Ricardo Dudda: La histeria de esos cinco días
«Fue un test de lealtad a Sánchez, que lanzó un globo sonda para ver si sus fieles lo eran de verdad. Y lo eran. Sobre todo en los medios y los creadores de opinión»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Hace justo un año, el presidente de una democracia liberal (si es que eso sigue significando algo hoy) escribió una carta a la ciudadanía en la que amenazaba con dimitir si no dejaban de investigar los negocios presuntamente corruptos de su esposa. Era una carta bananera pero también era la carta de un manipulador emocional, del típico narcisista que se hace la víctima cuando le reprochas cualquier cosa. Lo sabe ya toda España pero es importante repetir y recordar que Pedro Sánchez usó el amor que siente hacia su esposa para atacar a la prensa crítica. No sé hasta qué punto ese gesto indignó o alegró a su mujer. Cualquiera en su sano juicio se habría sentido utilizado: al fin y al cabo, fue una maniobra para reforzar la coalición político-mediática en torno a él. Pero es muy posible que Begoña Gómez estuviera agradecida a su marido por usar todo el poder coercitivo y de influencia que tiene como presidente para salvarle el culo.
También lo sabe toda España, pero es importante recordar la histeria de esos cinco días, los que transcurrieron entre la amenaza de dimisión del presidente y el anuncio en el que, finalmente, confirmaba que no se marchaba. No estaba tan tan tan enamorado, entonces. En esos días, el país se sumergió en una especie de sueño febril pseudoautoritario, un simulacro de democracia plebiscitaria y por aclamación: era hora de salir a la calle a defender al líder. Hubo periodistas señalando a otros periodistas por informar sobre los conflictos de interés de la mujer del presidente. Otros leyeron la situación con su plantilla perezosa favorita: la prensa de «ultraderecha» atacaba a Begoña Gómez por ser mujer y, sobre todo, por ser mujer trabajadora y emprendedora. Hubo comentaristas que hablaron incluso de la valentía del presidente a la hora de afrontar sus sentimientos. Es un presidente deconstruido. Encima de guapo, tiene responsabilidad afectiva.
Recuerdo especialmente a la principal asociación de periodistas de España pidiendo a los profesionales del sector que «denuncien» a los compañeros que desprestigien el oficio; recuerdo también a un politólogo muy cercano al Gobierno pidiendo al presidente que abandone «las maneras de salón de té» y comience a «usar el poder democrático para desfascistizar a fondo instituciones y sociedad». Y cómo olvidar la reacción del director de cine Pedro Almodóvar, que dijo que se echó a llorar cuando leyó la carta del presidente.
Fue, en el fondo, un test de lealtad del presidente, que lanzó un globo sonda para ver si sus fieles lo eran de verdad. Y lo eran, desde luego. Sobre todo en los medios y los creadores de opinión, que pusieron por delante la lealtad ideológica a la deontología periodística. La ciudadanía, en cambio, vio todo este episodio con el rabillo del ojo: otro aspaviento más de la política teatral. Un año después, el fervor sanchista está muy apagado y abunda la desilusión. Pero no pasa nada. Esa resignación es incluso positiva. Si la ciudadanía piensa que no hay alternativa, no se queja mucho.