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Lo que Boric no entiende

Boric parece sumarse a la narrativa predominante dentro del progresismo que sostiene que Israel es un proyecto Europeo-colonial, un premio de consolación, en que el Occidente le impuso un Estado Judío a una población árabe indígena.

 

La reciente negativa del Presidente Gabriel Boric a responder una llamada del secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, es más que una anécdota diplomática: es un síntoma de un Mandatario motivado por certezas ideológicas antes que por un análisis estratégico del escenario internacional. Según reportes, la llamada -realizada el viernes 30- habría buscado abordar, entre otras materias, la postura chilena respecto del conflicto en Medio Oriente. La respuesta del Mandatario, o más bien su silencio, fue acompañada en su Cuenta Pública por la aseveración en la que Chile no va “a aceptar imposiciones de alianzas ni agravios a nuestras decisiones soberanas”. No es difícil unir los puntos.

Las acciones de Boric se explican si se entiende el mundo en que habita, una burbuja posmoderna en que los poderosos son siempre malvados, y los débiles moralmente superiores; las personas blancas son opresores, los individuos de color son oprimidos. Tan así, que, como ‘poderosos’, se le atribuye a los israelíes judíos la condición de ‘blancos’ incluso cuando más de 50% de esa población tiene sus orígenes en países del Medio Oriente.

En ese marco, ignorar una llamada del Secretario de Estado no se percibe como un desaire diplomático, sino como una acción política rentable. Boric parece estar convencido de que cualquier costo será pagado por otros: el próximo gobierno lidiará con los efectos económicos de un eventual deterioro comercial, y si se pone en riesgo el Visa Waiver, eso sólo afectaría a empresarios y turistas arribistas que quieren viajar a Miami. Es todo ganancia.

Algo parecido ocurre con su postura respecto Israel. A pesar de las expectativas, al final el Presidente Boric no usó su Cuenta Anual para anunciar el quiebre de relaciones diplomáticas con Israel. Sin duda asesorado por las cabezas más frías de Cancillería, Boric demostró más astucia diplomática de lo normal, enfatizando la diferencia entre el Estado y el pueblo de Israel por un lado, y las políticas reprensibles del gobierno de Benjamín Netanyahu. Aun así, el anuncio del embargo sobre compras de armas, y de productos importados de los territorios ocupados (algo que la propia Cancillería reconoce tendrá un efecto más bien simbólico), sumado a las medidas ya anunciadas y el cuasi-permanente retiro del embajador, hace Chile se ubique entre los países del mundo que más se han distanciado del Estado judío.

La pregunta es si estas medidas lograrán una resolución al actual conflicto. La respuesta es obviamente que no, por dos razones.

Primero, el trauma del 7 de octubre ha enterrado, por ahora, cualquier posibilidad de negociar la paz. La opción de dos Estados, uno judío y uno palestino -que es la única opción viable en el largo plazo- ha sido esencialmente descartada por ambas poblaciones. Según una encuesta realizada por Centro Palestino de Investigación de Políticas y Encuestas, el 90% de los palestinos en Cisjordania y Gaza no creen que el 7 de octubre se cometieron las atrocidades de las cuales se les acusa, y menos de la mitad sigue creyendo en la solución de dos Estados. En Israel esa cifra es aún menor. Los israelíes, atacados no solamente desde Gaza sino Yemen, Siria e Irán, y observando el aumento en incidentes antisemitas en el resto del mundo, se sienten inseguros y amenazados. Los dichos del Presidente de Chile solo sirven para justificar esa desconfianza -y endurecen la postura de Israel- mientras que alimentan la determinación del Hamas, que, públicamente agradeciendo a Boric, consideran que aumenta su apoyo internacional. ¿Para qué ceder, o llegar a un acuerdo? ¿Para qué liberar los rehenes?

Segundo, Boric parece sumarse a la narrativa predominante dentro del progresismo que sostiene que Israel es un proyecto Europeo-colonial, un premio de consolación, en que el Occidente le impuso un Estado Judío a una población árabe indígena. El error -más allá de la tergiversación histórica- es que al otorgarles la condición de poder colonial, se supone que en algún momento, sometidos a suficiente presión, estos colonos se retirarán. Es lo que hicieron los franceses en Argelia, los americanos en Vietnam, e incluso los ingleses en Palestina. Pero evidentemente, desde el punto de vista histórico, arqueológico, religioso y cultural, la conexión de los judíos con ese territorio es muy distinta a la de un poder extranjero que ocupa una colonia. Los israelíes, en otras palabras, no se irán a ningún lado. Alimentar el discurso anti-colonialista -que tiene sus orígenes en propaganda soviética de los 60 y 70- sólo alimenta una esperanza extraviada.

Mientras el Presidente siga estancado con sus ideas fijas sobre los orígenes del conflicto, será muy difícil convencerlo de cambiar la política de Chile al respecto. Mientras ve que dicha política le atrae aplausos -desde sus partidarios, desde Hamas, y desde los sus aliados en lugares como España- continuará comprometiendo a Chile hacia un camino que en nada ayuda la llegada de la paz en la región. Está en su derecho. Y el resto del mundo, incluyendo EE.UU., también tiene el derecho de responder. Los costos los pagamos todos.

 

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