Democracia y Política

Una cosa es el whisky escocés, otra distinta la cava catalana

Durante una visita a China, el entonces presidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol (hoy atravesando un sin fin de escándalos), se entrevistó con Den Xiao Ping. Durante la charla protocolar de costumbre, el premier chino le preguntó al catalán: “¿Cuántos son ustedes?” La respuesta del catalán no se dejó esperar: “Seis millones”, a lo cual el chino replicó: “¿Y en qué hotel se hospedan?”. A su muy asiática manera, el jerarca comunista trataba de hacerle entender a Pujol la oceánica diferencia que existía entre la milenaria China, sus problemas y retos, y las pretensiones catalanas a la hora de reconocerse e interpretar su papel en el mundo.

En estos días, una dirigencia política catalana está haciendo todo lo posible para manipular la historia, las leyes y las emociones de la gente para proclamar una absurda independencia frente a España de una región próspera, de gente noble y trabajadora. La cosa, si bien se ha precipitado desde que Artur Más llegara a la jefatura de la Generalitat, venía arrastrándose por años. Y es que el nacionalismo es una segunda piel para estos señores políticos catalanes, piel que por mucho tiempo han usado para problematizar la relación con Madrid, y para sacarle a la misma sobre todo provecho material. Por décadas hablaban de una suerte de concubinato con el gobierno central; hoy se atreven a hablar de divorcio. Para empresas tales es necesario y útil un discurso diferenciador, como lo es el uso interesado y parcial de los datos históricos. Asimismo, la búsqueda de reconocimiento más allá de las fronteras. Y si los datos históricos internos pueden manipularse, los externos están también calentando en el bullpen a la espera de que alguien los recuerde y busque usarlos. Un ejemplo concreto es el mucho más conocido independentismo escocés. Pero tratar de comparar en materia política a Cataluña con Escocia es como comparar un gato montés con un tigre de bengala.

Para empezar, el reino de Escocia y el de Inglaterra ya eran países independientes durante la Edad Media. Y mire usted que hubo guerras entre ellos. Pero en 1603 un rey de Escocia (James VI) lo fue también de Inglaterra (James I). Y en 1707 ambos países se unieron para formar Gran Bretaña (junto con la vecina Gales). Con el tiempo tendrían un mismo himno (el God Save the King o Queen, dependiendo del sexo del residente principal del Palacio de Buckingham), un único gobierno central –en Londres-, una bandera compartida –la muy conocida Union Jack- pero eso sí, distintos tipos de cerveza, diferentes maneras de pronunciar la lengua común, y diversos equipos de fútbol a la hora de los mundiales. Con intercambios muy variados en el tiempo, en 1998 se estableció un nuevo parlamento en Escocia, con poderes para legislar sobre todo tipo de asuntos específicamente escoceses.

Mientras, Cataluña estuvo integrada en la Monarquía hispánica desde finales del XV y, con anterioridad, en la Corona de Aragón. Nunca fue un Estado independiente, nunca ha existido un Estado catalán.

 El nacionalismo catalán no es una postura ideológica o política, es una enfermedad de la antipolítica, una fiebre nunca curada que produce toda clase de afirmaciones exóticas, como las que promociona el Institut Nova Història (INH), entre las cuales resaltan las siguientes: Leonardo Da Vinci, Santa Teresa de Jesús, Américo Vespucio (quien supuestamente habría viajado a América en nombre del “rey de Cataluña”), Cristóbal Colón, Miguel de Cervantes (su nombre era en realidad Miquel Sirvent, como una horchatería barcelonesa), el Lazarillo de Tormes, Bartolomé de las Casas y Hernán Cortés, entre otros personajes, eran en realidad catalanes. La Mona Lisa no era italiana, sino la princesa Isabel de Aragón, hija de un valenciano, y las colinas que se ven detrás de ella en el famoso cuadro están en realidad en Montserrat. Pero la cosa no se queda en la historia: uno de sus voceros-estrella, Jordi Bilbeny, afirma, sin temor a que no se le mueva la recta, que “el sida no es una enfermedad a tratar, sino un montaje gringo que hay que deshacer.”

Volviendo a terrenos más serios, el proceso que llevó a la reciente votación por la independencia escocesa, derrotada en las urnas, fue siempre mediante un diálogo y un acuerdo con Londres y, muy importante, respetando todos los ordenamientos legales respectivos. A diferencia del caso catalán, donde es evidente que los radicales simplemente no aceptan lo que fuera aprobado en la constitución democrática de 1978. Son señores con una peculiar carga de populismo, de victimismo, de rechazo a toda razón para enfrascarse en un montaña rusa –o catalana- emocional. Son nostálgicos de un pasado que nunca existió.

