geopolítico construido durante la Guerra Fría está agotado y debe ser sometido a cambios, estos últimos deben ser hechos con seriedad, extremo profesionalismo y con espíritu cooperador, no agresivo y destructivo.
Trump ha quedado como un rey desnudo -ética, económica y políticamente-. Los ciudadanos del mundo tienen claro que su vía es no sólo errónea y estúpida, sino asimismo insensata. En los Estados Unidos, todas las minorías han visto sus derechos gravemente afectados, y las mayorías están comenzando a sentir el peso de su inclemencia. No es poca cosa que entre sus múltiples víctimas se encuentren sus propios votantes, e incluso sus grandes financistas: las pérdidas han sido asombrosas para Elon Musk, para Amazon, Apple, o el señor Zuckerberg, el de Facebook. Miles y miles de millones de dólares.
Bajo Trump II, Estados Unidos se está hundiendo en una ciénaga de odio, insensatez y crueldad extremos.
En esto estamos de acuerdo millones de ciudadanos en el planeta, al igual que los pingüinos del Océano Índico.