Ayuso, 5; sanchismo, 0
Su enemiga no es la presidenta madrileña, sino cualquiera que amenace su poder. Van a por la democracia porque les sobran las urnas

La condena del fiscal general, que ayer se vio finalmente obligado a presentar su renuncia, rubrica la quinta derrota del sanchismo en la guerra cada vez más sucia que enfrenta a su caudillo con Isabel Díaz Ayuso, cuyo pecado es vencerle una y otra vez.
Movido por una obsesión que trasciende lo político para adentrarse en el campo de la psiquiatría, Pedro Sánchez ha lanzado a sus más fieles campeones contra la presidenta madrileña, sin cosechar otra cosa que fracasos estrepitosos. Primero fue Pablo Iglesias, flamante vicepresidente del Gobierno, cargo al que se había aupado envenenando el debate público y las tertulias de televisión con dosis de violencia dialéctica desconocidas hasta entonces fuera del marco etarra. El fundador de Podemos se tiró a la piscina en 2021, convencido de que su carisma bastaría para aplastar a la joven lideresa popular, pero la bofetada fue tal que lo catapultó del Parlamento a poner cañas en un bar. En esas mismas elecciones el candidato oficial socialista fue Ángel Gabilondo, forzado, muy a su pesar, a hacer tándem con el populista. Tampoco él se repuso del mísero resultado alcanzado. Dos años después habían cambiado los cabezas de cartel sanchistas, sin que ello alterase el resultado de los comicios. Setenta escaños obtuvo Ayuso, por veintisiete Juan Lobato, en representación del socialismo, y otros tantos Mónica García, aspirante a la Presidencia de Más Madrid. A ella la rescató del vapuleo el jefe, colocándola en un ministerio carente de competencias, mientras que él aguantó el chaparrón en su puesto, hasta que desde el gabinete de Sánchez le pidieron cometer un delito. Su negativa a pringarse lo llevó a dimitir poco después, en aras de salvar la honra a costa de sacrificar el puesto.
Álvaro García Ortiz tomó el camino contrario y se ha quedado sin honor y sin carrera. La maniobra por la cual el Supremo lo ha inhabilitado fue tan burda que sorprende la levedad de la pena impuesta. La carga probatoria contra él era abrumadora, digan lo que digan el presidente y su coral de ‘periodistas’. Él filtró o mandó filtrar información confidencial que debería haber custodiado, porque el ciudadano implicado en los hechos, desvelados vulnerando la Ley, era la pareja de una rival política. Él borró deliberadamente el contenido de su móvil en cuanto supo que lo investigaban, pero se guardó un terminal que no ha aparecido. ¿Qué esconde esa valiosa pieza?, ¿acaso las instrucciones recibidas de Moncloa? Incluso un jurista mediocre como él sabría que el borrado, lejos de beneficiarle, constituía otro indicio sólido de culpabilidad.
La reacción rabiosa del sanchismo contra el tribunal que ha salido en defensa de la legalidad, al igual que hizo en los casos Gurtel o Urdangarín, demuestra que su enemiga no es Ayuso, sino cualquiera que amenace su poder. Van a por la democracia, porque les sobran las urnas.