Díaz-Canel regresó a Cuba sin muñeca rusa ni médico chino
'El viaje ha dejado claro que el régimen de La Habana no tiene ni quien le escriba ni quien le preste, está solo, solo con sus 9.748.532 rehenes'.

En su programa Desde la Presidencia, Miguel Díaz-Canel presentó su retorno de Eurasia como el de un general victorioso que vuelve de una campaña extranjera merecedor de ovación y desfile. Ungiéndose a sí mismo con elogios y autobombo, aseguró que, «en medio de la difícil situación que enfrenta nuestro país, no fuimos de paseo»… ¿y su esposa? Pero, ¿qué tesoros trajo Canel de su gira? ¿Qué triunfos puede exhibir?
Aparte de codearse en Moscú con lo que más vale —en oro robado— y brilla —en sangre de opositores— de las autocracias mundiales, Canel solo consiguió humo en los dominios de Vladimir Putin; pero no humo nuevo y reluciente, qué va, la prensa cubana tuvo que conformarse con revender como nuevos humos antiguos que lentamente se apagan.
Salió nuevamente a la palestra aquella vieja promesa —presentada como nueva para reverdecer las esperanzas de los cuatro lectores fieles que le quedan al Granma— de los famosos 1.000 millones que el lobista Boris Titov le está ofreciendo al castrismo desde hace varios años, sin que hasta ahora haya llegado ni medio céntimo, ni se haya vuelto a saber de las tiendas y las inversiones que los rusos harían en Cuba, mucho menos de las locomotoras que revolucionarían el transporte en la Isla.
Eso sí, en lo que el palo va y viene, el muy avivado Boris se agenció un monopolio de fabricación y distribución de ron cubano en Rusia… ah, y consiguió que prácticamente se regalaran tierras cubanas a oligarcas rusos; pero, ¿quién quiere eso? Ni uno solo de los millonarios de Putin se ha portado por la isla caribeña a visitar a Canel o reclamar tierras en Quivicán.
Entre tanta nadería, para Canel es mucho que Dmitry Chernyshenko, viceprimer ministro encargado de las relaciones económicas Rusia-Cuba, ofreciera subsidiar las tasas de interés a empresarios rusos que inviertan en Cuba, lo que significa que Putin no quiere mandarle ni medio rublo suyo al castrismo, ni siquiera estimulará que otros rusos lo hagan. Lo que más hará el zar es ofrecerle al oligarca que muy borracho o deprimido decida invertir en Cuba, préstamos bancarios a interés inferior al oficial, nada más.
Darle esa minucia financiera y, además, regalarle al primer secretario del PCC unos pocos Moscovich, es como tirarle un hueso a un perro que molesta para que se aleje de la mesa. A Fidel Castro, al menos le habrían regalado un IL-96, aunque fuese de uso; a Raúl Castro, probablemente dos Mig-15 oxidados, rescatados de algún arsenal cerca de Uzbkistán. Pero a Canel lo que le toca son Moscovich. Que bajito hemos caído… y lo que nos falta.
Y reconoce Canel, y parece satisfecho cuando lo dice, que en «los últimos ocho años ha existido un trabajo intenso de diseño, de meditación, de reflexión, de encontrar modelos de negocio que sean factibles y mutuamente beneficiosos», y bla bla, la muela al cuadrado. En el 353 a.C., en apenas tres años los persas construyeron un mausoleo que fue una de las siete maravillas de la antigüedad; mientras, nuestro sátrapa moderno celebra llevar ocho años diseñando, meditando, reflexionando con los rusos mientras nada real sucede. La obra de Canel es un enorme mausoleo a la estulticia.
Pero bueno, aprovechando que habían cruzado el Atlántico, y porque a la «Machi» le apetecía ver la Gran Muralla, de Moscú volaron los tórtolos sin casa hacia Pekín, con la esperanza de que aquellos comunistas ricos fuesen más receptivos y soltaran algo más sustancioso… ¡Y vaya que les regalaron!
Xi Jinping les obsequió el compromiso de «explorar nuevas oportunidades en biotecnología, producción de alimentos, comercio mayorista y minorista, además de la informatización y ciberseguridad». Con más promesas y palabras al hombro, puso Canel su mejor cara —¿qué más iba a hacer, pobrecito?— y «destacó la sensibilidad del presidente Xi ante los desafíos que enfrenta Cuba, y la voluntad de China de encontrar soluciones para impulsar el desarrollo de la Isla«. Humo.
Como de Rusia, el administrador de la finca Castro se trajo de China compromisos, sensibilidad y mucha voluntad, pero nada real. Es como si el chino le hubiese dicho: «anda, bonito, vete a resistir creativamente».
Y es que hasta el gorro están los del Partido Comunista Chino de decirle a los del Partido Comunista de Cuba que el comunismo no funciona, que ellos de comunistas ya solo el nombre y la dictadura, pero para todo lo demás es dólar esto y dólar aquello; pero no dólar regalado, y menos dólar invertido en Cuba, porque allí cada dólar se convierte en dolor.
Y mientras para Cuba había solo palabras, no había terminado la Machi de empaquetar trapos, carteras, relojes, zapatos de mal gusto y demás pacotilla que seguramente con su salario compró en China, y ya el mismo Xi, que a Canel no le soltó ni el yu del yuan, estaba anunciando créditos por 10.000 millones de dólares para Iberoamérica, zona del mundo que los chinos rocían frecuentemente con inversiones que, por alguna extraña razón, jamás salpican a la Isla, y eso que somos hermanos y Xi está sensibilizado.
Para China, la Cuba castrista no es un socio, ni una contraparte de interés y respeto con la que negociar. Cuba viene siendo como un islote oceánico cuya única utilidad es instalar torres de telecomunicación —entiéndase bases de espionaje— y un ocasional peón geoestratégico al que, de vez en cuando, se le regala algo como quien sacude la mano espantando moscas.
Penosamente, aparte de los equipajes de doña Machi, archiduquesa de Holguín, de su gira Canel solo trajo muchas palmaditas en la espalda y promesas vacías, nada concreto donde colgar alguna esperanza de mejoría para Cuba. Tal fracaso deja expuesto que el régimen de La Habana no tiene ni quien le escriba ni quien le preste, está solo, solo con sus 9.748.532 rehenes, millón y medio menos de los que tenían en 2015… nada más que agregar.