Mons Pérez Morales en misa-centenario de Luis Herrera Campíns: «Es obligante la recuperación y consolidación de la convivencia democrática nacional»
Hay que prestar cuidado a expresiones equívocas como la de “meterse en política” y a tentaciones como las de falsas neutralidades

Mons. R. Ovidio Pérez Morales:
Cristiano en la Ciudad
Ningún tiempo litúrgico más propicio para celebrar la Eucaristía y encomendar en ella a un hermano en la fe, que el presente de Pascua y precisamente en domingo. Hoy nos reúne en esta santa Misa la grata y obligante conmemoración del centenario de un amigo, cristiano genuino, político por vocación, ciudadano ejemplar y ex presidente de la República, Luis Herrena Campins. Una conmemoración que, a la vez que ilumina, interpela y anima.
La reflexión filosófica en una de sus tendencias contemporáneas más influyentes llegó a definir al hombre, en perspectiva existencial, como “ser para la muerte”. En verdad reflejaba con ello una evidencia histórica y, por lo demás, de ordinaria cotidianidad. En esa misma línea formuló como existir auténtico el actuar humano en el mundo con una viva conciencia de fragilidad y transitoriedad.
Esta irrebatible verdad resulta necesariamente relativizada por el creyente desde su convicción de fe. Ésta, en efecto, asume decididamente la victoria de la vida sobre la muerte, lo cual lleva a reinterpretar de modo substancial el existir terreno. En estos momentos estamos celebrando la Eucaristía, la cual precisamente reactualiza la entrega suprema de Cristo, quien “muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitado restauró la vida” (Prefacio I de Pascua). Esta verdad resulta particularmente iluminadora sobre la relación muerte-vida, que san Pablo expone en el capítulo 15 de su primera carta a los Corintios; allí explicita el horizonte (telos) y sentido de la historia, que estará marcado por el retorno glorioso de Cristo, acompañado por la resurrección de los muertos y culminado con el ingreso de los justos en la plenitud del Reino de Dios. El Apóstol concluye este mensaje con un vibrante desafío, semejante al de los vencedores en el circo: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? (…) gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo”. Esta convicción respecto del retorno glorioso de Cristo y el triunfo definitivo de la vida es lo que dinamiza y ha de dinamizar el compromiso del cristiano en este mundo pasajero, no sólo para combatir el mal, el pecado, sino, sobre todo, para edificar una sociedad genuinamente nueva, libre, justa, solidaria, fraterna y pacífica, como expresión histórica de la comunión humano-divina e inter humana, la cual constituye el objetivo del plan creador y salvador de Dios Trinidad.
El evangelista Mateo ofrece la narración que Jesús mismo hace del Juicio Final (25, 31-46). En ella el Señor se presenta como Juez que viene a definir la suerte de los humanos. No es el único texto bíblico al respecto, pero resulta muy significativo que el criterio de salvación o condenación que aparece en ese relato no refleja otra cosa que la conducta adoptada por los humanos con respecto al prójimo necesitado: “tuve hambre, sed…estuve enfermo, preso…” y saliste o no a mi encuentro. En términos coloquiales puede decirse que Jesús aparece disfrazado allí de proximus. Y el Señor acentúa allí las tintas al concretar el servicio al prójimo sólo en cosas profanas y bien perceptibles como donación de comida, asistencia a enfermos y visita a presos. Las condenas no aparen por haberse hecho algo malo, sino por no haber hecho el bien debido (pecados de omisión). Algo de añadir convenientemente aquí es la proyección que ha de hacerse de la solidaridad micro e individual a la macro y social. Así, por ejemplo, pueden traducirse el pan dado a un hambriento y la asistencia a un preso en actividades caritativas de mayor alcance y en políticas alimentarias y carcelarias. La enseñanza es clara en cuanto a la concretez y proactividad serviciales y amorosas que reclama Dios de los humanos. Allí hay de todo menos que de alienación religiosa y de un espiritualismo vertical intimista.
