CulturaDerechos humanosDictaduraHistoriaPolíticaRelaciones internacionales

Villasmil: Rusia y Occidente – siempre en rumbo de colisión

Rusia y Ucrania: el histórico contraataque de Occidente a Putin, el "agitador del orden internacional" - BBC News Mundo

 

La lejanía cultural, política y económica de Rusia con respecto a Occidente ha sido históricamente casi tan amplia como la obvia lejanía geográfica. Y dicha amplia distancia ha sido alimentada por los liderazgos rusos, independientemente de la accidentada evolución socio-política de la nación y de la diversidad de sus regímenes de gobierno.

Asociada al carácter ruso existe una mentalidad de cerco, de percepción de que los vecinos -fundamentalmente Europa, el Occidente- son enemigos, son Otros, siempre dispuestos a invadir las vastas tierras rusas, que han visto numerosas invasiones a lo largo de su historia desde el oeste (polacos, Napoleón, Hitler, entre las más conocidas).

Más recientemente, desde la disolución de la Unión Soviética hace poco más de treinta años, la expansión de la OTAN y la Unión Europea hacia el este ha sido vista por el liderazgo ruso como un intento de cercar y marginar a Rusia, interfiriendo en su esfera de influencia histórica y socavando su seguridad.

La percepción de que Occidente intenta socavar este estatus y limitar su influencia genera un profundo resentimiento y desconfianza.

En este tema, hay que comprender la geopolítica del pasado para interpretar el presente.

Como bien señala el analista Adrián Rocha: “cuando se observa la historia de Europa a partir del siglo XVI (desde una perspectiva historiográfica rusa), ese mundo occidental configurado primero por el Renacimiento y luego por la Ilustración (inglesa, francesa y alemana), apareció para Rusia como un desafío a sus diagnósticos respecto del lugar de poder que le tocaría en el concierto internacional, creando así una percepción muy escéptica y suspicaz en Rusia para con Europa. Esta percepción gestará una visión de los asuntos externos y geográficos que permanecerá a lo largo de los siglos y de los avatares de la historia rusa”.

 

***

 

La cosa viene entonces de lejos, muy lejos.

La fractura de la cristiandad en el Cisma de 1054, con Moscú adoptando la ortodoxia bizantina y alejándose de Roma, marcó una divergencia cultural y religiosa que pervive hoy. Mientras Europa avanzaba hacia el Renacimiento y la Ilustración, Rusia se aferraba a la tradición, la autocracia y una visión sagrada del poder, donde el zar era visto como el representante de Dios en la Tierra.

Con el paso de los años, aunque ha habido intentos variados de «europeizar» Rusia (como con Pedro el Grande), a menudo chocaron con la resistencia de una sociedad que desconfiaba del modelo occidental, y solo buscaba reafirmar su propia identidad.

El relato ruso a menudo ha mezclado orgullo imperial, victimismo histórico y nostalgia por el poder y la gloria perdidos, especialmente tras la desintegración de la URSS. Esta percepción de haber sido «engañados» o «marginados» por Occidente alimenta el recelo.

Dicho recelo aumentó durante la década de 1990, ya que Rusia experimentó una grave crisis económica y política que algunos interpretan como resultado de un intento “forzado” de occidentalización y la aparición e influencia de oligarcas que rápidamente se enriquecieron. Esta experiencia contribuyó a un sentimiento de humillación y la creencia de que Occidente se había aprovechado de la debilidad rusa.

Con la llegada de Vladimir Putin al poder, Rusia adoptó un tono más firme y agresivo, buscando recuperar el papel de gran potencia. La retórica soberanista y el rechazo al orden liberal liderado por Occidente se convirtieron en pilares ideológicos.

Putin ha promovido valores nacionalistas, y el apoyo a una Iglesia Ortodoxa y retrógrada. Se perciben las críticas occidentales sobre derechos humanos y democracia como injerencia en asuntos internos y un intento de desestabilizar al régimen.

 

***

 

Como bien destaca Fareed Zakaria lo que Putin rechaza “no es sólo el sistema político liberal democrático, sino asimismo el “liberalismo social”. El choque no es sólo político, sino asimismo cultural.

Rusia siempre ha envidiado los avances tecnológicos y económicos occidentales. Recuerda Zakaria que cuando el mencionado Pedro el Grande viajó de incógnito a los Países Bajos en 1697, lo hizo con el objetivo de aprender las técnicas de construcción naval de una de las potencias marítimas de entonces, sin importarle para nada sus políticas liberales o su tolerancia a las minorías.

Tres siglos más tarde, cuando los líderes rusos firmaron en 1994 un Acuerdo de Cooperación y Colaboración con la Unión Europea, lo hicieron más por interés económico que por la búsqueda de cercanías culturales.

De hecho, muy incrustada en el espíritu ruso ha estado la idea de que las formas de vida rusas, enraizadas en lo comunal, en el campesinado ruso, eran superiores al desarraigo cosmopolita de las élites en Moscú y San Petersburgo.

Basta recordar cómo León Tolstoi caracterizó a los aristócratas en “La Guerra y la Paz”, y “Anna Karenina”; un ¨ruso verdadero” debía desconfiar de todo lo extranjero, lo exterior, lo distinto. Dostoiesvki afirmó, asimismo: «Yo amo a Europa, pero no tanto como para aceptar que Rusia tenga que convertirse en una copia de Europa.»

A pesar de todos los innumerables cambios que se han dado desde hace más de un siglo desde la caída de los zares, la ideología fundamental de Putin es un fiel reflejo de principios tradicionales como “autocracia, ortodoxia y nacionalismo”. Por ello, ha afirmado el actual líder ruso: «Occidente está en guerra contra Rusia, no en el sentido militar, sino en el de la mente.»

Ha aparecido además toda una gama extraña, más reaccionaria que conservadora, de organizaciones y movimientos extremistas que apoyan a Putin en defensa de una supuesta Rusia Santa, juntando groseramente símbolos absolutamente opuestos y contradictorios, como la Virgen María y Stalin.

El liberalismo, con sus valores, su revolución industrial -que nunca se dio en Rusia- sus avances en materia de derechos humanos, de respeto al distinto, a la diversidad ideológica, religiosa o racial, es despreciado.

Todo avance en la dignidad de los seres humanos es hoy rechazado por el liderazgo ruso. Conviene tener eso en cuenta a la hora de evaluar cómo tratar con un régimen autoritario negador de la persona humana y el respeto que se merece.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba