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La “Doctrina Trump” es un pensamiento ilusorio

El vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, intentó recientemente presentar los ataques del presidente Donald Trump contra la infraestructura nuclear de Irán como un ejemplo extraordinariamente exitoso de la llamada “Doctrina Trump”. Según Vance, la doctrina es simple: se identifica un problema que amenaza los intereses de Estados Unidos, el cual “se intenta resolver […]

 

 

El vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, intentó recientemente presentar los ataques del presidente Donald Trump contra la infraestructura nuclear de Irán como un ejemplo extraordinariamente exitoso de la llamada “Doctrina Trump”. Según Vance, la doctrina es simple: se identifica un problema que amenaza los intereses de Estados Unidos, el cual “se intenta resolver agresivamente mediante la diplomacia”. Si la diplomacia falla, “se utiliza un poder militar abrumador para resolverlo y luego te vas al diablo de allí antes de que se convierta en un conflicto prolongado”.

Ojalá fuera tan fácil. Lo que Vance describe no es ni una doctrina ni algo exclusivo de Trump. Es el mismo acto de autoengaño que produjo muchas de las largas, costosas e infructuosas intervenciones militares de Estados Unidos que el propio Vance ha criticado con frecuencia.

Si Vance cree que los ataques “resolvieron” el problema del programa nuclear iraní, entonces debe suponer que destruyeron por completo las capacidades nucleares de Irán: sus centrífugas, sus reservas de uranio enriquecido y cualquier otro material utilizado para la fabricación de armas. De lo contrario, considera que esta demostración del poder militar estadounidense fue lo suficientemente contundente como para convencer a la República Islámica de abandonar su programa nuclear y no retomarlo en el futuro.

No cabe duda de que el ataque de Estados Unidos dañó gravemente las instalaciones nucleares de Fordow, Natanz e Isfahán. Pero está lejos de ser claro que el bombardeo de estos sitios, junto con el asesinato de científicos nucleares iraníes de alto rango por parte de Israel, haya dejado a Irán en punto cero. Parece más probable que el programa iraní solo haya sido retrasado, aunque las estimaciones del retroceso varían desde unos meses hasta varios años.

A menos que haya pruebas suficientes para respaldar la afirmación de que el programa nuclear iraní fue completamente eliminado, Vance debe apoyarse en la creencia de que, como lo expresó el secretario de Defensa de Estados Unidos, Pete Hegseth, “la disuasión estadounidense ha regresado”.

La administración Trump no es la primera en dejarse tentar por la idea de que exhibiciones breves y contundentes de fuerza militar pueden convencer a otros países de ceder ante las exigencias de Estados Unidos. Desde que alcanzó una primacía militar indiscutida en 1990, Estados Unidos ha acumulado un largo historial de intentos de este tipo, muchos de los cuales fracasaron.

Algunos objetivos de la coerción militar de Estados Unidos resultaron ser más resistentes al sufrimiento de lo que anticiparon los funcionarios estadounidenses. Durante la década de 1990, el régimen de Saddam Hussein en Irak soportó múltiples campañas de bombardeo lideradas por Estados Unidos por obstruir repetidamente a los inspectores de armas de la Agencia Internacional de Energía Atómica y de las Naciones Unidas. Este ciclo, como bien sabe Vance, culminó en 2003 con la campaña de “conmoción y pavor” de Estados Unidos, que desencadenó una guerra agotadora de ocho años que costó la vida a miles de militares estadounidenses y a aproximadamente medio millón de iraquíes.

De forma similar, en los años noventa, las amenazas, bloqueos y demostraciones de fuerza de la OTAN no disuadieron al presidente serbio Slobodan Milošević de librar guerras brutales en Croacia, Bosnia y Kosovo. En particular, Milošević no se inmutó ante la primera campaña de bombardeos de la OTAN en Kosovo, la cual se limitó a objetivos militares y no amenazó directamente su permanencia en el poder. Los ataques aéreos, que se suponía durarían pocos días, terminaron extendiéndose por meses sin éxito. La suposición, en otras palabras, de que simplemente aplicar una fuerza superior convencería a Milošević de abandonar una causa profundamente arraigada fue completamente errónea. Solo cuando la OTAN pasó de atacar a las fuerzas serbias a atacar infraestructura en y alrededor de Belgrado —lo que amenazaba con socavar el apoyo de la élite serbia a Milošević— fue que este accedió a abandonar Kosovo.

Otros objetivos han fingido ceder ante las amenazas militares de Estados Unidos, solo para reanudar sus conductas indeseadas semanas, meses o incluso años después. Corea del Norte ha adoptado este enfoque durante mucho tiempo. A pesar de los recordatorios constantes del poderío militar abrumador de Estados Unidos, el país vuelve eventualmente a sus viejas tácticas: amenazas nucleares, pruebas de misiles, lanzamiento de satélites y otras provocaciones.

El comportamiento de China sigue un patrón similar. En 2016, Estados Unidos utilizó con éxito un ostentoso ejercicio militar conjunto para disuadir la construcción de islas y las reclamaciones territoriales chinas cerca de Filipinas. Pero hace apenas unos meses, la Guardia Costera china desembarcó en una isla que Filipinas reclama como propia.

Otros actores han respondido causando dolor directamente a Estados Unidos. El señor de la guerra somalí Mohamed Farrah Aidid descubrió que matar a unos pocos estadounidenses bastaba para que el ejército más poderoso del mundo se echara atrás.

Irán parece dispuesto a hacer las tres cosas. La República Islámica ha demostrado ser capaz de absorber tanto golpes económicos como militares. Sus provocaciones militares y actividades nucleares han fluctuado, a veces en sincronía con —y otras veces al margen de— la intensidad de las respuestas de Estados Unidos. Y como recordó recientemente el experto en Irán Vali Nasr, el líder supremo ayatolá Ali Khamenei aparentemente comparte la visión de Aidid, ya que habría dicho a sus asesores: “Estados Unidos es como un perro. Si retrocedes, te atacará; pero si lo enfrentas, retrocederá”.

Es comprensible que Vance quiera creer —y que quiera que la base antiintervencionista de Trump también lo crea— que las impresionantes demostraciones del alcance y poder del ejército de Estados Unidos son singularmente persuasivas. Pero si las exhibiciones militares que no llegan a la guerra fueran suficientes para alcanzar los objetivos políticos de Estados Unidos —especialmente uno tan difícil como convencer a Irán de abandonar sus ambiciones nucleares— entonces serían un pilar en la doctrina de todos los presidentes.


 

Melanie W. Sisson, investigadora principal del Programa de Política Exterior de la Brookings Institution, es coeditora de Military Coercion and US Foreign Policy: The Use of Force Short of War (Routledge, 2020) y autora de The United States, China, and the Competition for Control (Routledge, 2024).

Copyright: Project Syndicate, 2025
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