
El castrismo, para controlar la inflación, eligió «secar» la demanda. Solo así se explica que aun en estas condiciones de oferta brutalmente insuficiente en las que sobrevivimos los cubanos se estén moderando los precios.
Que en marzo haya llegado el índice de precios al consumidor al nivel más bajo de los últimos meses debería ser motivo de regocijo, pero no lo es, porque reducir la inflación no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para abonar los fundamentos macroeconómicos donde debería florecer la economía real de bienes y servicios, algo que no está sucediendo en esta isla donde solo florecen la desesperanza y el reguetón.
De hecho, una menor inflación en Cuba es indicador de contracción de la actividad económica, específicamente de la actividad del sector privado, que es el único que venía creciendo hasta que, desde agosto pasado, el castrismo decidió que ya era momento de «reordenarlo», es decir, de frenar su expansión, con lo cual, en febrero, por primera vez el Gobierno anunció una reducción neta del número de MIPYMES.
Y no solo hay menos MIPYMES, las que quedan, que hoy son el sostén de la alimentación del país, estaban contrayendo su nivel de actividad, a lo que el Gobierno, preocupado, respondió postergando la Resolución 56, que pretende dejar a los privados fuera del negocio mayorista.
La menor actividad de las MIPYMES se reflejó en la estabilidad del dólar durante varias semanas, y el efecto contrario se está viendo desde que anunciaran que la Resolución 56 no entraría en efecto hasta octubre, lo que ha provocado que el valor de la moneda norteamericana esté repuntando gracias a que las MIPYMES sacaron los pesos que mantenían fuera del extorsionador sistema bancario castrista, para comprar dólares e importar un poco más, aprovechando el tiempo extra, todo lo cual, lamentable e inevitablemente, se traducirá en un futuro repunte inflacionario… hasta que esos pesos retornen bajo los colchones de donde momentáneamente están saliendo.
Este ciclo vicioso solo puede romperlo un aumento de la oferta de bienes y servicios nacionales, que es la única manera de darle valor al peso. Pero nada está haciendo el castrismo para que esto suceda, al contrario, no solo está acribillando a regulaciones e impuestos al sector privado, sino que, además, ya anunció estar cocinando un mecanismo cambiario para trasvasar dólares desde los privados —remesas— hacia las empresas estatales, lo que es un desperdicio de recursos dada la ineficiencia incorregible de esas empresas, y previsiblemente causará una subida fortísima del precio del dólar, lo que, otra vez, inevitablemente será más inflación.
En enero advertimos que el dólar en Cuba llegaría a 500 pesos cuando el Gobierno cumpla su amenaza de imponer un mecanismo cambiario de tipo flotante para comprar más dólares de los que venderá, algo que, por supuesto, tendrá su correlato inflacionario.
Los aplanamientos momentáneos del índice de precios no son hambre saciada, sino hambre sin solución. El problema de los precios está latente y lejos de intentar resolverlo, el castrismo se está ocupándose de solo dos cosas: primero, un mayor control del sector privado impidiéndole crecer y aportar a la economía productiva, condenándolo a ser mero revendedor; segundo, ideando mecanismos financieros y comerciales para captar remesas, convirtiendo al sector estatal en otro revendedor de productos importados.
Queda muy lucido que en las reuniones del PCC Canel o Marrero anuncien que la inflación se está reduciendo y lo atribuyan al acierto de ese plan de «estabilización macroeconómica» que solo ellos conocen, pero a nosotros, los que resistimos abriéndole más agujeros al cinto, últimamente nos dan más miedo los «éxitos» de la Revolución que sus nunca reconocidos fracasos. De este Gobierno ya nadie espera nada, cada vez que anuncian algo, incluso cuando parece bueno, es malo.