Paulino Guerra: ¡Peligro!: regresa ZP el pacificador
«Si Maduro puede seguir siendo presidente pese a perder las elecciones, qué le impide al PSOE violentar la Constitución para que Sánchez siga en su puesto»

José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Sánchez. | Ilustración de Alejandra Svriz
El próximo mes de mayo se cumplen ya 15 años de la histórica sesión del Congreso de los Diputados en la que José Luis Rodríguez se bajó de la nube de los «brotes verdes» y asumió por fin la enfermiza salud de la economía española. En una atmósfera de funeral anunció el mayor recorte social de la democracia, con medidas tan severas como la congelación de pensiones o la rebaja del sueldo a los funcionarios. Un año y medio después, en diciembre de 2011, abandonó definitivamente el Gobierno tras unas elecciones anticipadas, dejando a su sucesor una herencia de 5,27 millones de parados, un déficit de casi el 9 por ciento, el hundimiento de la recaudación fiscal y muchas facturas sin pagar, pero sobre todo un país deprimido y traumatizado. ZP, el hombre del talante, «la nada más absoluta» o el «bobo solemne», según lo describió Mariano Rajoy, se iba de la Moncloa convertido en un zombi, en una caricatura, en un personaje sin ningún crédito. No lo querían ni los suyos, que lo hacían responsable del catastrófico resultado electoral del PSOE y lo consideraban una rémora para la recuperación de la imagen del partido.
Pero desde Suárez a Rajoy, todos los presidentes han abandonado el poder de manera más o menos traumática. La rehabilitación casi siempre acaba llegando, pero se necesita algún tiempo, que los «jarrones chinos», según la terminología de Felipe González, cojan polvo, adquieran pátina y ese halo de respetabilidad que da la perspectiva del tiempo. Pero Zapatero eligió la peor de las opciones para conseguirlo, convirtiéndose, no sabemos si por devoción o negocio, en el más sumiso embajador del chavismo. Con la excusa de la mediación y el diálogo se erigió en el defensor de un régimen que asalta las urnas, persigue y encarcela a la oposición y que ha echado del país a casi 8 millones de venezolanos.
Cuesta entender que un político socialdemócrata de formación europea tenga querencia por tanta cochambre y, que incluso sea capaz de darle la mano a un personaje tan asquerosamente siniestro como Nicolás Maduro. Pero es lo que dice ese refrán castellano que más parece la reflexión de un psicoanalista: «Dime con quién andas y te diré quién eres». Porque Zapatero tiene ahora como oficio principal el de abrillantador de la inmundicia de regímenes autocráticos y personajes repulsivos.
Además del chavismo, en su cartera de clientes y amigos hay chinos, cubanos, marroquíes, además de prominentes enemigos de la democracia española como Arnaldo Otegi y Carles Puigdemont. A este último, le piropeaba recientemente en La Vanguardia, asegurando que entre ambos «ha cuajado quizás algo más que una relación de confianza» y que al huido no se le debía «menospreciar ni política, ni intelectualmente». La conjura de los necios: un expresidente constitucional, que debería cuidar la institucionalidad de sus acciones, reuniéndose en secreto y elogiando a un presunto delincuente que está reclamado por el Tribunal Supremo de España por atentar contra su orden constitucional.
Pero lo sustancial fue su anuncio de que está negociando con Puigdemont «el reconocimiento de la identidad nacional de Cataluña», un asunto plenamente inconstitucional y que como tal ya dejó zanjado el Alto Tribunal en su sentencia de 2010 sobre el Estatut catalán. Pero si Maduro puede seguir siendo presidente pese a perder las elecciones, qué le impide al PSOE volver a violentar la Constitución y la soberanía nacional para que Pedro Sánchez siga en su puesto.
Zapatero cita como fuente de autoridad para justificar esa concesión, el acuerdo de Bruselas para la investidura de Sánchez. Y en ese texto se dice que Junts propondrá un referéndum de autodeterminación para el reconocimiento nacional de Cataluña, mientras que el PSOE defenderá «el amplio desarrollo del Estatut de 2006, así como el pleno despliegue y el respeto a las instituciones del autogobierno y la singularidad institucional, cultural y lingüística de Cataluña». Ahora, Zapatero vuelve a negar que ese reconocimiento se vaya a hacer vía referéndum y apunta que el camino es la delegación de competencias, poniendo el ejemplo de la emigración.
Pero no es la primera vez que el PSOE se ofrece a recuperar artículos del Estatut que fueron declarados inconstitucionales, entre los que figuran asuntos tan sustanciales como la creación de un poder judicial catalán al margen del CGPJ con competencias directas en la elección de jueces, la exclusividad del catalán en la administración y los medios públicos, así como el reconocimiento jurídico de la nación catalana.
De momento, el independentismo ya podría presumir de haber conseguido un generoso botín. En menos de dos años de legislatura, el Gobierno central se ha comprometido a entregarles la «plena soberanía fiscal» a través del cupo, la delegación integral de competencias en emigración, con el correspondiente control de fronteras, así como de la seguridad ciudadana en puertos y aeropuertos, en detrimento de Guardia Civil y Policía, la creación del 2 Cat, un nuevo canal RTVE en catalán, además de continuar la persecución del castellano en la escuela. Pero Zapatero dice que habrá más y anuncia noticias para la segunda mitad de este año e incluso para la próxima legislatura.
De estos temas habla Alejandro Fernández, en un libro titulado A calzón quitado y cuya reciente presentación en Madrid no contó con la presencia de ningún miembro destacado de la dirección nacional. El presidente del PP catalán, un astur-catalán de alargada ironía, advierte que al «procés catalán» le está siguiendo un «proceso español» que resume en ocho pasos: Indultos, supresión del delito de sedición, modificación a la carta del delito de malversación, retirada del CNI de Cataluña, inhibición del Gobierno de España en el cumplimiento de las sentencias lingüísticas, expulsión de Cataluña de la Policía y la Guardia Civil por fases, amnistía y por último la Autodeterminación.
Pero precisa que la autodeterminación no interesa ahora a los independentistas que perderían el referéndum, por lo que aceptarían una meta volante: un cambio del modelo de Estado que convierta a España en confederación asimétrica y plurinacional para llegar a la independencia cuando se den las condiciones favorables. La mutación constitucional no se haría reformando la Constitución, sino aprobando leyes y cediendo competencias que serían avaladas por el TC del Conde Pumpido de turno. Veremos en qué playa nos deja la tormenta, pero cuando los capitanes que pilotan la nave son un golpista y un expresidente fracasado, lo prudente es coger los chalecos salvavidas y gritar: ¡Peligro!