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García Cuartango: Humano, demasiado humano

Riefenstahl goes behind the scenes with the propaganda filmmaker for the Nazis - ABC News

 

Leni Riefenstahl murió en 2003 tras cumplir 101 años. Su fallecimiento generó un debate sobre si la mítica directora alemana había sido cómplice del nazismo o una artista independiente que se había limitado a sobrevivir en tiempos sombríos. En sus apasionantes memorias, ella se desmarca del Tercer Reich y afirma que los jerarcas nazis como Goebbels la odiaban y dificultaban su trabajo.

Riefenstahl filmó en los años 30 dos documentales asombrosos, de una brillantez técnica apabullante y una estética que fascina al espectador. Ella cuenta como se vio obligada a utilizar un nuevo tipo de lentes para conseguir los efectos visuales que pretendía. Esas dos obras maestras son: ‘El triunfo de la voluntad’, que recoge la llegada apoteósica de Hitler a Núremberg para liderar un congreso nazi, y ‘Olympia’, en la que narra las hazañas alemanas en los Juegos de Berlín.

El cineasta Andres Veiel realizó el año pasado un documental sobre su vida, estrenado ahora en Filmin. Mediante el recurso a archivos y registros personales inéditos, Veiel intenta desmontar las coartadas de Riefenstahl y mostrarla como una artista que engrandeció el nazismo con muy pocos escrúpulos morales.

 

 

La biografía de Riefenstahl siempre me ha interesado, entre otras razones, por su virtuosismo cinematográfico y por la leyenda que rodeó en vida a esta bella mujer, de la que se dijo que fue amante de Hitler. De lo que no hay duda es de que era una creadora con un estilo único y personal.

Los sentimientos que albergo hacia Riefenstahl son similares a los que me suscitan los textos de Heidegger: admiración por su obra y rechazo de su complicidad con el nazismo. Los dos vendieron su alma al diablo para triunfar y ser reconocidos. Si el autor de ‘El ser y la nada’ elogió la moralidad de los secuaces de Hitler, Riefenstahl fue la apologista de la pureza racial alemana.

Ello demuestra que se puede ser un genio y un malvado o un cobarde a la vez. La altura de una obra no se mide por la ética de sus autores. Hay muchos ejemplos que ilustran esta tesis. Pero confieso que ese reconocimiento no me impide releer al Heidegger que toleró la expulsión de la Universidad de su maestro Husserl o la Riefenstahl que contó la maravillosa historia de una bruja en la montaña azul. La directora que fotografió a las tribus nubas en Sudán es indisociable de la que se mostraba sumisa a los deseos de Hitler.

No es un asunto baladí dilucidar por qué muchos malvados han creado obras imperecederas. Se supondría que el arte es patrimonio de los grandes espíritus, pero ello no es así. El mal es un impulso creador tan fuerte como el bien. No hay más que leer el ‘Faustus’ de Thomas Mann para comprender que la maldad ejerce en ocasiones un atractivo del que carece el ascetismo moral. Humano, demasiado humano.

 

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