Una diferencia esencial entre los dos procesos es que los nacionalistas escoceses nunca juraron cortarse las venas si perdían la votación. Había vida, y trabajo común si la decisión era mantenerse en Gran Bretaña. El nacionalismo catalán, en cambio, se salta todas las razones y amenaza con impulsar la independencia por las buenas o por las malas, con una actitud digna de kamekazis. El único “diálogo” que aceptan es que Madrid acepte todas sus rabietas y exigencias. De radicalismo en radicalismo, ellos mismos se han metido en el callejón sin salida en que se encuentran.

Además, los ingleses nunca han negado la existencia de Escocia como nación, con soberanía propia. La unidad entre ambos fue claramente pluri-nacional. Lo que han afirmado los ingleses es que lo mejor para el país de Robert Frost y de Sean Connery es formar parte de Gran Bretaña (y del Reino Unido, donde se les une Irlanda del Norte). A diferencia de España, Gran Bretaña no tiene una constitución como tal. Por ello, para la realización del referendo independentista, el gobierno y el parlamento británicos tuvieron que dar su aprobación, cediendo sus competencias específicas. Mientras, la propuesta catalana viola la soberanía nacional contenida en la Carta Magna, aprobada por todos los españoles y para todos los españoles, no solo para los madrileños, andaluces o gallegos. El referendo escocés fue legal, el que desean los nacionalistas catalanes no.

 Un argumento muy usado por los defensores de la independencia catalana es el llamado “derecho a la autodeterminación” (que algunos llaman “derecho a decidir.”). Jordi Solé Tura, político, académico y jurista español nacido en Cataluña, uno de los padres de la actual constitución española (fue uno de sus siete ponentes), militante siempre de izquierda, afirma en su libro “Nacionalidades y nacionalismos en España: autonomías, federalismo, autodeterminación”, que el derecho a la autodeterminación es un principio democrático esencial, basado en que todo pueblo sometido contra su voluntad a una dominación exterior u obligado a aceptar por métodos no democráticos un sistema de Gobierno rechazado por la mayoría tiene derecho a su independencia y a la forma de Gobierno que libremente desee”. Pero, recalca también Solé Tura, este derecho sólo está justificado en determinados escenarios políticos, en la lucha contra sistemas antidemocráticos y autoritarios, donde no se respeten derechos de ningún tipo. Convendremos todos que ése no es el caso de la España de hoy.

Insiste asimismo Solé Tura que la izquierda no puede ser ambigua en el asunto, porque ello favorecería los partidos nacionalistas, “en la medida que estos tienen en la ambigüedad su razón de ser”, y “la izquierda no puede ser ambigua so pena de dejar de ser izquierda.”

Los que exigen, demagógicamente, que Madrid debe dialogar “porque sí”, como el actual zombi que dirige al PSOE, Pedro Sánchez, y sus representantes catalanes del PSC, deben recordar que el gobierno de Madrid no puede establecer ningún intercambio que viole el ordenamiento legal, así como no pueden afirmar que la política es una cosa y la ley es otra. La verdad es que es muy complicado dialogar con alguien, como Artur Más, que se está saltando la ley diariamente. En realidad a los socialistas los único que les importa es mantener la doctrina Zapatero: no existe en el universo ningún hecho, acción o situación que los obligue a ser vistos apoyando una postura de los conservadores. Por ello mantienen un equilibrismo proposicional: no quieren una Cataluña independiente, pero el PSC no defiende la soberanía española sin ambages ni dudas; no quieren el referendo, pero tampoco han hecho todo lo posible por oponerse. Para colmo, el partido se ha dividido varias veces, la última con la pérdida de tres parlamentarios que se unieron a un grupo que defiende un engendro llamado “socialismo soberanista.”

Sánchez, como su antecesor Rubalcaba, no logra superar el trauma supremo introducido por Zapatero en la sociedad española: la ruptura de la reconciliación entre los españoles, lograda con mucho esfuerzo e inteligencia por los liderazgos del postfranquismo, los conductores de la transición a la democracia, como Felipe González o Adolfo Suárez. ¿Podrá sacar Sánchez a su partido de la caverna ideológica en la que lo introdujo Zapatero? Hay derecho a cierto escepticismo, dadas las últimas declaraciones de Sánchez, al cambiar su postura de 2011 cuando votó a favor –como lo hicieron también 315 colegas parlamentarios, contra solo 5 votos en contra- de la reforma del art. 315 de la constitución, con el fin de garantizar la estabilidad presupuestaria. Llegó incluso a afirmar que “la estabilidad presupuestaria es de izquierdas”, y se explica en la “sensatez de un principio que se aplica diariamente en los hogares españoles, no gastar más de lo que se tiene”. Ahora afirma que fue un error, y que podría pensarse en el futuro en la aceptación de “déficits”. Lo que preocupa es que esa es precisamente una de las propuestas principales de Podemos, el nuevo partido que le está fagocitando votos al PSOE. O sea, que la estrategia para impedir el desmadre, es copiar a Pablo Iglesias y su corte demagógica. Para Sánchez su particular “camino de Damasco” consiste en abrazar posturas populistas, nada menos.

