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Armando Durán / Laberintos: Trump contra los venezolanos

 

Donald Trump amenaza con sanciones económicas "rápidas y firmes" si el  gobierno de Venezuela sigue adelante con la Asamblea Nacional Constituyente  - BBC News Mundo

 

   “No los queremos”, afirmó Donald Trump al resucitar, a partir del lunes 9 de junio,  su decreto de 2017 prohibiendo el ingreso a Estados Unidos de los ciudadanos de varios países africanos de mayoría musulmana. Aquella orden ejecutiva la derogó Joe Biden al iniciar su mandato presidencial y ahora Trump la restaura, elevando a 12 los países cuyos ciudadanos no podrán viajar a Estados Unidos y la amplía con una lista de otras 7 naciones, en las que se incluye a Venezuela, a cuyos ciudadanos se les aplicará, también desde este lunes, muy severas restricciones para viajar como turista, estudiante, o por motivos médicos o reunificación familiar a territorio estadounidense.

   Según señaló Trump en sus habituales mensajes divulgados en las redes sociales, se ha visto obligado a tomar esta radical decisión anunciada desde el salón Oval de la Casa Blanca “para proteger la seguridad nacional y los intereses nacionales de los Estados Unidos y su pueblo.” Un pretexto, por supuesto, absolutamente falso. En primer lugar, porque el racismo, la xenofobia y el machismo definen y constituyen, más allá de cualquier duda, los fundamentos de su muy estrecha visión del mundo. En segundo lugar, porque él no perdona que Joe Biden lo derrotara en las elecciones del martes 3 de noviembre de 2020, derrota que nunca ha reconocido ni tampoco reconocerá jamás porque según los consejos de su asesor jurídico y mentor, el siniestro abogado Roy Cohn, en ningún caso uno debe admitir derrota alguna. Razones a las que su supremacismo extremo de hombre blanco y rico lo lleva a aprovechar el miedo que lo desconocido mete automáticamente en el ánimo de los sectores de la población más humildes intelectualmente y de menor sensibilidad social como para despreciar y rechazar, sin el menor complejo de culpa, todo lo que no es como yo. De ahí la persistente segregación del negro, no solo por ser diferentes físicamente del blanco, sino porque su presencia forzada en Estados Unidos está inseparablemente asociada a la servidumbre absoluta de su pasado como esclavo de amos blancos.

   Ni siquiera la guerra civil que asoló a Estados Unidos entre 1861 y 1865, ni la abolición legal de la esclavitud como resultado material de aquella muy sangrienta confrontación, lograron borrar de la conciencia de un vasto sector de la población blanca estadounidense esa percepción falsa de insuperables diferencias raciales. Quizá por eso, a finales de ese siglo, y sobre todo a principios del siglo XX, cuando se hizo muy palpable el flujo masivo de inmigrantes irlandeses, italianos y judíos a las ciudades de la costa este de Estados Unidos, este sentimiento racista también abarcó a esa masa de ciudadanos pobres y diferentes que abandonaban sus países en busca de libertad y mejores condiciones de vida. Y le añadió un ingrediente de altísima peligrosidad: confundir la parte más indeseable de esas multitudes con la totalidad. Y así, se cayó en la fácil y cómoda trampa de considerar mafiosos a todos los ciudadanos de procedencia italiana porque la mafia era un producto de origen italiano. Más recientemente, desde el atentado que destruyó las torres gemelas de New York y asesinó a centenares de inocentes ciudadanos el 11 de septiembre de 2001, se considera terrorista a todos los musulmanes. Y ahora, como si eso fuera lo más natural de este mundo, se supone la pertenencia a bandas criminales internacionales de todos los ciudadanos venezolanos porque algunos miembros de la banda criminal conocida como Tren de Aragua han emigrado a Estados Unidos y otros países de América Latina, sin tener en cuenta que por primera vez en su historia los venezolanos han asumido masivamente la opción de emigrar. Más de 9 millones de ciudadanos, o sea, una cuarta parte de la población ha salido del país en los últimos 10 años. ¿En qué cabeza cabe que todos ellos son miembros del Tren de Aragua?

   Estas falsas identidades, además de ser injustas, generan peligros de consecuencias imprevisibles. Como el hecho de que en la actualidad se tramitan en Estados Unidos no menos de 5 millones de solicitudes de asilo, situación que, después de haber anulado el procedimiento de protección humanitaria a ciudadanos de naciones gobernadas por regímenes que Washington acusa de promover o amparar actividades terroristas, pone a esos inmigrantes sin papeles al borde de la deportación a sus países de origen, entre ellos Venezuela.

   No se trata, sin embargo, de una medida precipitada como respuesta al atentado perpetrado por un ciudadano egipcio contra una manifestación en respaldo a Israel en Boulder, Colorado. Ni siquiera como pieza de la estrategia negociadora de Trump para arrinconar a la otra parte con la finalidad de asegurarse algún beneficio a corto plazo. Artimaña que utilizó en su pasado empresarial para acrecentar su fortuna personal a costa de arrinconar a los acreedores de sus empresas declaradas sistemáticamente en quiebra y suspensión de pagos para obligar a sus acreedores a aceptar el pago parcial de esas deudas o sumirse en larguísimos y muy costosos procesos judiciales de desenlaces inciertos. Precisamente, el mismo mecanismo que ha empleado Trump para desatar una amenaza continua de guerra comercial que ha puesto patas arriba al comercio internacional con sucesivas amenazas de aplicar demoledores aranceles a los productos que importa Estados Unidos. Aunque eso ponga al mundo, incluyendo a Estados Unidos, a un paso de unas crisis económica y financiera para muchos analistas de proporciones apocalípticas. Y todo, incluso su política migratoria, porque desde la perspectiva imperial desde la que Trump contempla al mundo, en su mente no cabe la posibilidad de que exista algo distinto a lo que él ve. Cualquier discrepancia, como la que esta semana protagoniza su pleito con Elon Musk, quien hasta ayer mismo era su más íntimo y confiable colaborador, su “primer amigo” llegó a llamarlo, es porque sí, porque cualquier diferencia de criterios es algo ingrato o diabólico, que por el simple hecho de serlo, debe ser radicalmente erradicado de la faz del planeta. Visión delirante y desoladora cuyas más inclementes consecuencias, amparadas en el no distinguir matices, mucho menos respetar opiniones ajenas a la suya, colocan a medio mundo, también a Estados Unidos, a un paso de muy graves inestabilidades y contradicciones cuya causa verdadera es la de sus decisiones, siempre unipersonales, que se fundamentan exclusivamente en sus prejuicios y en sus intereses más personales, como si a fin de cuentas esos intereses fueran los intereses nacionales de Estados Unidos.

 

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