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Rafael Rojas: La cuarta guerra mundial

Rusia no intervino a favor de Irán, como muchos esperaban, y China se opuso férreamente al cierre del estrecho de Ormuz

El sistema de defensa aérea israelí Cúpula de Hierro dispara para interceptar misiles durante un ataque iraní sobre Tel Aviv, Israel. Foto: EFE

 

Se repite que estamos al borde de una tercera guerra mundial, pero si consideramos la Guerra Fría como la tercera, estaríamos, en todo caso, en el umbral de una cuarta confrontación planetaria. Habría que preguntarse, seriamente, si esa cuarta guerra mundial no está en curso ya con los conflictos simultáneos en el Medio Oriente, Ucrania y Rusia, India y Pakistán o China y Taiwán.

La comprensión de la Guerra Fría como tercera conflagración mundial, y no sólo como un conflicto Este-Oeste en el norte del mundo, ayuda a pensar la cuarta guerra. La Guerra Fría fue larga, como va siendo ésta, y no necesariamente desembocó en un enfrentamiento entre las grandes potencias, aunque varias veces estuvo a punto, como sucedió con la Crisis de los Misiles en el Caribe, en octubre de 1962.

Otra característica de la Guerra Fría que se repite en los actuales frentes simultáneos es la de la paradoja de los grandes poderíos disuasorios. El gasto militar ha crecido extraordinariamente, en todo el mundo, en la última década. Estados Unidos sigue siendo el país que más gasta, seguido de China, luego Rusia, India, Arabia Saudita y, después, los países europeos.

En términos de potencia nuclear, los países con más fuerzas y recursos son, en primer lugar, Rusia, con más de seis mil ojivas, seguida de Estados Unidos, luego China, que aumenta a mucho ritmo tanto su capacidad defensiva como ofensiva, Francia, el Reino Unido, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte.

Como puede comprobarse a simple vista, algunas de las mayores potencias militares y específicamente nucleares del mundo, como China, Rusia, India y Corea del Norte, son rivales geopolíticos de Estados Unidos y, en menor medida, de Europa. Las fricciones crecientes dentro del antiguo bloque occidental, que han llevado a Alemania y a Europa, y también a Japón, a demandar un crecimiento de su poderío, para autonomizarse de Estados Unidos, son parte del nuevo horizonte conflictivo.

En la pasada cumbre de la OTAN, que estuvo precedida por múltiples tensiones declarativas entre Donald Trump y los mandatarios europeos, se decidió un aumento del aporte de cada miembro de la alianza de hasta 5% del PIB. El acuerdo es resultado de la enorme presión de Trump, en sus dos administraciones, para que los países europeos aumenten sus contribuciones a la OTAN.

Salvo España, que ha sostenido que sólo pasará del 2% del PIB, recibiendo una andanada de amenazas arancelarias de Trump, los demás miembros de la alianza han accedido a la demanda de Estados Unidos. Pero se trata de una demanda que no necesariamente está en contradicción con la lógica del aumento del gasto militar en cada país, incluida España, que en los últimos años ha elevado su presupuesto de defensa en más de un 17%.

La paradoja de los poderíos disuasorios es muy parecida a la de la Guerra Fría. Entonces, la carrera armamentista, concentrada, sobre todo, entre Estados Unidos y la URSS, era interpretada en dos sentidos: como aumento de la probabilidad de un choque bipolar, pero también como mecanismo de contención, para evitar la destrucción atómica del mundo.

Hoy sucede algo similar, aunque con más actores o potencias mundiales y regionales. Con esa multiplicación de actores y la creciente irracionalidad de algunos, la probabilidad de un estallido es mayor, pero a la vez, los elementos disuasorios aumentan. Esa diversidad de potencias diferencia radicalmente el actual contexto de la Guerra Fría.

La transformación tecnológica de las armas, como acabamos de ver entre Irán e Israel, puede producir batallas que no incluyan desplazamiento de ejércitos ni involucramiento directo de todas las potencias en conflicto. La partición del mundo en dos bloques es cada vez más difícil por los intereses diseminados y diferenciados de los poderes globales. Rusia no intervino a favor de Irán, como muchos esperaban, y China se opuso férreamente al cierre del estrecho de Ormuz.

 

*Artículo publicado originalmente en La Razón de México

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