Con respecto al compromiso terreno en perspectiva de fe el Concilio Plenario de Venezuela en su documento 13 (una especie de manual de Doctrina Social de la Iglesia aplicado a Venezuela, en virtud del método adoptado de ver-juzgar-actuar) plantea el siguiente reto:
“Una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana y más solidaria. Esta tarea exige la efectividad del amor. Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural. Por ello se tiene que promover la Civilización del amor como fuente de inspiración de un nuevo modelo de sociedad” (CIGNS 90).
Este festejo litúrgico en el centenario del hermano Luis es una ocasión muy propicia para recordar a los laicos, que conforman la casi totalidad de la Iglesia, a ejercer -en conjunción con todos los hombres de buena voluntad- el protagonismo que les corresponde en la construcción de la nueva sociedad, Tarea ésta que en su condición de laicos han de estimar, no como algo secundario o adventicio, sino como deber, en virtud su peculiar condición cristiana secular, temporal, que lo identifica como miembro del Pueblo de Dios inmerso en el mundo (tiempo, saeculum). El creyente ha de interpretar su condición política congénita como vocación, tarea obligante, en el marco de su misión cristiana evangelizadora.
Todo esto entraña una valorización de la política en perspectiva humana general y, más concretamente, de fe. Es un tema que amerita un par de reflexiones.
Lo primero que cabe destacar es la politicidad estructural del ser humano en cuanto tal, creado y salvado por Dios como social, para vivir, desarrollarse, perfeccionarse, en convivencia, polis. De allí el cuidado que hay que prestar a expresiones equívocas como la de “meterse en política” y a tentaciones como las de falsas neutralidades.
En cuanto al término político es preciso recordar su múltiple sentido para evitar confusiones: actividad cívica, partidista, ejercicio del poder. Y en cuanto a la Iglesia se ha distinguir el sujeto de la acción política: laico en cuanto tal, laico con una oficialidad determinada, jerarquía, comunidad eclesial. Como campo social, lo político se suele distinguir de lo económico y de lo ético-cultural, no olvidando que el vocablo cultura (y en algún modo, política) suele globalizar todo este conjunto societario..
Lo cierto es que en cuanto a educación cívica dirigida a una necesaria y adecuada participación política, la ciudadanía y también la Iglesia están muy en deuda con el país, con las consecuencias que no son difíciles de evidenciar o imaginar. Una comunidad des- o mal educada está expuesta a múltiples fallas, manipulaciones, para no hablar de desastres.
Esta Eucaristía y, en general, la conmemoración centenaria del hermano en la fe y notable demócrata Luis, constituyen para la Iglesia en Venezuela y en particular para su laicado una interpelante ocasión para asumir con seriedad la política como instrumento indispensable de reconstrucción y ulterior progreso de la nación. En este sentido, urge el robustecimiento, surgimiento y multiplicación de protagonistas laicos para la evangelización de nuestra cultura, en el sentido amplio de este término, tal como lo planteó el Concilio Plenario de Venezuela, en cuyo XXV aniversario nos encontramos.
Para Venezuela este centenario debe ser, igualmente, un reclamo al tiempo que estímulo hacia la obligante recuperación y consolidación de la convivencia democrática nacional como condición, soporte y catapulta de un desarrollo liberador integral. La comunidad venezolana no ha entrado positivamente todavía, de veras, en el nuevo siglo-milenio desde el punto económico, político y ético-cultural, en momentos en que el cambio epocal ha acrecentado universalmente exigencias y desafíos. Gracias sean dadas a Dios porque en el hermano Luis nos regalado un modelo del ciudadano y del gobernante que el país necesita hoy más que nunca: protagonista de reconciliación y paz, ejemplo de honradez y humildad, guardián de los derechos humanos y de la convivencia democrática, testimonio de laboriosidad y servicio. Por cierto que el último tiempo terreno de Luis, de inocultable estrechez material, fue pero de manifiesta vivencia y pedagogía espiritual.
Que Dios, revelado por Cristo como Amor, tenga en la plenitud de la patria definitiva a nuestro hermano Luis. Fortalezca en consuelo y paz a su esposa, hijos y demás familiares. Consolide en comunión fraterna a todos los que los acompañamos en este memorial y nos capacite para ser testimonios de su reino de libertad, justicia y fraternidad.-
Misa celebrada en la capilla de Campo Alegre, Caracas, el 04 de mayo de 2025