Por lo demás, no ayuda para nada a conseguir un arreglo el hecho de que el gobierno central mantenga un discurso “racional” pero poco empático, como si todos los catalanes fueran unos díscolos a los que hay que reconvenir. La comunicación ha estado siempre dirigida hacia los separatistas, y no hacia los millones de ciudadanos catalanes que no se sienten interpretados por los políticos en el poder. Madrid debe tender la mano a la rica, abierta, plural y diversa sociedad catalana. El que los nacionalistas no busquen dialogar sinceramente con España, sus instituciones y su pueblo, no quiere decir que sus autoridades no dialoguen con el pueblo catalán aunque –o precisamente por ello- sus instituciones estén hoy en día secuestradas.

Diálogo que no impide señalar un hecho fundamental: por ningún motivo dejará de aplicarse la constitución. Con todo lo que ello significa. Y si Más y Esquerra Republicana deciden ir “all in”, como en el póquer, que se atengan a las consecuencias de sus actos.

La “consulta” del 9 de noviembre logró un objetivo esencial para Más: al haber perdido hace tiempo, con su discurso secesionista, la legitimidad democrática basada en el respeto a la constitución, ha intentado rasguñar una nueva legitimidad, así sea espuria, de cara a sus seguidores. Pero por mucha dialéctica que quieran usar, no podrán borrar el artículo 2 de la constitución de 1978: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.” Autonomía, que no independencia.

El partido nacionalista escocés nunca ocultó sus intenciones. De hecho, incluyó en su propuesta electoral el acto independentista, y logró la mayoría parlamentaria. Artur Más, en 2011, no incluyó propuesta similar en su campaña, y su partido no obtuvo mayoría absoluta. Para hundirse en las arenas movedizas de la secesión ha tenido que aliarse con toda suerte de talibanes de la izquierda catalana. Tampoco los escoceses se plantearon una “ruptura” total. De hecho, aceptaban que la reina siguiera siendo Jefe del Estado, la libra esterlina la moneda, y mantenían el apoyo a la cultura común. Y este último punto es fundamental. Los gobiernos catalanes tienen mucho tiempo intentando lograr no solo una ruptura política, sino cultural. Intentando imponer su idioma, no como una lengua más, o incluso como la lengua más importante, sino como la única de uso legal en Cataluña. Si no hubiesen otras pruebas de la estupidez de estos señores, esta sola cuestión sería más que suficiente.

¿Otras diferencias que se han señalado repetidamente? Los catalanes son el 16% de los españoles, los escoceses el 8% de los británicos. Y mientras que los escoceses luchan porque no hayan más recortes sociales, los independentistas catalanes se la pasan afirmando que “Espanya ens roba”, o sea que España les roba, procurando olvidar que el desarrollo económico catalán ha sido siempre impulsado y apoyado por Madrid, que por años los españoles se vieron obligados a adquirir productos catalanes gracias al proteccionismo que apoyaba a las empresas catalanas. Y hoy, gracias a los últimos gobiernos “nacionalistas”, Cataluña está casi arruinada, con una deuda de casi 60.000 millones de euros, lo cual la convierte en la comunidad autónoma más endeudada.

Por mucho que insistan, al final, los nacionalistas catalanes se quedarán con los crespos hechos, quizá tratando de pasar el guayabo de la derrota con cava catalana, la cual, que me perdonen los amantes de tales caldos, no se compara, ni de lejos ni de cerca, con el muy justa y mundialmente reconocido Scotch, el agua de vida escocesa.

Un comentario

  1. Un artículo extraordinario. Se describe perfectamente lo que se percibe como un mundo al revés!!!. Dios quiera que semejante despropósito no tenga éxito y se evite así el surgimiento de una nueva hacienda que terminará endeudando y saqueando cataluña sin que exista ningún tipo de contraloría. Quizás éste sea, el objetivo principal y fin ultimo de sus promotores.!!!

Botón volver arriba